Vida

Zopilotes, aguiluchos

Me paso las noches juntando palabras y rostros lejanos para reunir material para esta mini-auto-biografía.

En El Salvador volaban hacia el cielo azul, negros zopilotes en círculos que eran los basureros de la capital puesto que comen carne humana y animales. También me entristecían los enfermos pobres acostados sobre la tierra encharcada frente al Hospital Rosales y sobre todo los niños del resto del país envueltos en sábanas, que desde la noche anterior esperan el turno de ser recibidos en el hospital al día siguiente o ser admitidos a la consulta que comenzaba a las cinco de la mañana. Las cucas, los zopilotes, las lluvias y los niños pobres abundaban, estaban a la vista con lo que uno no quisiera saber, pues encogía el corazón.

A lo lejos en lo alto se mira el volcán de San Salvador del que a la salida del sol bajan las mujeres llevando canastas con claveles sobre sus cabezas. Flores que crecen en la boca del volcán, al que no he subido nunca, para ver las flores rodeadas de lava y a lo lejos el Pacífico en la bruma, a unos 30 kilómetros. Antes, hace no sé cuántos años, subí con un enamorado a la cima de una montaña que se llama ?La Puerta del Diablo?. Era una noche estrellada y llena de lucecitas de las luciérnagas entre rocas negras y tenebrosas. El enamorado dijo que ese era el mejor lugar para suicidarse… (y muchos subían hasta allí para dejarse caer).

En El Salvador se viaja de un volcán a otro, cada pueblecito tiene su volcán y se llama al país ?tiemblalatierra?. En Sonsonate se apagó años después el ?Faro de América?, un volcán que guiaba a los navegantes desde el mar. Este volcán echaba constantemente piedras preciosas, azules, verdes y rojas, perforando las nubes de noche con sus erupciones multicolor.

En el trópico uno puede perderse si se descuida y perder sus propias costumbres, principios y valores. Los trópicos son como un gran tambor que toca una danza frenética y hay que resistirse o dejarse ir al ritmo que arrastra la carne al pecado. Íbamos a la iglesia de San José y el padre Ayala dijo un domingo un bello sermón, hablando del vino joven y de las vendimias en España.

Comparo los diez Mandamientos con los aros que fajan a los barriles del vino joven. ?Así los mandamientos sostienen nuestras almas para que no se derramen…? Yo vivía con la esperanza de volver pronto a España pero el destino puso mar de por medio. Por fin he podido regresar pero habían pasado cinco años. Cinco años no son nada, pero mi novio se casó con otra chica.

Mi trabajo en la Radio Nacional de España, cansados de esperarme, habían dado a la que ha sido mi secretaria. Nuestro piso en la calle Abascal 28 ocupaban unos recién casados, sobrinos del dueño. La calle cambió de nombre y se llamaba general Sanjurjo.

España seguía pobre y yo venía con un Pontiac Bonville de 8 cilindros, descapotable, último modelo, y al verlo tras una cena con otro admirador, éste decidió no volver a verme, puesto que sólo tenía un auto Peugeot, con menos caballos.

Los españoles generalmente te ayudan en todo cuando pasas por una desgracia, pero se resienten los novios cuando creen que no los necesitas para nada en lo económico. Cosas del orgullo, supongo.

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