El tiempo tiene a ratos la extraña cortesía de desaparecer y me vuelvo a sentir joven. Todo es y no es al mismo tiempo, y así continuamente viajamos entre el pasado y el futuro, entre cosas vividas y cosas gastadas, entre cosas presentidas y soñadas.
Ya nada ni nadie llegará a ser igual como antes, pero en el rincón de los recuerdos es la esperanza la tierra de asilo. La esperanza es nuestra razón de ser. Es más sencillo, más leve tal vez menos engañoso vivir de esperanzas que de realidades. Estamos soñando de día y a cualquier hora de la noche con el amor, sueños que nada ni nadie puede silenciar.
El amor nos mantiene insomne. El amor alcanzado en una madurez que se afianza más allá de lo físico, más allá de la carne y lo finito. Yo siempre quería todo para siempre: un amor para siempre, conservar a los padres para siempre.
El corazón sigue siendo el mismo, el de aquellos años. ¿Qué puede la muerte contra esa obsesión de la eternidad? Nada importa que la vida se nos vaya. Basta con que creamos momentos mágicos en un instante de amor (o de literatura), la muerte nada puede contra eso, contra una felicidad redentora y efímera de momentos, los que estaremos recordando siempre.
Contemplo tras derrochar la vida por derecho propio, los viejos retratos de álbum. Los recuerdos tienen el color de las viejas fotografías: un grupo de seis personajes, de los que ya han muerto cuatro. La foto de un caballero insignificante, con un bigotito hitleriano y un joven con una melena algo femenina.
La secuencia de fotografías con la familia, que forman un autorretrato. Mis maestras de escuela, cuya directora se enfurecía fácilmente y vomitaba amenazas y palabras agresivas. Dos ancianas lindas: mis dos abuelitas, ambas murieron al entrar en la etapa de serena grandeza (que no pudieron disfrutar por la misma enfermedad: la del tiempo).
Eran dos ancianas piadosas, alegres, sonrientes. La una rusa, la otra austriaca: la una aristócrata, la otra del sencillo pueblo aldeano. Ambas, haciendo uso de las reservas optimistas de su espíritu, vivían en espera de la vida eterna.
Durante el tiempo que todo cambia, todo mezcla, todo aleja y vuelve a juntar, la literatura se construye sobre las ruinas de la realidad. Las ciudades de la literatura han existido, pero ya están destruidas, como la Itaca de Odiseo. Lugares reales también se han perdido, y cuando quiero escribir mi autobiografía sólo encuentro fragmentos, como si se tratara de recuerdos de infancia unidos a las abuelas.