Nos empeñamos a pasar el tiempo, acortarlo o estirarlo, pero el Tiempo con mayúscula no suele pertenecernos. Al Tiempo nada le importa que un siglo o un milenio terminen y otros empiecen. Me han preguntado ?¿Para quién escribe usted?? Contesté que para un grupo de lectores que miran cada día desaparecer a uno de ellos, y los supervivientes esperan a que les llegue el turno de desaparecer también.
En realidad, cuando hablamos del tiempo, hablamos de lo que somos. El tiempo que llevamos en nuestro interior es la medida de muchas cosas que se nos van, que se pierden en el pasado, y no sabemos si vamos a conservar estas cosas o necesitarlas en el futuro.
En el último siglo hubo Verdún, Hiroshima y Nagasaki, Auschwitz y Vietnam. Hubo dos guerras mundiales, y en la segunda tres veces más muertos que en la primera. También la población mundial es tres veces mayor que la de 1914. Ahora somos más altos, más gruesos, más longevos y más escépticos que nuestros abuelos. El hombre, si ha aprendido algo, es a desconfiar de sus propias virtudes… La segunda guerra mundial mejoró a las atrocidades de la precedente. El hombre inventó la bomba atómica y las computadoras y no ha salido de deudas. Los periodistas ganan más con lo que no escriben (lo que ofrecen a silenciar a los interesados de no ver manchados a sus nombres). Era Clemençau quien decía que el periodismo era bueno si el periodista se apeaba de él a tiempo.
Cuando yo estudiaba en la Escuela Oficial de Periodismo en Madrid, que es una facultad de la Universidad madrileña, aprendí cosas inocentes: ?si un perro muerde a un hombre no es noticia, pero si un hombre muerde a un perro sí es noticia?. Sólo que nunca vi a un hombre mordiendo a un perro… También nos han dicho en la primera lección: ?Los que entráis sabiendo escribir, al cabo de cuatro años vais a salir sabiendo escribir, pero los que entran sin saber escribir, saldrán sin saber escribir, y podrán convertirse en excelentes directores de periódicos…?
Nuestro oficio de escritores y periodistas literarios es la palabra y el ?cómo se dice? es más importante que ?lo que se dice?.
Todos conocemos a la Sherezada de ?Las mil y una noches?. Hay otras mujeres que narran cuentos, y otras que viven del cuento. También todos hemos vertido lágrimas sobre las hojas de la novela ?Ana Karenina?, cuyo joven amante ruso no siempre manifestó su amor en la forma adecuada, mientras que su marido era perfecto en el odio hacia ella por ese fatal romance. A veces me digo cómo practicar la vana frivolidad de inventar argumentos, habiendo tantas vidas que merecen ser contadas, y cada una de ellas es una novela, también la mía.