Una conversación entre gente casi desconocida, que se habla por primera vez, no debe consistir en preguntas como a mí me hizo recientemente una dama recién presentada. Primero me preguntó por mi esposo y al decirle que no tenía quiso saber por qué no, y si estaba divorciada.
Al responderle que no me había casado, preguntó si tenía un amante. Le indiqué que esto sólo se lo hubiera confesado a un cura. ?¿E hijos?? ?Tampoco hijos?. ?¿Los abortó?? ?Eso no lo hubiera hecho jamás?. ?¿Conserva su matriz??, fue la siguiente pregunta. ?La conservo?, confirmé. ?¿Y cuántos años tiene??, ?Los que usted me calcula?, respondí. La dama me hubiera seguido haciendo más preguntas si yo no hubiese cambiado de lugar, para sentarme lo más lejos posible de ella.
Atribuyo la curiosidad de esta clase de damas a su limitación de conversar sobre temas abstractos. No suelen saber de dónde era Napoleón ni si Platón es una crema facial o un champú, o Cleopatra una mermelada. La gente no lee, dijo un amigo mío con quien comenté el asunto. La gente no lee ni piensa ni cocina, puesto que se consigue una cocinera.
Esta clase de gente no ha oído hablar de la enzimología. Esta rama joven de la sabiduría que estudia las enzimas, o sea las sustancias que aceleran las reacciones moleculares dentro de las células y gracias a las cuales estas reacciones pueden producirse. Existen tantas variedades de enzimas como número de distintas reacciones, y en cada célula puede haber un millar.
Pero, en fin, es perdonable que alguien no conozca los avances espectaculares de la bioquímica. Tal vez la curiosidad también sea culpa de la genética: sin embargo, no se debe abusar de las preguntas ?íntimas?. De ahí que en Inglaterra se considera de buen tono conversar sobre el tiempo: si llueve o si va a llover. Esto no compromete a nadie, como tampoco las reacciones moleculares.
Resulta aleccionador hablar también de las recetas culinarias o del descubrimiento de Australia, y de algunas ocupaciones actuales como el aumento de precio de los frijoles por el incremento de la gasolina. También esta clase de conversaciones suele ser muy fecunda. Para qué preguntar si conserva todavía la matriz. Tal vez una mujer sin ella podría alcanzar todavía sus mayores triunfos, como el Cid, que dicen que ganaba batallas después de muerto…
Hay preguntas que nadie contesta de un modo fidedigno o positivo: como cuánto dinero tienes ahorrado y cuánto pagas al fisco, cuánto a la empleada, y si has declarado tus impuestos. O si has conservado el recuerdo de tu primera noche. Son cosas que no se dicen ni deben preguntarse en el ámbito terrenal en que se desarrolla nuestra vida física, espiritual y gloriosa. ¿Para qué sirve recoger este tipo de información?.