Afortunadamente no llegó nadie y no perdí de vista el cielo alegrándome con el paulatino cambio de sus colores, por el rojo brillo del sol en su ocaso. Para muchos seres humanos la vida es una insatisfacción y cuando vienen te llenan la casa de sus problemas, pleitos y reclamos al destino.
Las cosas bellas, en cambio, son parte de una realidad hermosa: recuerdos de viajes, regalos de mis recientes cumpleaños y una bandeja de frutas con la que la espléndida naturaleza nos obsequia en el trópico. No es posible dejar de ver los silenciosos cuadros en la pared; son muchos sin ser demasiados, y casi ya no recordaba que los tenía por estar tan quietos.
Ahora aprendo a dar las gracias por todo lo que me ha sido dado y me rodea. Hay que ?especializarse? en saber gozar de las cosas pequeñas, cotidianas, nuestras, y aprender a valorarlas. La óptica de los años nos hace ser humildes. Basta disfrutar con la vida del presente, sin hacer grandes planes para el futuro, y vivir sin añoranzas de mayores cambios.
En la primera mitad de la vida, la ilusión cotidiana nos alegra la existencia; en la segunda mitad, se busca la claridad intelectual tras un período del vacío o tras un dolor, que ha sido nuestro maestro en la tarea de aprender a vivir. Hay que tratar de ?seguir viviendo? en la omnipresencia de todos los momentos felices, recogerlos del olvido.
En esta casa mía, he atendido a mis buenos amigos, he recibido gente agradable, he oído sus opiniones. Ahora básicamente me he vuelto un ser contemplativo, más que solitario, tratando un poco de estar al margen de la vida social, sin la presencia de muchas personas, las llamadas ?importantes?.
¡Hay que saber detenerse! Aprender a gozar la buena salud y disfrutar de la vida sin la compañía de otras gentes, cuya vida es habitualmente una dura batalla hasta consigo mismo. Todos tratan de ?mejorar?, de triunfar, aunque en el éxito se está más solo que en el fracaso. A medida que pasa el tiempo quedan atrás las pasiones, la ansiedad, y se vive lo que está dentro de sí mismo, y no afuera.
Convertir la memoria en conciencia, las experiencias en sabiduría. Escribir, pero no inventar cosas fantásticas sino escuchar las que están adentro de uno mismo o de sus recuerdos. Hacer resurgir las sensaciones de lo bueno que nos ha ocurrido lejos en el tiempo.
Sacudir nuestra perezosa memoria. Resucitar los muertos o lo muerto dentro de uno, es recuperar el pasado, para que no haya pasado de balde o en vano, y vivir sin prisa, puesto que la mucha prisa convierte a la vida moderna en un espectáculo televisivo. Buscar la belleza ética más que estética y transformar lo negativo en positivo, sin lo cual seríamos unos cascarones vacíos.