TikTok, como la conocemos hoy, solo tiene unos cuantos años de existencia. Pero su crecimiento no se parece a nada que hayamos visto antes. En 2021, tenía más usuarios activos que Twitter, más minutos de contenido visto en Estados Unidos que YouTube, más descargas de la aplicación que Facebook y más visitas a su sitio web que Google. La aplicación es conocida por las tendencias virales de baile, pero hubo una época en que Twitter solo se trataba de actualizaciones de 140 caracteres sobre lo que pedíamos para almorzar y Facebook estaba restringido a las universidades de élite. Las cosas cambian. Quizá ya hayan cambiado. Hace unas semanas, ofrecí una conferencia en una universidad presbiteriana de Carolina del Sur y pregunté a algunos estudiantes dónde les gustaba informarse. Casi todos dijeron TikTok.
TikTok es propiedad de ByteDance, una empresa china. Y las empresas chinas son vulnerables a los caprichos y la voluntad del gobierno chino. No hay ambigüedad posible en este punto: el Partido Comunista chino pasó gran parte del año pasado tomando medidas enérgicas contra su sector tecnológico y convirtieron a Jack Ma, el extravagante fundador de Alibaba, en un ejemplo particular. El mensaje fue inequívoco: los directores ejecutivos actuarán de acuerdo con los deseos del partido o verán sus vidas trastornadas y sus empresas desmembradas.
En agosto de 2020, el presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva en la que insistía en que TikTok se vendiera a una empresa estadounidense o fuera prohibida en Estados Unidos. En otoño, ByteDance estaba buscando un comprador, con Oracle y Walmart como los pretendientes más probables, pero entonces Joe Biden ganó las elecciones y la venta se dejó de lado.
En junio, Biden sustituyó la orden ejecutiva de Trump, que estaba redactada de forma torpe y estaba siendo impugnada con éxito en los tribunales, con una propia. El problema, como lo define la orden de Biden, es que aplicaciones como TikTok “pueden acceder y captar vastas franjas de información de los usuarios, incluyendo información personal de personas de Estados Unidos e información comercial patentada. Esta recopilación de datos amenaza con proporcionar a los adversarios extranjeros acceso a esa información”.
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Llamemos a esto el problema del espionaje de datos. Aplicaciones como TikTok recogen datos de los usuarios. Esos datos podrían ser valiosos para gobiernos extranjeros. Por eso el Ejército y la Marina prohibieron descargar TikTok en los teléfonos de trabajo de los soldados, y por eso el senador Josh Hawley redactó un proyecto de ley para prohibirla en todos los dispositivos del gobierno.
TikTok está trabajando en una respuesta: “Proyecto Texas”, un plan para alojar los datos de los clientes estadounidenses en servidores de Estados Unidos y restringir de algún modo el acceso de su empresa matriz. Pero como escribe Emily Baker-White, de BuzzFeed News, en un excelente reportaje, “el Proyecto Texas parece ser, más que nada, un ejercicio de geografía, que al parecer está bien posicionado para atender las preocupaciones sobre el acceso del gobierno chino a la información personal de los estadounidenses. Sin embargo, no aborda otras formas en las que China podría convertir la plataforma en un arma, como ajustar los algoritmos de TikTok para aumentar la exposición a contenidos divisivos, o ajustar la plataforma para sembrar o fomentar campañas de desinformación”.
Llamemos a esto el problema de la manipulación. El verdadero poder de TikTok no es el control de nuestros datos. Es la influencia que tiene en lo que los usuarios ven y crean. Es sobre el opaco algoritmo que gobierna lo que se ve y lo que no.
TikTok ha estado repleto de videos que apoyan la narrativa rusa sobre la guerra en Ucrania. Media Matters, por ejemplo, rastreó una campaña aparentemente coordinada e impulsada por 186 influentes rusos de TikTok que suelen publicar consejos de belleza, videos de bromas y tonterías. Y sabemos que China ha estado amplificando la propaganda rusa en todo el mundo. ¿Hasta qué punto nos sentimos cómodos al no saber si el Partido Comunista chino ha decidido intervenir en el tratamiento que hace el algoritmo de estos videos? ¿Hasta qué punto nos sentiremos cómodos con una situación similar dentro de cinco años, cuando TikTok esté aún más arraigada en la vida de los estadounidenses, y la empresa tenga una libertad que quizás hoy no siente para operar como le plazca?
Imaginemos un mundo en el que Estados Unidos tiene unas elecciones presidenciales reñidas, como ocurrió en 2020 (por no hablar del año 2000). Si uno de los candidatos fuera más favorable a los intereses chinos, ¿podría el Partido Comunista chino insistir en que ByteDance diera un empujón a los contenidos que favorecieran a ese candidato? O si quisieran debilitar a Estados Unidos en lugar de moldear el resultado, tal vez TikTok comience a ofrecer más y más videos con conspiraciones electorales, sembrando el caos en un momento en que el país está cerca de la fractura.
Los mil millones de usuarios de TikTok no piensan que están viendo un operativo de propaganda del gobierno chino porque, en su mayor parte, no es así. Están viendo tutoriales de maquillaje, recetas, videos de personas cantando y haciendo bailes divertidos. Pero eso lo convertiría en un medio de propaganda aún más poderoso, si se desplegara. Y como cada canal de TikTok es diferente, no tenemos forma de saber lo que la gente está viendo. Sería demasiado trivial y fácil utilizarlo para moldear o distorsionar la opinión pública, y hacerlo con discreción, tal vez sin dejar rastro.
Con todo esto, estoy sugiriendo un principio simple, aunque no será sencillo de aplicar: nuestra atención colectiva es importante. Quien controle nuestra atención controla, en gran medida, nuestro futuro. Las plataformas de redes sociales que sostienen y dan forma a nuestra atención deben ser gobernadas en el interés público. Eso significa saber quién las dirige realmente y cómo las dirige.
No estoy seguro de quiénes son los propietarios de las redes sociales que actualmente cumplen con ese supuesto. Pero estoy seguro de que ByteDance no lo hace. En ese aspecto, Donald Trump tenía razón, y el gobierno de Biden debería terminar lo que él empezó.