De hecho, en lo relativo a la soledad, “podemos hablar de dos dimensiones: una objetiva, física o real, que nos habla de estar solo, de la ausencia de relaciones, de aislamiento. La otra dimensión es de carácter subjetivo, psicológica o percibida”, comenta Amalia Ortega García, directora de Centro Óptima, un centro de psicología, pedagogía, logopedia y sexología ubicado en la localidad malagueña de Torre del Mar (sur de España).
Apego sano y seguro
Sobre la segunda dimensión, aclara la psicóloga: “Es una soledad no elegida y es la que nos habla de sentirse solo. Se pueden presentar ambas de manera simultánea (cuando la persona está sola y se siente sola) o puede ser un sentimiento (la persona está acompañada, pero se siente sola)”.
La psicóloga explica que los seres humanos tenemos miedo a la soledad porque nuestro cerebro está programado para construir un vínculo de apego desde el momento del nacimiento.
“El amor y el apego son una necesidad psicológica y física básica, ya que el bebé es el mamífero más inmaduro al nacer. Es vulnerable y dependiente, por lo que necesita cuidados y protección”, señala.
En este sentido, comenta que “el contacto físico, la ternura al sostenerlo, la capacidad de responder a sus ritmos y necesidades y la expresión de sentimientos agradables hacia él es lo que le garantiza al bebé que le quieren y, si le quieren, le cuidan y, por tanto, está garantizada su supervivencia”.
Ortega señala que esto sienta las bases de un apego sano y seguro. Luego, durante la infancia y la adolescencia se va construyendo la personalidad en un proceso interactivo y dinámico.
Una vez que se ha alcanzado la edad adulta, “en función de cómo hayan sido esos vínculos de apego y aprendizaje con los padres, la familia, las relaciones con el grupo de iguales y la comunidad educativa, nos podemos encontrar con personas que creen (de manera consciente o inconsciente) y sienten que necesitan el contacto social para sobrevivir, para estar protegidas y sentirse seguras. Cuando perciben que no lo tienen, su mente entra en modo alerta (sienten que su vida está amenazada)”, apunta.
Decisiones equivocadas
Precisamente el miedo a estar solos puede conducir a decisiones equivocadas. Así, la psicóloga indica que algunas personas, para poder sobrevivir con ese miedo y esa inseguridad, buscan relaciones en las que puedan conseguir orientación y afecto.
“En algunas ocasiones llegan a someterse a los deseos de los demás (ya sea un familiar, un amigo o la pareja) para percibir su afecto, con el elevado coste de que sean otras personas quienes dirijan su vida. Esto, con frecuencia, implica sentimientos de escasa valía, desamparo, abandono y desprecio”, describe.
Según explica la especialista, en este contexto, “la decisión que va a generar mayor dolor emocional es el mantenimiento de una relación de pareja con el espejismo del amor romántico”.
De hecho, manifiesta que la consecuencia más dolorosa del miedo a la soledad es la dependencia emocional, es decir, “la incapacidad de poner fin a la relación de pareja a pesar del sufrimiento, las renuncias personales o el maltrato psicológico, por ejemplo, en forma de faltas de respeto o humillaciones”, indica.
Ortega también aclara que cuando hay dependencia emocional es necesario pedir ayuda profesional, pues un psicólogo puede guiar a esa persona a través de un proceso psicoterapéutico para que se dé cuenta de la magnitud de la situación, pueda sentirse segura y fortalecer su autoestima.
En este sentido, subraya que si alguien necesita tomar medicación (ansiolíticos o antidepresivos) para mantenerse en una relación, este ya es motivo suficiente para acudir a un psicoterapeuta.
“Lo mismo ocurre si se tienen una serie de pensamientos irracionales del tipo nunca más voy a encontrar a alguien como él o si se cree que la pareja va a cambiar”, asevera la especialista.
Ante tales situaciones cobra especial importancia el dicho popular “más vale solo que mal acompañado”, según Amalia Ortega.
“Pero, además, hay que saber que la soledad tiene aspectos positivos. A lo largo de la vida son necesarios espacios de soledad para disfrutar de momentos de tranquilidad, para aprender a elegir, decidir y conquistar nuestra libertad. En soledad es donde esa mirada hacia adentro nos ofrece sus mejores frutos, nos conocemos con todas nuestras luces y sombras y, en definitiva, conectamos con nosotros mismos. Se trata de disfrutar de uno mismo en esa soledad, saboreando el hecho de sentirnos seres completos”, afirma la psicóloga.
Consejos prácticos
Así, para aprender a vivir solo, en el sentido de hacerse cargo de la propia vida, la especialista ofrece algunos consejos:
- Concederse un espacio para el autoconocimiento, para la introspección, “ya que esto es fundamental para tener un autoconcepto sano y ajustado”. Por ello, recomienda participar en retiros y talleres.
- Practicar “mindfulness” o atención plena, “una herramienta eficaz para reducir el estrés que facilita esa mirada interior imprescindible para el crecimiento personal”, destaca.
- Darse cuenta de si se tienen creencias irracionales que se han mantenido en el tiempo. En caso de que la respuesta sea afirmativa, hay que pedir ayuda psicológica “para poder desarrollar una mayor flexibilidad mental y disfrutar de una adecuada adaptación a los retos que presenta la vida para, de esta manera, ser feliz”, apunta.
- Mantener un estilo de vida saludable, con una alimentación equilibrada, descanso y ejercicio físico, así como también mantener relaciones saludables.
- Cultivar un abanico de actividades de ocio.
- Escribir un diario puede ser de ayuda, pues es una forma de “reflexión y toma de conciencia”, expone.
- Por último, la psicóloga recomienda mimarnos, pues “cuando mantenemos la conexión mente y cuerpo, observamos las sensaciones en el cuerpo, identificamos las emociones, nos escuchamos de una forma amable, con cariño, y nos concedemos actividades con el objetivo de sentirnos a gusto. Estas pueden ser quedar con amigos, recibir un masaje, ir a un concierto, a la playa, a la peluquería, etc.”, concluye la experta.