El coronavirus ya ha conseguido que en Países Bajos el cierre total de este tipo de granjas se adelante de 2024, cuando estaba previsto, a marzo de 2021. Es posible que otros países, al menos en Europa, sigan su estela, porque los casos de COVID-19 en este tipo de explotaciones no paran de aumentar.
En el momento de escribir este artículo se han reportado infecciones por SARS-CoV-2 en 52 granjas de Países Bajos, 2 en Estados Unidos, 1 en España y 18 en Dinamarca. En este último país, las granjas afectadas se han triplicado en menos de 10 días.
Los primeros casos se detectaron a mediados de abril en varias granjas de Países Bajos. En un principio, se pensó que era un hallazgo puntual en el que el virus había conseguido transmitirse de forma excepcional desde un trabajador infectado asintomático a algunos de los visones en las granjas.
Que los visones se infecten con el virus no es algo inesperado, ya que otras especies de mustélidos, como los hurones, han demostrado ser altamente susceptibles al SARS-CoV-2. Al menos, en condiciones experimentales. Esta especie no solo se infecta y sufre la enfermedad, sino que además excreta grandes cantidades de virus en fluidos orales, heces y orina. Además, los hurones infectados son capaces de transmitir el virus a otros sanos, aunque estos se alojen en jaulas separadas varios centímetros.
Lo que ha sorprendido a los investigadores es la velocidad a la que se transmite el virus entre los visones. Una vez introducido el coronavirus en la granja, se disemina de manera explosiva. Tanto que puede infectar prácticamente a todos los animales en pocos días, como se observó en la granja de Teruel en la que el SARS-CoV-2 se detectó en un 87 % de los animales.
Otro aspecto llamativo de la infección en visones es la gran variedad de cuadros clínicos que puede presentar. En algunos casos los animales han mostrado síntomas respiratorios; en otros, síntomas digestivos (sobre todo diarrea). En una proporción alta de las granjas la infección ha sido asintomática. Este es un factor clave que puede haber permitido la expansión silenciosa de la enfermedad.
Por eso la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) ya reconoce que no se puede esperar a ver síntomas clínicos para iniciar los análisis de diagnóstico, sino que es imprescindible desplegar una vigilancia activa basada en PCR y serología periódica. Solo de esta forma se podrá detectar un brote de enfermedad de forma temprana y tomar las medidas adecuadas de control y prevención.
La propagación del virus avanza imparable en las granjas de visones de Países Bajos, a pesar de las estrictas medidas de prevención y bioseguridad impuestas. El virus afecta ya al 43 % de todas las explotaciones peleteras del país. Ante esta situación, el gobierno holandés activó un equipo de investigación de brotes que ha estado realizando una intensa labor de vigilancia sanitaria.
Los primeros resultados derivados de este trabajo se han publicado recientemente en este estudio pendiente de revisión por pares. En él se demuestra que trabajar en una granja de visones es un factor de riesgo para sufrir COVID-19, ya que el 68 % de los trabajadores y sus familiares se infectaron.
En varias granjas se pudo comprobar que los brotes se iniciaron por transmisión desde un trabajador infectado. Sin embargo, en muchos casos, los investigadores no han conseguido determinar la vía de transmisión entre las granjas. Aunque las personas parecen las principales culpables de la propagación del virus, no se descartan otras posibilidades, como gatos asilvestrados que merodean por las granjas y que también pueden infectarse.
Un mundo, una salud
La situación es alarmante y merece atención e investigación urgente. No solo por la velocidad a la que se están detectando nuevos casos en visones, sino porque se ha podido probar que estos animales pueden transmitir el virus “de vuelta” a los humanos. Parece que estos casos de contagio de visón a humano no han sido excepcionales, sino que se han producido numerosas veces en varias granjas de Países Bajos. Datos muy recientes (aún sin publicar) procedentes de Dinamarca, parecen confirmar estos hallazgos.
Toda esta información apoya la hipótesis de que los visones podrían convertirse en reservorios de la enfermedad y eso es tremendamente preocupante. Situaciones similares se han producido con otros virus zoonóticos y otros animales, como por ejemplo la rabia en mapaches y mofetas y la tuberculosis en tejones.
En un escenario, esperemos próximo, en el que se consiga controlar la transmisión del virus entre las personas, no podemos correr el riesgo de que existan poblaciones de animales que mantengan, amplifiquen y transmitan el SARS-CoV-2. Se trata de un ejemplo más del concepto One Health (una sola salud).
Para evitarlo es imprescindible implementar programas de vigilancia sanitaria en todas las instalaciones donde se críen mustélidos y apostar de forma urgente y decidida por una cooperación efectiva entre los profesionales de sanidad animal y salud pública.
Elisa Pérez Ramírez, Viróloga veterinaria en Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA), Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.