El abanico de insultos, recogidos del léxico de todos los países de habla hispana, es casi inagotable. Y es que, ¿por qué limitarse a emplear el término tacaño, si existe durañón, codo y cenaoscuras? ¿Por qué conformarse con el habitual torpe cuando existen pañuso o chambón?
El compendio, de más de 2 mil entradas, es un diccionario de uso que aporta ejemplos destinados a evitar la excesiva reiteración de palabras como el popular pendejo en México, que, desde el punto de vista de Montes de Oca, está demasiado usado y es altisonante.
“Si estás en una escuela y dices 'oiga, profesor, usted es un pendejo', te van a correr (echar) de la escuela (…), si le dices '¿oiga, no cree usted que su pregunta es muy zafia, profesor?', lo estás insultando igual, pero de otra manera”, ejemplificó la lingüista.
Las palabras provienen de una investigación en diccionarios como el de la Real Academia de la Lengua, el María Moliner, el etimológico de Joan Corominas o el de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua.
Después de meses de trabajo, Montes de Oca se plantea: ¿Hay buenas o malas palabras? Las buenas palabras ¿dónde están?, o ¿por qué hay una palabra que está bien u otra que está mal?
Mientras que algunos insultos pueden ayudar a expresarse, esas palabras que tienen que ver con el sexo, con la enfermedad y la integridad física (como promiscuo, tullido o gordo), generalmente son las que se convierten en malas palabras, señaló.
Fuera de la recopilación han quedado términos normales, los que utiliza todo el mundo, a pesar de que se han infiltrado algunos de ellos, como boludo, pero al hacer referencia a la acepción original, que en ocasiones data de siglos atrás.
Es el caso de boludo, que en el diccionario aparece con la descripción de torpe, lento: “De ahí que los argentinos lo utilicen para decir que alguien es muy tonto, pero era torpe en el original“, explica la lingüista.
De acuerdo con los estudios, las malas palabras se van desgastando y se van utilizando más; mientras más se utilizan, se va desgastando esa carga que tenían.
Esto sucedió con la palabra buey en México, que inicialmente se empleaba para decir a alguien que era tonto y más tarde se convirtió en una muletilla, como en Argentina ocurre con che, relata Montes de Oca.
“No es que utilicemos más o menos (insultos), simplemente los jóvenes están más abiertos a utilizar las palabras de antes, cuando había una costumbre de que no podías usar malas palabras delante de tu papá”, añadió.
En definitiva, argumentó, con la proliferación de estas palabras el lenguaje no tiene por qué perder, porque hay insultos muy elegantes. Al emplearlos, también “te estás llenando de cultura y de lenguaje antiguo”.
“Es un libro para insultar con propiedad, y un diccionario que les va a servir a todos”, concluyó la lingüista, quien aspira a que el volumen se quede en el escritorio de los lectores y que, cuando envíen un mensaje de WhatsApp, este finalice con un inesperado ¡indino!.