La psicóloga clínica Manuela Méndez explica que sentir vergüenza emerge como consecuencia de una interpretación “errónea o desfavorable” de algo que se realizó y que podría implicar -según se ha creído- un juicio o un comentario negativo sobre uno mismo.
Aunque la vergüenza se ve moldeada por una incomodidad de la cual quisiéramos huir inmediatamente luego de atravesarla, nos hemos acostumbrado a ella desde temprana edad, ya que se trata de una experiencia aprendida, heredada y socializada, infiere Méndez.
“Es un sentimiento provocado y aprendido por el relacionamiento con la sociedad; sin embargo, es natural y hasta cierto punto, sirve para la adaptación al entorno“, comparte la psicóloga.
La también especialista en salud mental Helen Muñoz explica que esta forma de reacción emocional ante el mundo activa cambios fisiológicos en los que se llegan a dilatar vasos sanguíneos del rostro, por lo que, entre varias cosas, sonrojamos cuando nos sentimos avergonzados.
Los momentos de vergüenza pueden verse manifestados a través de retraimiento, timidez, sentimiento de ineficiencia, limitación en las acciones futuras, una mala autopercepción, así como angustia.
Cabe mencionar la relación que existe entre lo vergonzoso y sensaciones profundas que incluyen el miedo y la autoestima. “La influencia es alta; entre más insegura se sienta la persona consigo misma, más temor al rechazo o la crítica tendrá, por lo que se elevarán las posibilidades de sentirse avergonzada”, comparte Muñoz.
Manuela Méndez recuerda que el pasado también genera un peso en lo que las personas entienden hacia el presente como vergüenza: “Es una respuesta a una situación que antes generó miedo y que provoca una sensación de invalidez o insatisfacción”.
Cómo la sociedad moldea la vergüenza
¿Hay un medidor para determinar qué algo es vergonzoso? Según apuntan las entrevistadas, esto dependerá mucho de lo que hemos aprendido en el proceso de crecimiento, e incluso de las asignaciones sociales que nos rodean.
“Como lo que consideramos inapropiado suele ser una construcción sociocultural, las creencias de lo que consideramos aceptado o no pueden variar entre diversas culturas o personas debido a los aprendizajes que cada uno ha tenido, sin embargo, algunos autores consideran que las mujeres están más expuestas a sentir vergüenza que los hombres, así como a padecerla más en la población joven que en los mayores“, comparte Muñoz.
Estas categorizaciones alrededor de la vergüenza mediante la edad y el género encuentran una vinculación con el temor, ya que la experiencia vergonzosa se basa en el no cumplir una expectativa, fallar en algo planificado o en el supuesto descubrimiento de una debilidad.
Para ahondar más en la relación de la sociedad con la vergüenza, Manuela Méndez explica que históricamente nos han acostumbrados a provocar juicios o estigmas de como debe ser algo o alguien, así como a desarrollar los parámetros para no ser juzgado, criticado y ser víctima de burlas.
Méndez agrega que las personas que sufren de altos niveles de vergüenza tienen una relación baja y limitada con la sociedad por lo que tratan de pasar desapercibidos o con un perfil bajo, no realizan actividades grupales y su pensamiento gira alrededor del qué dirán las otras personas.
¿Qué podemos aprender de la vergüenza?
Las entrevistadas comparten que reconocer la vergüenza y experimentarla nos permite conocer nuestras emociones, nuestros límites y vencer nuestros miedos.
“Todas las emociones tienen una intención positiva y la vergüenza no es la excepción. Parte del proceso es generar una autorreflexión”, comparte Helen Muñoz. La psicóloga sugiere que luego de sentirse avergonzadas, podríamos preguntarnos:
- ¿Por qué me siento así?
- ¿Por qué creo que esto podría afectarme?
- ¿Esto que siento me limita en algo?”
Asimismo, la psicóloga argumenta que la vergüenza puede mostrarnos nuestros temores y ayudar a que evaluemos si dichos miedos son una verdadera amenaza o los estamos magnificando.
De acuerdo con Manuela Méndez, algunas recomendaciones para perderle miedo a la vergüenza pueden ser las siguientes:
- Comprender que la vergüenza es un sentimiento normal frente a una estimulación nueva.
- Darse cuenta de los pensamientos negativos, aceptarlos y adaptarlos sin convertirlos en excusa para no actuar.
- Evitar las autocríticas, los autoreproches y las malas percepciones.
- No sentir vergüenza de la propia vergüenza (aunque sea paradójico).
- Evitar no hacer cosas por vergüenza a las críticas de los demás.
- Acudir con un profesional de la salud mental si la vergüenza es incontrolable y poco tolerable.
El miedo a la vergüenza
Verse atemorizado por la vergüenza puede responder a una serie de experiencias no resueltas en el pasado. La académica y escritora estadounidense Brené Brown sostiene esta idea al proponer que la vergüenza es atravesada en gran medida por personas que no logran enunciar ciertos traumas.
A consideración de la psicóloga Méndez, la premisa expuesta anteriormente alude al hecho que la vergüenza “nace de una fragilidad emocional o una vulneración” que es producto de un miedo.
“Estamos acostumbrados a reprimir, bloquear o silenciar nuestros traumas y dolores, los cuales, aunque no los hablamos, los sentimos o pensamos constantemente. Mientras no trabajemos esos traumas y no se permita sentir eso que nos hace vulnerables, nos limitaremos hacer lo que queremos”, agrega la especialista.
A decir de la psicóloga Helen Muñoz, aunque la emoción de la vergüenza esté presente en la mayoría de personas, existe una necesidad constante de huirle. ¿Pero qué tan obvio es esto? Según la consultada, esto responde a la costumbre del miedo.
“Hemos aprendido a que está mal fallar o equivocarse, lo cual es absurdo ya que todos nos equivocamos o fallamos en muchos momentos de nuestra vida, sin embargo, como es algo que no se espera de nosotros, queremos esconderlo, que nadie se entere; es cuando se hace público y queda en evidencia, que surge la vergüenza“, sostiene Muñoz.