Es una parte fundamental del proceso aprendizaje-enseñanza y el profesorado tiene que desarrollar una competencia docente como es saber evaluar, creando situaciones precisas de evaluación-aprendizaje que no necesariamente son pruebas o exámenes.
“Esto se logra mediante las estrategias o técnicas que mejor funcionen para lograr que los estudiantes aprendan, pero además, les guste lo que están aprendiendo y desarrollando la autorregulación (regular nuestras metas y saber cómo alcanzarlas) y la metacognición (aprender a aprender), que son dos condiciones fundamentales para la vida y la vida feliz”, dice el magister Armando Najarro Arriola, académico docente de Facultades de Humanidades y Teología de la Universidad Rafael Landívar .
“No solo para la niñez, sino a todo nivel, que el mayor punto de evolución en la evaluación ha sido dejar atrás la idea que es sinónimo de “entrega de cuentas” para pasar a una época de ver y practicar dicha evaluación como una manera más de mejorar y continuar aprendiendo”, agrega Najarro.
Expresa que hay un cambio de paradigmas y en la actualidad es que los estudiantes muestren lo que saben hacer con lo que han aprendido y en un contexto rico en valores y actitudes deseables, y también en oportunidades de demostrarlo.
Con esas premisas el profesorado puede ir puliendo la idea de desarrollar en mayor forma no solo la memoria (que era la capacidad que más se desarrollaba antes), sino otras capacidades de más alto nivel como pueden ser el análisis, la síntesis, la resolución de problemas y ante todo, la creatividad tan necesaria en esta época de incertidumbres.
Por su parte, Isabel Agüera, maestra y escritora invitada de la III Cumbre Internacional de Educación, evento organizado por la Editorial Piedrasanta, agrega que parte de la estrategia de aprendizaje es la lectura, pero a manera que los estudiantes aprendan, analicen y los maestros se cercioren que los niños han comprendido, que saben contar la experiencia y para ello es necesario buscar formas de hacerlo. “Lo que se aplica y puede servir es lo que vale”, reflexiona.
La escritora también cuenta una anécdota de una niña que repitió dos veces primero primaria. A la niña no le gustaba leer y solo disfrutaba de peinar a sus compañeros.
La maestra hizo un trato con ella, a cambio de que leyera, Agüera le regalaba un peine. Así lo hicieron muchas tardes y al final del curso la estudiante aprendió a deletrear y leía pequeños textos. La maestra comparte que muchas veces se tacha a niños de malos estudiantes porque no les gusta la escuela o tienen otras actitudes, pero ella considera que cuando un niño fracasa el maestro no ha dado todo de sí para integrarlo.
Agüera también hace énfasis que en el aula es importante también promover el humor y que los niños se rían y sean felices.
De frente al estudiante
Najarro comenta que es importante reconocer qué está evaluando el profesor o la profesora. Si es para diagnosticar lo que saben sus estudiantes, deben tener la libertad para que puedan expresar y demostrar qué saben.
Si es para ver cuál es el nivel de dominio de una competencia o de un objetivo, lo esencial es la retroalimentación que se ofrezca al estudiante para mejorar sus errores y que siga aprendiendo. Y si es una evaluación final se deben brindar diversas oportunidades para que los evaluados demuestren lo que saben hacer en el contexto necesario.
El aprendizaje encierra muchos tipos de contenidos. “No se debería hablar de fallas sino simplemente hay diferencias para captar o para dominar cierto tipo de competencias”, agrega el catedrático. Pero en todo caso, cuando se presentan dificultades, el proceso básico es la evaluación formativa bajo la forma de retroalimentación. Hay diferentes formas y manera de hacerlos, pero lo fundamental es que el estudiante se sienta acompañado y tenga oportunidad de demostrar su mejoría.
Si se evidencia lo anterior, el aprendizaje cobra otro sentido y la evaluación cumple de mejor forma sus funciones para elevar la calidad.
Las otras habilidades
En este contexto la observación de los estudiantes es primordial y el reconocer sus distintas habilidades.
El experto comenta que es importante dar oportunidad a desarrollar aquello para lo que se trae facilidad, gusto y deseo.
En este caso el arte es importante fomentarlo. La escuela o colegio tiene que abrirse ya que si eso se desarrolla, la mentalidad se encuentra con más disposición para aprender otras habilidades como la numérica, o la de la comunicación.
En el caso del arte y las matemáticas no rivalizan, se complementan. “Creo que mucha de la niñez las desarrollará fácilmente mientras no se le castigue queriéndole etiquetar o poner una camisa de fuerza. Deben desarrollar desde pequeños y pequeñas, gusto por el arte y por los números, por las ideas, por la cuantificación, porque tendrán mucha utilidad en su futuro”, agrega.
Ideas en el salón de clase
El magister Armando Najarro Arriola, académico docente de Facultades de Humanidades y Teología de la Universidad Rafael Landívar también menciona algunas ideas y soluciones dentro del aula.
- Debemos estar evaluando en todo momento (con diferentes fines, de diferentes formas –formal e informalmente-, pero evaluando para provocar la mejora).
- No haga a la niñez repetir lo estudiado, cree situaciones de aprendizaje donde puedan aplicar lo que han aprendido. Se aplica a la educación presencial y a distancia.
- La evaluación debe dar cabida a la creatividad y al pensamiento divergente de la niñez (y aún a otros niveles, incluyendo el universitario).
- Parte de esa creatividad consiste en brindar muchas oportunidades para demostrar lo que saben, aplicando elementos de inclusión educativa.
- Busque actividades como una obra de teatro, hacer un mural, crear proyectos, exposiciones, dibujos y otras acciones que hagan dinámico el aprendizaje.
Del miedo a otras maneras de ver los avances
El magister Armando Najarro Arriola, académico docente de Facultades de Humanidades y Teología de la Universidad Rafael Landívar comparte que las evaluaciones tienen historia. A mediados del siglo pasado predominaba mucho secretismo, en un ambiente muy feudal y con una solemnidad que provocaba miedo y ansiedad se evaluaba la memoria. Los estudiantes se sometían a pruebas que se llevaban selladas del Ministerio respectivo.
Con los años se democratizó un poco y se le dio la confianza al profesor para que cada uno hiciera sus propias pruebas, partiendo de la premisa que cada quien sabía mejor las necesidades y particularidades de sus alumnos. “Fue un momento de más apertura democrática, pero que no supo dejar atrás el ambiente de temor, miedo, ansiedad y en general, un momento de entrega de cuentas”, dice el experto y aunque seguía predominando la memoria, había cierta apertura a otras habilidades y destrezas.
En un tercer momento que en general se da de los años dos mil hacia la actualidad existe un cambio en que se va entendiendo que los modos de evaluar a la niñez (en general al educando), deben ser más identificados con situaciones a resolver que con pruebas de papel y lápiz, que bajo presión o tensión no se obtienen los mejores resultados. “La evaluación no es sinónimo de castigo represión o sorpresa, sino un momento de aplicar lo aprendido al resolver situaciones de la vida. Menos memoria, más desempeño mediante habilidades y destrezas”, agrega.