Salud y Familia

Poemas para agradecer a los maestros en su día

El 25 de junio es un día especial para agradecer la labor que hacen día a día los maestros y dar a conocer la importancia de su trabajo. Este año, dedique un poema a aquellos docentes que han dejado huella en su vida.

“Dímelo y lo olvidaré. Enséñame y lo recordaré. Involúcrame y lo aprenderé”, dice una célebre frase de Benjamin Franklin que hace alusión al trabajo que hacen los maestros día a día. Una profesión que, aunque parezca sencilla, requiere de muchas horas de trabajo, paciencia, dedicación y el deseo de dejar huella en todos aquellos que están dispuestos a aprender.

A lo largo de la vida hemos conocido diferentes tipos de maestros, unos más estrictos que otros, algunos cariñosos, compresivos y divertidos. Todos han sembrado una semilla que con los años crece y nos ayuda a enfrentar la vida, ya sea en el ámbito profesional o personal. Aunque no a todos se les recuerda con alegría, a la mayoría se les tiene un agradecimiento por su dedicación y por lo que nos han enseñado.

Celebración en Guatemala

En el país cada 25 de junio se celebra el Día del Maestro en conmemoración del asesinato de la maestra María Chinchilla, quien falleció por acciones violentas del gobierno de Jorge Ubico cuando participaba en una manifestación de docentes y estudiantes universitarios contra el régimen opresor del gobierno.

Según una nota de Prensa Libre, el hecho ocurrió en la 6a. avenida y 17 calle de la zona 1. En ese sitio fue colocada una placa dorada que señala el área donde fue asesinada la maestra originaria de Asunción Mita, Jutiapa.

Chinchilla se graduó de maestra en 1927, en el Instituto para Señoritas de Jalapa, y fue abanderada de su promoción. Desempeñó la docencia en el referido municipio y en las escuelas Felipe Flores, Manuel Cabral y María Minera, en la capital.

Poesía como agradecimiento

La poesía se concibe como la expresión artística de la belleza dicha en palabras. A través de ella muchos escritores han expresado su amor, alegría angustia, dolor y tristeza hacia diferentes temas. Por ello, es la herramienta ideal para dar a conocer su agradecimiento a aquellos docentes que le han dejado grandes enseñanzas.

A continuación, le compartimos algunos poemas que podría dedicar:

1. “Educar” de Gabriel Celaya

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca…
Hay que medir, pensar, equilibrar…
y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar,
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño,
irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que, cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.

2. “La maestra rural” de Gabriela Mistral

La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos», decía,
«de este predio, que es predio de Jesús,
han de conservar puros los ojos y las manos,
guardar claros sus óleos, para dar clara luz».

La Maestra era pobre. Su reino no es humano.
(Así en el doloroso sembrador de Israel.)
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!

La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!
Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.
Por sobre la sandalia rota y enrojecida,
tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.

¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,
largamente abrevaba sus tigres el dolor!
Los hierros que le abrieron el pecho generoso
¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!

¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía
el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor
del lucero cautivo que en sus carnes ardía:
pasaste sin besar su corazón en flor!

Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste
su nombre a un comentario brutal o baladí?
Cien veces la miraste, ninguna vez la viste
¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!

Pasó por él su fina, su delicada esteva,
abriendo surcos donde alojar perfección.
La albada de virtudes de que lento se nieva
es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?

Daba sombra por una selva su encina hendida
el día en que la muerte la convidó a partir.
Pensando en que su madre la esperaba dormida,
a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.

Y en su Dios se ha dormido, como un cojín de luna;
almohada de sus sienes, una constelación;
canta el Padre para ella sus canciones de cuna
¡y la paz llueve largo sobre su corazón!

Como un henchido vaso, traía el alma hecha
para volcar aljófares sobre la humanidad;
y era su vida humana la dilatada brecha
que suele abrirse el Padre para echar claridad.

Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta
púrpura de rosales de violento llamear.
¡Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta, las
plantas del que huella sus huesos, al pasar!

3. “A un sembrador” de Gabriela Mistral

Siembra sin mirar la tierra donde cae el grano. Estás perdido si consultas el rostro de los demás. Tu mirada invitándolos a responder, les parecerá una invitación a alabarte y aunque estén de acuerdo con tu verdad, te negarán por orgullo la respuesta. Dí tu palabra y sigue tranquilo sin volver el rostro. Cuando vean que te has alejado, recogerán tu simiente. Tal vez, la besen con ternura y la lleven a su corazón.

Habla a tus hermanos en la penumbra de la tarde para que se borre su rostro y vela tu voz hasta que se confunda con cualquier otra voz. Harás como la rama que no conserva huella de los frutos que ha dejado caer. Harás como el padre que perdona al enemigo si lo encuentra besando a su hijo.

Déjate besar en tu sueño maravilloso de redención. Míralo en silencio y sonríe.

Bástete la sagrada alegría de entregar el pensamiento, bástete el solitario y divino saboreo de su dulzura infinita. Es un misterio al que asisten Dios y tu alma. ¿No te conformas con ese inmenso testigo? El supo, El ya ha visto, El no olvidará.

4. “La canción del maestro” de Manolo G. Manrique

Los niños son almas que mi alma ilumina
violetas que aroman mi huerto interior;
son besos de aurora y arrullos de fuente,
sonrisas de arcángel y efluvios de amor.

Mi vida con ellos transcurre dichosa
sin nubes que opacan ni penas que enlutan
pues tienen fulgores de luz matutina
las plácidas horas que alegres disfrutan.

Les debo a mis niños la gloria secreta
de hacer provechosa mi humilde labor,
de ser cual un río que alegre susurra
dejando en mi orilla un fresco verdor.

Yo quiero por esto, formar a mis niños
legión de artesanos que aspiren el bien
y anhelo que ganen, por buenos y honrados
laureles preciosos de adorno en su sien.

ESCRITO POR:

Andrea Jumique Castillo

Periodista de Prensa Libre especializada en temas de salud, bienestar y cultura, con 5 años de experiencia.