¿Sabía que las expresiones de sentir “mariposas en el estómago”, tener “un nudo en la garganta” o cuando parece que la “cabeza nos va a estallar” no son solamente frases hechas?
Según la doctora Rosa Molina, psiquiatra con especial formación en neurociencia clínica, “se trata de sensaciones reales que se desencadenan en diferentes partes de nuestro cuerpo cada vez que experimentamos una emoción, ya sea enfado, tristeza o alegría, y que son tan reales como el dolor de una pancreatitis”.
Para la doctora Molina, “todas nuestras experiencias, emociones y sentimientos se producen antes que nada en el cuerpo, y por ejemplo el sufrimiento psíquico en muchas ocasiones solo se libera a través de sensaciones físicas”.
“Nuestro cuerpo puede ser asimismo el vehículo a través del cual podemos incidir positivamente en nuestra mente mediante la actividad física y el deporte, la práctica del ‘mindfulness’ (técnica de meditación de atención plena) o compartiendo un abrazo o una caricia en el momento adecuado”.
La doctora Molina destaca la importancia de nuestro cuerpo para comprender nuestras emociones y cuidar de nuestro bienestar físico y mental.
Podemos aprender a entender nuestras emociones a través de lo que expresa nuestro cuerpo, señala Molina en su libro ‘Una mente con mucho cuerpo’, donde además de explicar como conseguir este aprendizaje, ofrece algunas claves para regular nuestros estados de ánimo, tomar mejores decisiones o hacer frente a la adversidad.
“Las emociones se inscriben en el cuerpo, se manifiestan en todo nuestro organismo. Podría decirse que “cobran cuerpo” y que, gracias a su capacidad de afectar la fisiología orgánica, podrían considerarse como la forma más corporal de actividad mental”, según puntualiza Molina.
DE LA MENTE AL CUERPO
“Un ejemplo de la relación existente entre la mente y el cuerpo lo hallamos en los efectos del estrés en nuestro sistema inmunitario”, explica.
“Tanto si se trata de un agente físico como si obedece a elementos psicológicos, el estrés reduce nuestras defensas frente a los ataques externos, nos debilita, nos hace más vulnerables, al suprimir los procesos de inflamación”, señala.
Esto se produce, básicamente, por la inhibición de los glucocorticoides, las hormonas reguladoras que se liberan durante estos procesos, como el cortisol, según Molina.
“Nuestro sistema inmune se inhibe en una situación de estrés, y se inhibe en el largo plazo, en el caso del estrés crónico”, recalca.
DEL CUERPO A LA MENTE
A la inversa, lo que ocurre en nuestro cuerpo, repercute en lo que sucede en nuestra mente.
Por ejemplo, “nuestra postura corporal es muy importante, dado que refleja la manera que tenemos de posicionarnos frente al mundo. Todos hemos experimentado lo diferente que es andar con la cabeza gacha y movimientos lentos, en comparación con marchar con el cuerpo estirado y movimientos enérgicos” señala.
Según Molina, “es muy difícil reírse o sentirse enérgico yendo con el cuerpo encorvado, porque esta postura no invita a hacerlo, y al revés es difícil imaginarse a uno mismo estirando los brazos y dando saltos con cara de enfado. Sería algo incongruente”.
“Cuando nos sentimos fuertes y capaces, inconscientemente llevamos esa sensación al cuerpo, se la transmitimos con nuestras posturas y movimientos”, recalca.
CUERPO EN MOVIMIENTO
“Mover el cuerpo nos ayuda casi de manera inmediata a pensar mejor. Algunos estudios muestran cómo la capacidad aeróbica se relaciona con capacidades cognitivas como la lógica y la matemática y con otras como la velocidad de procesamiento de la información, el manejo de la información espacial, la capacidad de autocontrol”, explica esta psiquiatra.
“En la sociedad actual, nos olvidamos de que la actividad física es un factor clave de nuestro rendimiento y nuestra salud. Es preciso enfatizar la importancia del ejercicio físico en niños y adolescentes y no solo en la vejez. Ejercitarse permite mejorar el rendimiento académico y el bienestar físico y mental”, añade.
DETENER LA CORRIENTE MENTAL
Por otra parte, la doctora Molina comparte con EFE tres medidas prácticas para sosegar nuestras emociones cuando sentimos que se descontrolan o nos desbordan en momentos difíciles.
DEMORAR
Como primera medida, esta especialista recomienda utilizar la técnica del “tiempo fuera”, consistente en “esperar, demorar” la preocupación o el agobio, en lugar de sumergirse automáticamente en estos estados mentales. Aconseja detenerse, en lugar de dejarse arrastrar por la corriente mental negativa.
“Cuando tenemos un estado emocional intenso, nos vienen un montón de pensamientos negativos a la cabeza. No podemos dejar de pensar y lo que pensamos es cada vez más catastrofista. Ponemos el foco en nuestras debilidades e inseguridades”, indica.
“En esos momentos es bueno parar, poner en perspectiva lo que nos está sucediendo, y plantearnos cómo nos vamos a sentir dentro de unos meses o años con respecto a este trance actual”, aconseja.
APRENDER A TOLERAR EL MALESTAR
La segunda medida consiste en plantearnos la necesidad de aprender a tolerar ese malestar. “Si estamos sintiendo rabia, frustración, ira o miedo, en vez de huir de esa emoción que nos desborda, escapando a la carrera o yéndonos de un sitio dando gritos, podemos exponernos a esa emoción, enfrentarla, dejar que toque nuestro cuerpo y aprender a soportarla”, sugiere.
Según Molina podemos decirnos a nosotros mismos: “Me está invadiendo una emoción, es muy desagradable, pero voy a quedarme ahora con esta sensación. Voy a transitarla, esperando, dejando pasar este tiempo de desborde y recordando que en estos momentos no debo tomar decisiones importantes o actuar impulsivamente, porque estoy cegado por el malestar”.
APOYARSE EN LOS DEMÁS
La doctora Molina aconseja pedir ayuda, hablar con alguien, llamar a un amigo o un familiar, porque “cuando tenemos una emoción muy intensa nos desbordamos y olvidamos que no solo necesitamos autorregularnos emocionalmente. Si no que también necesitamos a otras personas para regularnos”.
“Es una forma de gestión emocional que sucede desde que venimos al mundo, cuando somos pequeños y nos regulan nuestros padres. Somos seres sociales que podemos pedir ayuda a otras personas. Hablarles de nuestras emociones y contarles como nos encontramos, ya tiene en sí mismo un efecto regulador”, concluye.