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Lo que un nuevo amor le hace a tu cerebro
La ciencia ha evidenciado que el estado de enamoramiento no es solo una experiencia emocional, sino también un fenómeno neurológico que altera diversas áreas del cerebro.
“El amor romántico es un impulso”, afirma Fisher. “Es un impulso básico de apareamiento que evolucionó hace millones de años para enviar tu ADN al mañana. Y puede pasar por alto casi cualquier cosa”. (Foto Prensa Libre: Bianca Bagnarelli/The New York Times)
La ciencia lo ha demostrado: estar enamorado puede alterar las zonas del cerebro vinculadas al deseo, el impulso, la concentración o la motivación.
Un nuevo amor puede consumir nuestros pensamientos, sobrecargar nuestras emociones y, en ocasiones, hacer que actuemos de manera extraña.
“La gente suspira por amor, vive por amor, mata por amor y muere por amor”, dijo Helen Fisher, investigadora del Instituto Kinsey de la Universidad de Indiana. “Es uno de los sistemas cerebrales más potentes que ha desarrollado el animal humano”.
Los científicos han estudiado lo que ocurre en nuestros cerebros cuando estamos en esos primeros y embriagadores días de enamoramiento, y si realmente puede alterar nuestro modo de pensar y actuar. Sus hallazgos sugieren que las letras de las canciones y las historias dramáticas no son producto de una exageración: un nuevo amor puede trastornar nuestras cabezas.
Los expertos definen el “amor romántico” como una conexión más profunda que la lujuria, pero distinta del apego asociado a una relación de pareja duradera. En algunos de los pequeños estudios que han analizado este estado de enamoramiento, los investigadores colocaron a personas en las primeras fases de una relación romántica (normalmente menos de un año) en escáneres de resonancia magnética para ver qué ocurría en sus cerebros mientras miraban fotos de sus parejas. Descubrieron que los participantes mostraban una mayor actividad en zonas del cerebro ricas en el neuroquímico dopamina y en las áreas que controlan los sentimientos de la necesidad y el deseo. Estas regiones también se activan con drogas como la cocaína, lo que lleva a algunos expertos a comparar el amor con una especie de “adicción natural”.
Estudios sobre los topillos de las praderas (sí, ha leído bien) corroboran estos hallazgos. Estos roedores son una de las pocas especies de mamíferos que se emparejan de por vida, por lo que los investigadores los utilizan a veces como modelo científico de las parejas humanas. Los estudios demuestran que cuando estos animales se unen, el sistema de recompensa del cerebro se activa de manera similar, provocando la liberación de dopamina.
“El amor romántico no emana de la corteza cerebral, donde se piensa; tampoco emana de las regiones cerebrales del centro de la cabeza, vinculadas a las áreas límbicas, que se relacionan con las emociones”, afirma Fisher, que dirigió uno de los primeros estudios en humanos sobre el tema y, además de su función en el Instituto Kinsey, es la principal asesora científica de la web de parejas Match.com. “Se basa en las regiones cerebrales relacionadas con el impulso, con la concentración y con la motivación”.
Este tipo de actividad de la dopamina podría explicar por qué, en las primeras etapas del amor, se tiene la irresistible necesidad de estar constantemente con la persona amada, lo que la literatura sobre adicciones denomina “ansia”. De hecho, una investigación preliminar llevada a cabo por Sandra Langeslag, profesora asociada de neurociencia del comportamiento en la Universidad de Missouri, en San Luis, sugiere que algunas personas ansían a su amante como ansían una droga.
En uno de los pocos estudios que comparan directamente el amor y la adicción, el cual aún está en curso y no se ha publicado, Langeslag mostró a 10 personas que vapeaban nicotina fotos de su amante y fotos de otras personas vapeando (un experimento clásico utilizado para provocar el deseo). Los participantes valoraron más su deseo de estar con su pareja que su deseo de vapear.
Otra investigación del laboratorio de Langeslag se centró en el “pensamiento único” del amor, es decir, en no poder pensar en nada más que en la pareja. En una serie de pequeños estudios sobre personas en pleno flechazo, Langeslag descubrió que los participantes decían pensar en el objeto de su deseo aproximadamente el 65% de las horas que estaban despiertos, y afirmaban tener problemas para concentrarse en otros temas. Sin embargo, cuando se les pedía información sobre su amado, mostraban una mayor atención y mejor memoria.
También hay algunas pruebas de que el amor puede hacer que las personas sean inconscientes de los defectos de su nueva pareja: el fenómeno del “amor ciego”. Lucy Brown, profesora de neurociencia de la Facultad de Medicina Albert Einstein, descubrió que cuando a algunos participantes en el estudio se les mostraban fotos de su amante al principio de la relación, tenían menos actividad en una parte de la corteza prefrontal que es importante para la toma de decisiones y la evaluación de los demás. Los resultados sugieren que podríamos “suspender los juicios negativos sobre la persona de la que estamos enamorados”, afirma Brown.
Si el amor puede alterar nuestra motivación y atención, tal vez no sorprenda que la gente llegue a veces a extremos cuando está bajo su dominio. Pero entregarse a la obsesión por el amante no es necesariamente un comportamiento “irracional”, al menos desde una perspectiva evolutiva, afirma Langeslag.
Los científicos creen que los humanos evolucionaron para tener este tipo de respuestas ―que parecen ser constantes en todas las edades, sexos y culturas― porque el vínculo afectivo y el apareamiento son esenciales para la supervivencia de la especie.
“El amor romántico es un impulso”, afirma Fisher. “Es un impulso básico de apareamiento que evolucionó hace millones de años para enviar su ADN al mañana. Y puede pasar por alto casi cualquier cosa”.
Dana G. Smith