Por lo tanto, es aquí en donde forjamos en gran parte la personalidad. Su función es la de procrear seres humanos que entregan al grupo social más grande, la comunidad, los hace independientes. ¿Pero qué sucede cuando la familia no logra cumplir con el cometido de crear seres independientes, seguros y autosuficientes? Cuando esto sucede se produce un clima relacional tenso y en aumento provoca problemas entre los integrantes. Se dice que el integrante de la familia que despierta o que levanta la cabeza para mejorar, es sin duda el más sano. El hacerlo implica necesariamente darse cuenta de que la familia no está ayudando a cumplir el objetivo de ser adulto autosuficiente. Quizá limitan su desarrollo social y profesional o coartan su derecho de ser libre con manipulaciones o chantajes. Si nos damos cuenta de que nos sucede lo anterior, es necesario repensar poner límites.
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Significa asumir la propia adultez y emprender el camino de la autosuficiencia, hacerlo significa que es mejor estar alejados a dañados. En muchas ocasiones, cuando asumimos este reto, tendremos que exigir respeto y poner distancia para que las relaciones por lo menos funcionen cordialmente. Y así evitar causar problemas y dañar. En muchas familias las relaciones son disfuncionales y no se dan cuenta de esto, hasta que alguien exige un mejor trato. Un adulto reconoce su papel y sabe que poner límites de respeto y cordialidad son vitales. Poner límites no significa pelearse con la familia, es un acto de amor a uno mismo.
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*Académico docente del programa académico de Psicología Clínica del Depto. de Psicología, de la Facultad de Humanidades, Universidad Rafael Landívar.