Hay conversaciones que salvan vidas. Lo sé porque, además de investigadora de la conducta suicida, colaboro como psicóloga y orientadora en el Teléfono de Prevención del Suicidio de Cataluña.
En unas de las llamadas más angustiosas y difíciles que recuerdo del último año había un joven con la voz temblorosa al otro lado. Había subido al terrado de su piso y me decía que no quería vivir más, que se sentía muy cansado, que en realidad no sabía cómo había llegado hasta allí. No sé cuanto tiempo transcurrió, probablemente más de una hora. Hubo largos silencios en esa llamada. Pero lo importante es que, al terminar la conversación, su voz había cambiado, estaba más serena. Y se mostró muy agradecido por haber sido escuchado.
Desde el momento en que cogemos una llamada en el teléfono de prevención del suicidio, tenemos una prioridad clara: aguantar la llamada el mayor tiempo posible. Es importante realizar una evaluación de la situación que vive la persona e intentar guiarle hacia un cambio de perspectiva, conseguir que la persona no cuelgue hasta estar seguros de que no va a quitarse la vida.
En este sentido, la reconocida psiquiatra Carmen Tejedor demostró que el tiempo que trascurre entre que una persona piensa en darse muerte y el momento en que actúa pasan por término medio 90 minutos. Si la persona supera este tiempo, se genera suficiente ambivalencia y dudas para que descarte el acto suicida (de momento). Por lo tanto, esos 90 minutos son vitales. De ahí que al teléfono no haya límite de tiempo ante una llamada de estas características.
Un suicidio cada 40 segundos
Cada año, aproximadamente un millón de personas fallece en el mundo por suicidio, lo cual supone aproximadamente una muerte cada 40 segundos.
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No obstante, la relevancia del suicidio como problema de salud global se aprecia más claramente si se analizan los datos epidemiológicos de los diferentes grupos de edad por separado. De esta manera, el suicidio a nivel mundial se encuentra entre las tres primeras causas de muerte en el grupo de edad comprendido entre los 15 y los 44 años, pasando a ser la segunda causa de muerte entre los 10 y los 24 años de edad.
Es más, si se tuvieran en cuenta también los intentos de suicidio, las cifras de incidencia serían todavía mayores (entre 10 y 20 veces por cada suicidio)
Ante estas cifras, se entiende que el suicidio juvenil haya sido reconocido a nivel mundial como un problema sociosanitario grave, tanto por el número elevado de casos como por el impacto que provoca en los propios afectados, en sus familiares y en la sociedad en general.
Buscando las causas
Al sistema sanitario solo llega la «punta del iceberg» de los comportamientos suicidas. El resto se mantienen ocultos, lo que hace sospechar que nos enfrentamos a una clara infraestimación de este fenómeno.
Dada su gravedad, muchos investigadores han intentado explorar los factores relacionados con la conducta suicida. En un destacado metanálisis que incluyó 37 estudios, encontraron que aquellos que habían vivido cuatro o más eventos adversos en la infancia (incluyendo maltrato infantil y abuso sexual) tenían hasta siete veces más riesgo de desarrollar problemas sociales, mentales y físicos (incluyendo suicidio), comparados con aquellos que no habían experimentado ningún evento adverso en su infancia.
Violencia interpersonal y conducta suicida
La violencia interpersonal es un grave problema de salud pública y social, que ocasiona un malestar significativo en los niños y jóvenes, generando además elevados costes a nivel económico y social. Así lo reconoce la Organización Mundial de la Salud .
A ese respecto, un destacado estudio demostró que las personas que han sido víctimas de cualquier tipo de violencia interpersonal durante la niñez o adolescencia tienen hasta dos veces mayor riesgo de realizar intentos de suicidio cuando son jóvenes o adultos jóvenes. Y este riesgo casi se cuadruplica cuando el abuso ha sido de tipo sexual
Otras investigaciones sugieren que algunas características específicas del abuso sexual aumentan el riesgo de conducta suicida. Concretamente los casos de abuso sexual que involucran contacto y penetración. Pero también los casos de abuso sexual intrafamiliar, en los que el niño o niña es agredido por alguien en quien confía, su cuidador o una figura de apego. Se cree que esto puede sacudir el sentido básico de confianza que los niños tienen hacia sí mismos y hacia el mundo, desalentándolos en la búsqueda de ayuda y favoreciendo el desarrollo de problemas emocionales o psicológicos que pueden conducir a la conducta suicida
La literatura existente también ha destacado el papel que tiene el acoso escolar en la conducta suicida juvenil. La victimización entre pares se ha convertido recientemente en un tema de preocupación pública debido a los informes alarmantes de los medios de comunicación sobre la muerte por suicidio en jóvenes. Al respecto, diversos estudios indican que las víctimas de esta forma de violencia tienden a reportar mayor soledad, mayor absentismo escolar, mayor ideación suicida, baja autoestima y niveles de depresión más elevados que sus pares no víctimas.
Sin embargo, y aunque las experiencias de victimización se consideran factores que precipitan el desarrollo de conducta suicida, no todos los jóvenes que han sido víctimas manifiestan esta conducta. Esta diferencia puede atribuirse a otros factores personales o contextuales, como por ejemplo el apoyo social o la relación positiva con la familia, que pueden desempeñar un papel protector y ayudar a superar situaciones adversas, un concepto conocido comúnmente como resiliencia.
A la vista de estos datos, los niños y jóvenes que han sufrido violencia interpersonal deberían ser especialmente considerados en los programas de prevención del suicidio, donde profesionales especializados pueden desempeñar un papel fundamental en la identificación y acompañamiento de las víctimas.
Elizabeth Suárez Soto, Doctora en Psicología. Psicóloga Clínica Infanto Juvenil. , Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.