García Carrasco investiga distintos mecanismos moleculares relacionados con la glucosa y la insulina, implicados en la obesidad, la diabetes y el síndrome metabólico. Es autora del libro Obesidad. La pandemia silenciosa, en el que participan más de una veintena de expertos de campos variados.
Explica que “solemos tener una visión extremadamente simplista acerca de esta enfermedad, estigmatizamos a todos los obesos por igual y los señalamos como personas sin voluntad, pensando o diciendo, que una persona ‘está gorda es porque quiere’ ”.
Lo cierto es que la obesidad es una patología compleja en la que pueden intervenir variables de todo tipo: genéticas, económicas, ambientales o psicológicas, y cuyo origen, evolución y consecuencias, abordaje médico e impacto en la sociedad, presentan aspectos poco conocidos y a menudo llamativos.
García Carrasco pasa revista a algunas de las facetas más sorprendentes de esta enfermedad definida convencionalmente como una “acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud”, pero que ofrece muchas más caras.
Enfermedad inflamatoria
García Carrasco señala que la obesidad es una “enfermedad inflamatoria crónica que nos está matando”. Consultada por EFE sobre este enfoque del sobrepeso, señala que “la obesidad es una acumulación excesiva de grasa en el cuerpo humano, pero no es solamente eso”.
Explica que “el tejido adiposo de cada persona tiene capacidad para almacenar una determinada cantidad de grasa. Cuando alcanza su límite máximo de expansión, el tejido adiposo comienza a fallar y las grasas se almacenan en otros tejidos, como el hígado, el riñón o el páncreas, originando muchas de las complicaciones derivadas de la obesidad”.
“En todo este proceso podemos observar una inflamación característica, que es de bajo grado pero constante, en el tejido adiposo de los individuos obesos, la cual constituye una de las complicaciones derivadas de la obesidad y contribuye a agravar la patología”, explica la investigadora de la URJC.
“La obesidad genera un estado de inflamación global, que se considera iniciada ya en el intestino, y en la que el tejido adiposo también es capaz de liberar moléculas proinflamatorias”, apunta.
Gordura de manzana y pera
García Carrasco explica que existen dos tipos básicos de obesidad: la central, androide o en “forma de manzana”; y la periférica, ginecoide, de ‘cartucheras’ o “en forma de pera”.
La del primer tipo “es fácil de reconocer porque es aquella que sigue un patrón de ‘barriguita cervecera’, cuya presencia se ha asociado a un mayor riesgo cardiovascular y cuya incidencia es mayor en los varones”, puntualiza.
El segundo tipo de obesidad, localizada en los laterales externos de las caderas y la parte superior de los muslos, es más frecuente en las mujeres y su presencia se asocia antropológicamente a la posibilidad de un embarazo, por aquello de “hay que mantener a las futuras generaciones bien alimentadas”, asegura.
Sin embargo, la obesidad durante el embarazo aumenta el riesgo de problemas de salud para la embarazada y el feto, explica.
Obesidad histórica
El exceso de peso de “personajes que formaron parte de las élites dirigentes en sus respectivas sociedades, individuos que pertenecían al grupo del privilegio, nos lleva a inferir que tradicionalmente la obesidad y la posición social han ido de la mano, produciéndose entre ambas una relación de causalidad”, señala García Carrasco.
Destaca que “las imágenes históricas nos han legado un testimonio de obesos con peso político en sus respectivas sociedades, y exhiben figuras femeninas que demuestran que la belleza estética gustaba de formas orondas, donde los pliegues celulíticos se exhibían con toda normalidad y exuberancia”
Sobrepeso y sobrevivencia
“Tu cuerpo siente la necesidad de almacenar calorías, porque tiene aprendido que ‘nunca se sabe’”, señala esta investigadora, en referencia a que nuestro organismo prefiere estar preparado y tener una reserva de energía para afrontar las vicisitudes o lapsos de escasez que podrían llegar en el futuro.
Para ello, nuestro cuerpo “cuenta con el tejido adiposo blanco, que actúa de alacena donde se almacenan en forma de grasa todas las calorías que no hemos utilizado para movernos. Esta grasa no sólo actúa como reserva energética, sino que también sirve de aislante térmico y mecánico”, señala esta científica.
“Como buenos trogloditas acomodados que somos, uno de los principales factores responsables del desbalance energético (que conduce a la obesidad), procede de nuestra elevada ingesta de alimentos muy calóricos, que suelen ser los más ricos y nos generan más placer, junto con una reducción en nuestra actividad física”, puntualiza.
Por otra parte, “nuestro cerebro tiene aprendido que si hay un peligro acechando, no podemos pararnos a comer y debemos irnos de allí a toda prisa. Por lo tanto, deduce que si estamos comiendo es porque estamos a salvo”, señala.
Por ello “es normal que cuando nuestros niveles de estrés se elevan, muchas veces intentemos bajarlos comiendo. Es nuestra forma de decirle a nuestro cerebro que se relaje” puntualiza.