La persona que sufre de alzheimer pierde lenta e irremediablemente su memoria y capacidad de juicio, un declive que generalmente dura varios años.
Al menos 30 millones de personas se ven afectadas en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Una cifra sin embargo imprecisa, porque la distinción entre alzheimer y otro tipo de demencias, a veces por accidentes vasculares, no está clara.
Como el resto de demencias, la enfermedad de Alzheimer representa uno de los principales problemas de la sanidad pública, porque las personas afectadas pierden su independencia y se convierten en un peso familiar y financiero.
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Es un problema grave para los países desarrollados, con una población envejecida, ya que la enfermedad aparece sobre todo a partir de los 65 años. Las mujeres resultan más afectadas que los hombres.
La enfermedad –que debe su nombre al doctor alemán Alois Alzheimer, que la diagnosticó a principios del siglo XX– se distingue del resto de demencias por dos aspectos.
El primer fenómeno es la formación de placas de proteínas, denominadas amiloides, que comprimen las neuronas del paciente y las destruyen a medio plazo.
La otra característica proviene de las proteínas conocidas como tau. También presentes en las neuronas, empiezan a agruparse como racimos, y acaban también por provocar la muerte de las células enfermas.
No se sabe aún qué relación mantienen entre sí ambos procesos, ni porqué aparecen. Y a pesar de décadas de investigación, no hay ningún tratamiento que permita por ahora curar la enfermedad, o evitar su aparición.
Un tratamiento del laboratorio estadounidense Biogen, centrado en las proteínas amiloides, ha sido aprobado a título experimental este año para algunos casos, en Estados Unidos. Sin embargo, sus efectos terapéuticos son objeto de polémica.
Y otro debate gira en torno a la prevención de la enfermedad, que muy raramente muestra un componente hereditario.
Los expertos han detectado una docena de factores de riesgo, entre ellos la sordera, el nivel de educación, el tabaquismo, la depresión o el aislamiento.
Los autores de un estudio de 2020 calcularon que el 40% de las demencias podrían ser evitadas y retrasadas si se realizara un trabajo de prevención sobre esos síntomas. Pero esa cifra es criticada por otros investigadores, que la consideran demasiado simplista.