Esta nueva investigación, publicada en la revista Nature Metabolism, reveló que a medida que envejecemos, la composición de esta compleja comunidad de microbios, denominada microbioma intestinal, tiende a cambiar. Al parecer, mientras mayor sea el cambio, mejor.
En las personas saludables, la proporción de las especies microbianas dominantes en el microbioma intestinal al comenzar la edad adulta se va reduciendo conforme pasan las décadas, mientras que el porcentaje de otras especies menos predominantes va en aumento. Sin embargo, el estudio descubrió que en las personas menos saludables ocurre lo contrario: la composición de su microbioma se mantiene relativamente estática y tienden a morir más pronto.
Los nuevos hallazgos hacen pensar que un microbioma intestinal en transformación continua conforme envejecemos podría ser una señal de envejecimiento saludable, afirmó Sean Gibbons, uno de los autores del estudio, quien es especialista en microbioma y profesor asistente en el Instituto de Biología de Sistemas de Seattle, un organismo de investigación biomédica sin fines de lucro.
“Gran parte de la investigación en torno al envejecimiento se ha desarrollado por una obsesión con la idea de devolverle cierto estado de juventud a las personas o ir atrás en el tiempo”, dijo. “Pero en este caso la conclusión es muy distinta. Es posible que un microbioma saludable para un veinteañero no sea nada saludable para alguien de 80 años. Al parecer, es bueno tener un microbioma cambiante cuando eres mayor. Eso significa que los organismos que viven en tu sistema se van ajustando conforme tu cuerpo envejece”.
Los investigadores no saben si los cambios en el microbioma intestinal ayudan a propiciar un envejecimiento saludable o si la relación causal es en sentido contrario.
Eso sí, observaron señales de que lo que ocurre en el intestino de una persona puede producir mejoras directas en su salud. Por ejemplo, observaron que las personas cuyo microbioma fue adoptando un perfil único conforme envejecían también tenían en su sangre niveles más altos de componentes favorecedores de la salud, incluidos compuestos producidos por microbios intestinales que combaten las enfermedades crónicas.
Para comprender mejor qué sucede en el intestino conforme envejecemos, Gibbons y sus colegas, entre ellos Tomasz Wilmanski, autor principal de nuevo estudio, analizaron datos de más de 9000 adultos cuyo microbioma se secuenció. El rango de edades fue de 18 a 101 años.
Alrededor de 900 de estas personas eran adultos mayores que se sometían a exámenes regulares en clínicas médicas con el propósito de evaluar su salud. Gibbons y sus colegas descubrieron que al alcanzar la madurez, aproximadamente a partir de los 40 años, las personas comenzaban a mostrar cambios evidentes en su microbioma. Las cepas más dominantes en su intestino tendían a irse reduciendo, mientras que otras menos comunes se hacían más dominantes, por lo que el microbioma experimentaba desviaciones que lo distinguían cada vez más de otros individuos de la población.
“Descubrimos que, en el transcurso de las distintas décadas de la vida, los individuos se van diferenciando, es decir, su microbioma se hace cada vez más único, más distinto del de los demás”, explicó Gibbons.
Por lo regular, quienes mostraban cambios más notorios en la composición microbiana tenían mejor salud y vivían más. También registraban niveles más altos de vitamina D y niveles más bajos de colesterol malo (LDL) y triglicéridos, un tipo de grasa de la sangre. No solo eso, sino que necesitaban menos medicamentos y gozaban de mejor salud física, caminaban más rápido y tenían más movilidad.
Los investigadores especularon que algunos microorganismos intestinales que son inocuos (o incluso beneficiosos) al comenzar la edad adulta, quizá resulten dañinos al envejecer. Por ejemplo, el estudio reveló que las personas saludables que experimentaron los cambios más drásticos en la composición de su microbioma exhibieron una baja pronunciada en el dominio de bacterias del género Bacteroides, que son más comunes en los países desarrollados, donde las personas consumen grandes cantidades de alimentos procesados con alto contenido de grasas, azúcares y sal, y menos dominantes en países en desarrollo, donde las personas por lo regular tienen una dieta con mayor contenido de fibra. Cuando no hay fibra, explicó Gibbons, a los individuos del género Bacteroides les gusta “ingerir mucosidades”, incluida la capa mucosa protectora que cubre el intestino.
“Quizá eso sea bueno a los 20 o 30 años, cuando produces grandes cantidades de mucosidad en el intestino”, dijo. “No obstante, conforme envejecemos se adelgaza la capa mucosa, por lo que quizá convenga reprimir la actividad de estos organismos”.
Si esos microbios se comen la barrera que los mantiene a salvo dentro del intestino, podrían disparar una respuesta del sistema inmunitario.
“Cuanto esto ocurre, el sistema inmunitario se vuelve loco”, señaló Gibbons. “Esa capa de mucosidad funciona como una barrera que mantiene el equilibrio y nos permite vivir en armonía con nuestros microbios intestinales, así que si desaparece, se desata una guerra” e incluso podría provocar una inflamación crónica. Cada vez hay mayor consenso sobre el papel fundamental de la inflamación crónica en un amplio rango de padecimientos relacionados con la edad, desde cardiopatías y diabetes hasta cáncer y artritis.
Una manera de evitar que estos microbios destruyan la capa protectora del intestino es darles algo más de comer, por ejemplo fibra de alimentos integrales nutritivos como frijoles, nueces y semillas, así como frutas y vegetales.
Otros estudios han demostrado que la dieta puede tener un efecto sustancial en la composición del microbioma. Si bien la nueva investigación no analizó con detenimiento el impacto de diferentes alimentos en los cambios experimentados por el microbioma al envejecer, Gibbons indicó que espera examinar ese aspecto en otro estudio futuro.
“Quizá sea posible aumentar la cantidad de fibra en la dieta para preservar la capa de mucosidad en el intestino”, dijo Gibbons. “O quizá podamos identificar otra manera de reducir la abundancia de Bacteroides o de aumentar la producción de indol a través de la dieta. Se trata de intervenciones en un futuro no tan distante que esperamos analizar”.