¿Por qué envejecemos?
Esta pregunta, que ha intrigado a la humanidad desde la antigüedad, tiene fácil respuesta si consideramos el cuerpo como un simple envoltorio para nuestros genes. Una vez alcanzamos la madurez sexual y transmitimos nuestra herencia (genes) a nuestros descendientes, el cuerpo pierde su función principal. En ese momento entra en juego el envejecimiento para poner fin al envoltorio, pero no a la vida en sentido amplio, que continua a través de esa descendencia.
Hay muchas causas que provocan el envejecimiento. Una de las más importantes es el acúmulo de radicales libres. Lo que sucede es que nuestras células no dejan de trabajar en ningún momento a lo largo de toda nuestra vida. Como consecuencia de esta intensa actividad se producen unas moléculas muy inestables, los radicales libres, que tienen la capacidad de alterar y dañar nuestras células. Entramos entonces en un círculo vicioso en el que estas alteraciones producen nuevos radicales libres incesantemente.
No todos los animales envejecen igual
La forma de envejecer no es igual en todos los animales. Los humanos envejecemos de manera lenta y progresiva. Gracias a eso, los individuos mayores aún pueden cuidar de su descendencia (genes). Por el contrario, el salmón del Pacífico sufre un envejecimiento brusco y una muerte prematura tras su única oportunidad de reproducción.
En el extremo opuesto está la rata topo desnuda, un curioso roedor resistente a algunos tipos de dolor. Raramente padece cáncer, y envejece a una velocidad extremadamente lenta. De hecho, su riesgo de muerte no aumenta con la edad.
El cerebro es muy sensible frente al envejecimiento
El cerebro controla todas las funciones del cuerpo humano, por lo que su envejecimiento afecta a todo el organismo. Solo representa el 2% del peso corporal, pero es el principal consumidor de oxígeno y glucosa. Eso implica que tiene una tasa metabólica muy alta y acumula muchos radicales libres, responsables directos del envejecimiento. De hecho, estudios científicos recientes sugieren que el envejecimiento cerebral pueda comenzar ya a la temprana edad de 25 años.
Además, durante el envejecimiento cerebral ocurren otras muchas alteraciones. El cerebro pierde peso y neuronas, a la par que disminuye la velocidad de transmisión del impulso nervioso. También se acumulan algunos pigmentos (lipofuscina) y proteínas (β-amiloide) que pueden producir muerte y desconexión entre neuronas. Estas alteraciones se acentúan cuando aparecen enfermedades asociadas a la edad, como el párkinson o el alzhéimer.
Al final, todos estos fenómenos acaban afectando a las neuronas, esto es, las células principales del sistema nervioso. Por suerte, no todas mueren, son muchas las que permanecen en buen estado, mientras otras pierden algunas de sus ramificaciones. Esta pérdida implica menos conexiones ente neuronas y menor velocidad de transmisión del impulso nervioso.
Nuestro estilo de vida puede retrasar el envejecimiento cerebral
Afortunadamente, podemos desarrollar estrategias para tener un envejecimiento cerebral más saludable. Se puede fomentar la socialización, ya que los lazos sociales pueden ayudar a retrasar el envejecimiento cerebral. Otra estrategia consiste en intentar evitar la exposición a contaminantes ambientales, aunque hay que admitir que no depende exclusivamente de cada individuo, sino de la sociedad en general.
Más fácil (e individual) es tratar de mejorar nuestro estilo de vida, fundamentalmente controlando nuestra dieta y actividad física. Se ha demostrado que una actividad física ligera, como caminar, puede evitar la pérdida de volumen cerebral asociada al envejecimiento. Junto al ejercicio físico adecuado, una dieta equilibrada puede reducir el acúmulo de los ya mencionados radicales libres. Estas medidas pueden fortalecer nuestras defensas y retrasar el deterioro cerebral y la aparición de enfermedades.
Concretamente existen varios alimentos que mantienen el cerebro fuerte frente al envejecimiento. Es el caso de los flavonoides del cacao, que se relacionan con una mejor circulación sanguínea y memoria.
Por otro lado, el consumo de hígado y yema de huevo, ricos en fosfatidilserina y ácido fosfatídico, ayudan a mejorar la memoria en personas mayores sanas y enfermas. Sin olvidar que la ingesta de alimentos ricos en colina –como el bacalao, el huevo cocido o el hígado de ternera– favorece los sistemas de comunicación en el cerebro y lo protege disminuyendo el depósito de proteínas dañinas. Los ácidos grasos omega-3 y omega-6 también refuerzan las conexiones entre neuronas y le paran los pies al envejecimiento de la sesera.
Visto todo lo anterior, hay que dejar de relacionar el envejecimiento exclusivamente con la enfermedad o la falta de productividad. Lo podemos ver desde una perspectiva más optimista y natural. Recordemos al gran Gabriel García Márquez cuando decía que “…uno envejece más rápido en los retratos que en la vida real”.
Santos Blanco Ruiz, Profesor sustituto interino. Área de Biología Celular, Universidad de Jaén; Ángeles Peinado, Profesora de Biología Celular, Universidad de Jaén y Raquel Hernandez Cobo, Profesora Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.