Las investigaciones en esta etapa tan temprana son mínimas y no siempre son congruentes, como uno esperaría. Un grupo de investigadores europeos escribieron un comentario reciente en la revista Lancet diciendo que era “sorprendente” que el asma pareciera estar “subrepresentada en las comorbilidades reportadas para los pacientes con COVID-19” (comorbilidad es el término médico para referirse a un problema de salud secundario). Un pequeño estudio de 24 pacientes en estado crítico del estado de Washington señaló que tres de ellos tenían asma.
“No estamos viendo muchos pacientes con asma”, dijo Bushra Mina, neumólogo y médico de terapia intensiva en el hospital Lenox Hill en la ciudad de Nueva York, donde han sido tratados más de 800 casos de COVID. Añadió que los factores de riesgo más comunes son “obesidad mórbida, diabetes y enfermedades cardiovasculares crónicas”.
Las principales comorbilidades de COVID-19 catalogadas por el estado de Nueva York, en orden, son la hipertensión, la diabetes, el colesterol alto, la enfermedad coronaria, la demencia y la fibrilación auricular, una afección cardiaca. La enfermedad pulmonar obstructiva crónica, otra dolencia respiratoria, pero que afecta a sectores demográficos de más edad que el asma, ocupa el séptimo lugar. Las enfermedades renales, el cáncer y la insuficiencia cardiaca congestiva completan la lista.
Casi el ocho por ciento de la población de Estados Unidos —cerca de 25 millones de personas— tiene asma, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Es una enfermedad pulmonar que provoca que las vías respiratorias se constriñan, por lo que puede ser difícil respirar pues el cuerpo lucha para obtener suficiente oxígeno. Los síntomas incluyen sibilancia y tos.
Una cosa en la que los médicos están de acuerdo es que las personas con asma deben tomar medicamentos de acción prolongada, como los esteroides, que mantienen sus síntomas bajo control, porque tener el asma bajo control es mejor que combatir el asma y un virus simultáneamente.
Por lo general, los expertos en salud han visto poca o nula evidencia de que el asma aumente el riesgo de desarrollar COVID-19, pero la pregunta ha sido si causa peores resultados para quienes ya padecen esta enfermedad.
Un médico que ha estudiado muy a fondo los virus es Young J. Juhn, un epidemiólogo clínico y profesor de Pediatría y Medicina en la Clínica Mayo, cuyo laboratorio de investigaciones ha examinado el impacto del asma en el riesgo de contraer enfermedades infecciosas e inflamatorias.
Juhn dijo que habría que estudiar y sopesar los datos con mayor detalle, pero añadió que, en su opinión, el asma ponía a las personas en riesgo de peores resultados, y posiblemente las hacía aún más susceptibles a la infección, aunque había datos limitados sobre este último punto. Señaló que el asma afecta desproporcionadamente a las personas de menores ingresos, quienes tienen menos acceso a las pruebas y a la atención para la COVID-19.
“Quizá todavía sea justo decir que los datos emergentes apoyan las pautas actuales que consideran el asma como una enfermedad de alto riesgo”, advirtió, añadiendo que se necesitan “datos más definitivos”.
Rochelle Allen, a la derecha, terapeuta respiratoria, escucha los pulmones de un paciente con asma durante una consulta a domicilio en Oakland, California, el 4 de marzo de 2020.