El juramento original procede de la antigua Grecia y se calcula que Hipócrates, quien tenía amplios conocimientos de medicina e instituyó la primera escuela de esa rama, conocido como “el padre de la medicina”, lo redactó entre los siglos V y IV antes de Cristo. En los comienzos de la profesión, los conocimientos eran transmitidos de padres a hijos, de generación en generación, y de ahí que se originara este juramento hipocrático. De hecho, en la actualidad, muchos médicos eligen esa carrera porque sus padres también la ejercieron.
La primera redacción y aprobación de dicho juramento se conoció como “Declaración de Ginebra”, en 1948, ante los crímenes médicos que ocurrieron durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Aunque el texto original fue modificado, se mantiene la esencia: defender la vida de los enfermos.
A pesar de que ese voto no tiene validez legal, los médicos, responsables del tratamiento, rehabilitación y bienestar de sus pacientes, deben ser conscientes de la ética, moral y valores relacionados con su profesión. Su formación académica requiere de muchos años de estudio y deben mantenerse actualizados, según el desarrollo de nuevas investigaciones para el tratamiento de patologías.
En Guatemala, hay alrededor de 16 especialidades médicas, entre las que están medicina interna, ginecología y obstetricia, pediatría, traumatología y ortopedia, oncología, dermatología, urología, psiquiatría y geriatría. Para cada una de estas también existen subespecialidades. En este último caso, podrían llegar a estudiar, en total, de 14 a 15 años, antes de ejercer.
Es una de las profesiones más prestigiosas y respetadas en la sociedad, por ser fundamental para la humanidad, pero en la que más sacrificio y vocación de servicio se requiere.
Población de médicos
En Guatemala, hay alrededor de 16 mil colegiados activos, lo que significa que hay 0.97 facultativos por cada mil habitantes, si se toma en cuenta que la población total del país, según el Censo 2018, es de 16 millones 346 mil 950, la mayoría —70%—, concentrados en el área metropolitana. Según la Organización Mundial de la Salud, es una de las tasas más bajas de América Latina.
De acuerdo con datos del Banco Mundial, la tasa de médicos por cada mil habitantes en el país es de 1.2.
El papel de los facultativos fue fundamental en la lucha contra la pandemia de covid-19, en el 2020 y en el 2021, algunos de los cuales dieron su vida para salvar a otros, al haberse contagiado letalmente de esa afección.
Conmemoración
El Día del Médico de las Américas se celebró por primera vez en 1953, en Estados Unidos, en honor del médico cubano Carlos Juan Finaly, quien nació el 3 de diciembre de 1833 y descubrió el agente transmisor —zancudo Aedes aegypti— de la fiebre amarilla. En Guatemala, se oficializó esa conmemoración, según decreto 57, durante el gobierno de facto de Enrique Peralta Azurdia (1963-1966).
El Colegio de Médicos y Cirujanos de Guatemala se fundó el 20 de marzo de 1947, del cual hay 21 subsedes departamentales, con sede central en zona 15 capitalina.
En este espacio se presenta el testimonio de cuatro médicos de diferentes especialidades sobre particularidades de su profesión, quienes, desde su rama, se dedican a devolver y velar por la salud de sus pacientes.
“Me pongo contento al ver caminar a los niños que antes cojeaban”
Aunque su padre, médico, no quería que siguiera la carrera de medicina, sino ingeniería, Edson Zambrano, traumatólogo y ortopedista pediátrico, jefe de Servicios de Ortopedia Pediátrica, del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS), siguió su vocación y se matriculó en la Facultad de Medicina. Su principal reto en esa época era transportarse todos los días en bus desde la Antigua Guatemala, donde reside, para estudiar en la capital. Agradece el esfuerzo que hicieron sus padres de cubrir sus gastos de estudios. Recordó la amabilidad con la que su padre atendía a pacientes, sin importar su nivel social.
Decidió especializarse en ortopedia, pues, aseguró, esta se relaciona con conocimientos de ingeniería, al aplicar física fundamental, vectores y ángulos para “armar y desarmar los huesos” y colocarles tornillos, clavos y placas. Su subespecialidad es el tratamiento de niños, y se afirmó sentirse contento cuando trata alguna lesión o deformidad, ya que algún pequeño paciente podría ser “el futuro presidente”. Durante sus estudios, le sorprendió la capacidad de crecimiento de los huesos en las distintas etapas de la vida y cómo este puede frenarse.
Nunca ha dejado de estudiar, aseveró, y se especializó hace poco en detección temprana de luxación de cadera congénita e introdujo el ultrasonido en el IGSS para evitar la colocación de prótesis de cadera al paciente, así como el método de Ponseti, para corregir el pie equinovaro, sin necesidad de reconstrucción mayor. “Hay que estimular a las nuevas generaciones a que investiguen lo que han observado en el hospital. Lamentablemente, aquí no se invierte en investigación, como en otros países”, indicó Zambrano, quien recomendó “no tener miedo al fracaso y superar siempre al mejor de su clase”.
Su mayor satisfacción es ver caminar rectos a niños que antes cojeaban y el principal reto son los casos en los que no se obtiene el cien por ciento del resultado, pero se “sacan los problemas con lógica y la ayuda de Dios”. También atiende en su clínica en el Centro Médico Santiago Apóstol, en la ciudad colonial.
“Mi padre me inspiró a ser salubrista”
El médico y cirujano Juan Aguilar León, con maestría en salud pública y doctorado en nutrición internacional y en filosofía, siguió los pasos de su padre, quien fue salubrista, se dedicó a la parasitología y fue catedrático de la Facultad de Medicina. “Verlo trabajar con dedicación me inspiró a seguir esta rama de la medicina, la cual aborda temas relacionados con la salud de las comunidades, desde el punto de vista epidemiológico, demográfico y sociológico, para ofrecer soluciones a problemas sanitarios, a nivel de nación o continente”, explicó Aguilar, quien destacó durante su vida académica.
Cuando comenzó a estudiar fisiología y anatomía, lo que más le maravilló fue darse cuenta de la complejidad del cuerpo humano. “En la rama que decidí ejercer, hay que tener gran confianza y devoción hacia el servicio social. Puede ser reconfortante, así como frustrante, pues no depende de los individuos, sino de las autoridades y gobiernos, ya que hay factores que determinan el proceso de salud y enfermedad, ya sea económicos, políticos y geográficos”, comentó Aguilar, quien se especializó en nutrición, y lamentó que la seguridad alimentaria sea un tema que continúa con pocos cambios.
Trabajó en el Incap y en el Ministerio de Salud, y una de las mayores satisfacciones de su carrera es haber promovido, junto con otros colegas, el programa de fortificación del azúcar con vitamina A, que en el 2024 cumple 50 años, el cual fue promulgado por el Congreso de la República, a fin de prevenir problemas de la vista en niños. El facultativo refiere que, debido a la “masificación de producción de médicos”, la calidad de la enseñanza ha ido decayendo y espera que la formación se refuerce, y que reciban salarios justos, especialmente en el sistema público.
Por su amplia experiencia, trabajó por 20 años para Unicef, como asesor regional de Salud y Nutrición para América Latina y el Caribe, por lo que ejerció su cargo en Colombia, Perú, Paraguay y Nicaragua. Fue representante especial para Kazajistán y las repúblicas de Asia Central. También fue representante en Birmania y Zambia. Durante medio siglo de vida profesional, ha recibido múltiples reconocimientos internacionales y homenajes. Ha realizado 55 publicaciones científicas. Ya retirado, disfruta de su jubilación.
“Los geriatras no nos damos abasto para la población”
Cuando se graduó de médico, el geriatra y gerontólogo Josué Avendaño Hernández comenzó a laborar en el Hogar de Ancianos San Vicente de Paúl, donde se impresionó, en la primera semana de trabajo, de la muerte de un adulto mayor. “Me sentí impotente y me dije que eso no era para mí”, recordó. Continuó en ese lugar, mientras tenía noticias de otro trabajo al que estaba optando. Era 1990, y se “empezó a ambientar”. Se dio cuenta de que le gustaba la geriatría, maestría en la que se especializó y en la que había “hecho prácticas, antes de estudiar la teoría”. Trabajó en el referido hogar por 10 años.
En 1993 fundó la primera asociación de Geriatría de Guatemala —Asociación Guatemalteca de Medicina del Adulto Mayor—. Desde ese año hasta el 2000, solo había cuatro geriatras en todo el país. Luego, comenzó a regresar al país un grupo de geriatras graduados en México, Chile o España. Para el 2010, el número de especialistas había aumentado a 15 y, en la actualidad, se calcula que hay de cien a 120, que aún son insuficientes para el millón 200 mil adultos mayores que se espera que vivan en el país para el 2025.
Mientras trabajaba en el referido asilo, Avendaño hacía visita domiciliaria a personas de escasos recursos, actividad que le gustó. En la actualidad, atiende al 80% de sus pacientes a domicilio y, el resto, en clínica. Mencionó que a ese hogar ingresaban personas que eran abandonadas y de escasos recursos, por lo que él se convertía en su familia; incluso, se referían a él como “padre”.
“Durante mis estudios, me llamó la atención ver cómo va perdiendo las capacidades la persona, mientras pasan los años, y quisiera tener la misma fuerza de joven para ser independiente. De ahí comprendí la importancia de la medicina preventiva, pues desde los 30 a 35 años se debe llevar una vida saludable para envejecer activamente, y así conservar la capacidad funcional y no depender de otra persona”, señaló Avendaño, quien refirió que muchos de sus pacientes se lamentan de gastar sus ahorros en tratamientos.
Como médico, mencionó que uno de los retos más importantes es el encarecimiento de los medicamentos en Guatemala, pues hay quienes tienen que viajar a Tapachula o El Salvador para adquirirlos, pues los precios son más bajos. Destacó que los geriatras no se dan abasto para atender a gran cantidad de población, por lo que el desafío es que haya interés de entrenar a más médicos en esa rama.
“Hay que casarse con la carrera de medicina”
Desde que cursaba la educación básica, la pediatra Priscila Coy Camargo se dio cuenta de que le gustaba ayudar a las personas. “Luego, mi papá me motivó a estudiar medicina, pues quería que uno de sus hijos fuera médico, por lo que me interesé en la carrera”, expresó Coy, quien labora en el Hospital General de Accidentes del IGSS y tiene clínica privada. En su iglesia participaba como maestra de niños, y le gustó ese contacto, por lo que eligió la pediatría.
“A diferencia del adulto, los niños no se centran en la enfermedad o el dolor, por lo que pueden avanzar de forma más satisfactoria en los procesos de recuperación”, señaló. Cuando estaba estudiando, comentó, se sorprendió de la complejidad del cuerpo humano, por lo que pensaba que “el ser humano no pudo surgir solo por la evolución, sino es un diseño de un ser superior, pues todo encaja a la perfección”. Los principales retos a los que se enfrentó durante su formación fue dedicarse por completo a sus estudios y no poder apoyar económicamente a sus padres.
“La carrera implica estudiar jornadas largas; es como casarse con la carrera y olvidarse de otras actividades y la vida social y familiar, pero el sacrificio vale la pena”, aseveró. Su mayor satisfacción es haber complacido a sus padres. También, acompañar en cada momento a los menores que requieren tratamientos largos, cuyos padres no pueden estar presentes todo el tiempo, así como darlos de alta, ya recuperados. Aconsejó a los jóvenes que eligen esta carrera ser conscientes de que es un compromiso y esfuerzo a largo plazo, en la que hay que perseverar y no dejar de aprender.
Lamentó que en el sistema público los médicos residentes que estudian maestrías tienen alta carga laboral, con una remuneración no acorde con las jornadas largas. “Somos un gremio mal pagado y explotado. Se necesita vocación para cumplir con la demanda”, indicó. Lo que más le ha impresionó en su práctica médica fue la primera vez que una paciente falleció ante sus ojos, quien requería de ventilación manual, pese a que se hizo todo lo posible para que sobreviviera. “Me afectó emocionalmente, porque no había tenido esa experiencia previamente, de estar en los últimos momentos de una persona. Es duro, pero no podemos hacer nada más”, puntualizó.