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Una de estas creencias es que la gente con anorexia siempre se ve escuálida y desnutrida cuando la realidad es que tal vez tienen peso normal o incluso sobrepeso, según investigaciones recientes realizadas en la Universidad de California, campus San Francisco.
Los investigadores, liderados por Jason M. Nagata, especialista en medicina adolescente en el Hospital Infantil Benioff de dicha universidad, descubrieron en una encuesta nacional que las conductas distorsionadas de alimentación ocurren en los jóvenes independientemente de su peso, género, raza, origen étnico u orientación sexual. Y no solo tienen que ver con perder peso.
La encuesta reveló que, de los jóvenes adultos entre los 18 y 24 años, un 22 por ciento de hombres y un 5 por ciento de mujeres intentaban subir de peso o fortalecer sus músculos apegándose a hábitos alimentarios que quizá parezcan saludables, pero que los investigadores categorizaron como riesgosos. Estas prácticas incluyen el consumo excesivo de proteína y la omisión de grasas y carbohidratos. El consumo de esteroides anabólicos y suplementos nutricionales (con pocas pruebas de su eficacia) también era común entre los encuestados.
Es probable que la pandemia del covid-19 haya exacerbado el problema para muchos adolescentes cuyas rutinas diarias se han visto alteradas y ahora se encuentran en casa todo el día con mucha comida al alcance en sus cocinas y despensas, dijo Nagata en una entrevista. “Estamos viendo más pacientes y personas referidas por trastornos alimentarios y sus complicaciones”, afirmó.
Si no consiguen el diagnóstico y el tratamiento adecuados, los jóvenes con conductas alimentarias distorsionadas pueden poner en riesgo su crecimiento y salud a largo plazo. Incluso podrían desarrollar un problema de drogodependencia. Las conclusiones sugieren que el comportamiento anormal relacionado con la comida y el ejercicio a menudo se pasa por alto, se malinterpreta, se ignora o tal vez se ve como una etapa pasajera de la adolescencia.
Esto es cierto sobre todo en adolescentes varones. Una tercera parte de los chicos de bachillerato encuestados dijeron que intentaban subir de peso y muscularse, y muchos estaban usando métodos riesgosos para lograr sus objetivos, según me dijo Nagata. El 60 por ciento de las chicas encuestadas dijeron que estaban tratando de perder peso. Algunas seguían dietas desequilibradas que pueden poner en riesgo su crecimiento y salud a largo plazo; otras recurrían a vomitar o abusaban de laxantes, diuréticos, píldoras para adelgazar, o incurrían en otras conductas peligrosas como ayunar o hacer ejercicio en exceso.
En general, la alimentación desequilibrada fue más de dos veces más común entre las mujeres que entre los hombres. También se reportó con más frecuencia entre quienes se describían como asiáticos/nativos de la Polinesia, gays, lesbianas o bisexuales.
Aunque los diagnósticos de trastornos alimentarios como la anorexia o la bulimia fueron dos veces más comunes entre jóvenes adultos cuyo peso era normal o estaba por debajo del apropiado, casi siempre se ignora el hecho de que estos trastornos también existen en jóvenes adultos de mayor peso, comentó Nagata.
“Casi la mitad de los pacientes que tienen anorexia nerviosa están en su peso normal o por encima de este”, explicó. “Los jóvenes con anorexia nerviosa atípica tienen las mismas distorsiones de imagen corporal y angustia psicológica grave que los que padecen anorexia regular. Corren un alto riesgo médico y son igual de propensos a ser hospitalizados debido a complicaciones causadas por sus conductas alimentarias distorsionadas”.
La colega de Nagata y coautora del estudio, Kirsten Bibbins-Domingo, internista en la universidad, dijo en una entrevista: “Los médicos que atienden a jóvenes adultos deberían pensar en los patrones alimentarios que son dañinos, y no solo al tratar a mujeres muy delgadas. Con demasiada frecuencia, hay jóvenes adultos con hábitos anormales de alimentación que no reciben ayuda porque los médicos los consideran saludables. Sin embargo, los patrones anormales de alimentación son comunes en la adolescencia y la edad joven adulta, y esas son las etapas en las que se establecen y solidifican los patrones de comportamiento relacionados con la salud y las enfermedades que se verán más adelante”.
El problema de las conductas alimentarias distorsionadas en adolescentes y jóvenes adultos a menudo es motivado o agravado por su participación en ciertos deportes competitivos y otras actividades que ponen demasiado énfasis en un peso corporal o una complexión específica. Algunos ejemplos son la gimnasia, la lucha, el baile, el patinaje artístico, el levantamiento de pesas y el fisicoculturismo.
Nagata afirmó que las redes sociales, con su excesivo hincapié en la apariencia, también han fortalecido el problema. Incluso los juguetes, como las muñecas Barbie y las figuras de acción, han contribuido a la problemática. “Un estudio sobre las figuras de acción masculinas reveló que su apariencia se ha vuelto más corpulenta, más muscular y más extrema en un periodo de 30 años”, comentó.
Bibbins-Domingo quiere que los médicos sean proactivos al hacer preguntas sobre los hábitos de alimentación y de ejercicio al momento de atender a adolescentes y jóvenes adultos. “Deben tener una conversación sobre qué comen estos jóvenes, cuándo comen y cómo comen, y ser capaces de aconsejarles patrones saludables de alimentación”.
“Sin hacer un juicio de valor sobre la talla corporal, pueden dar pie a una conversación sobre los hábitos de alimentación y de ejercicio”, sugirió Bibbins-Domingo. “El médico podría preguntar: ‘¿Qué comiste ayer, y dónde, y qué piensas sobre las decisiones que tomaste?’, o ‘¿Quieres hablar sobre el peso corporal?’”.
La pandemia podría tener un lado positivo, dijo Nagata. “Como más familias están comiendo juntas, es más fácil que los padres monitoreen lo que comen sus hijos”. Comer en familia es uno de los principios básicos de la terapia relacionada con los trastornos alimentarios, concluyó.