Lectura recomendada
Si en lugar de forzar a los estudiantes a enterrar la cabeza en un libro hasta el aburrimiento, se les permitiera encontrar lecturas que llamen su atención y se les hiciera ver los beneficios de esta actividad, quizás habría más amantes de la literatura.
El neurobiólogo José Ramón Alonso lo llama la plasticidad neuronal y se refiere a la flexibilidad del cerebro como un fenómeno en el que unas neuronas nacen y otras mueren.
El experto ha tomado esta premisa de Michael Skeide y sus colegas del Instituto Max Planck de Ciencias del Cerebro y Cognitivas, en Leipzig, Alemania, un grupo que trabaja en el desarrollo normal y alterado del lenguaje y la alfabetización, usando sobre todo una combinación de técnicas de resonancia magnética de alta resolución en combinación con datos de comportamiento y secuenciación génica.
“Aprender a leer es una experiencia cultural intensa que requiere una formación sistemática y una práctica intensa durante meses o años. Lo cambios en la irrigación sanguínea en el cerebro inducidos al percibir letras impresas cambian a las pocas semanas de empezar a trabajar la relación letras-sonidos. Poco después se ve una selectividad funcional a la letra impresa en el sistema visual al bilateral”, refiere Alonso.
En otras palabras, el especialista señala que el aprendizaje de la lectura pone en marcha adaptaciones cognitivas que se manifiestan en un incremento del consumo de oxígeno en zonas cerebrales. La adquisición de la lectura genera una reorganización de los circuitos neurales.
“Cuando aprendemos a leer nuestro cerebro efectúa una especie de realineamiento de zonas que evolucionaron para el reconocimiento de objetos complejos, como las caras, y estas se encargan de traducir las letras en lenguaje”, agrega el neurobiólogo.
El experimento
Los investigadores reclutaron treinta adultos de dos aldeas cerca de ciudad india de Lucknow, con 31 años de edad media.
Le enseñaron a leer a veintiuno de ellos, mientras que el resto sirvió para hacer una comparación. A todos se les hizo un escáner del cerebro antes y después de un período de seis meses.
El resultado principal fueron cambios significativos en los cerebros de las personas que habían aprendido a leer y a escribir porque mostraban un incremento de la actividad cerebral en la corteza, la porción más externa de los hemisferios cerebrales y que se encarga, entre otras funciones del aprendizaje.
“Leer pone en marcha importantes procesos cognitivos y también implica el desarrollo de habilidades sensoriomotoras importantes, entre ellas la necesidad para un control fino de los movimientos oculares para ir barriendo entre las líneas de texto y para mover los ojos en las zonas más informativas”, señala Alonso.
Según los investigadores, los cambios más dramáticos se observaron en aquellas personas que progresaron más en sus habilidades de lectura y escritura.
Efecto sensorial
Existen varios estudios que han mostrado que leer es una actividad que fomenta la actividad cerebral, lo que ha llamado la atención de los expertos en neurociencia.
Una investigación efectuada en el US National Library of Medicine National Institutes of Health, detalló los efectos que tenían ciertas palabras en el cerebro de un grupo de personas
Gracias a mediciones con resonancias magnéticas, los científicos notaron que al leer palabras como “perfume” y “café”, la actividad de la corteza primaria olfativa del cerebro aumentaba, mientras que esto no ocurría con palabras como como “silla” o “llave”.
De acuerdo con el estudio, la corteza primaria olfativa es una serie de zonas del cerebro entre las que se cuenta la amígdala, que es el repositorio de nuestros recuerdos más antiguos y muchos de estos están vinculados con el olfato.
El estudio señala que al leer ciertas palabras se produce los efectos sensoriales asociados a ellas, por ejemplo, con la palabra ajo, el cerebro recuerda inconscientemente su sabor y olor.
Incremento de tamaño
Científicos de la Universidad Carnegie Mellon, en Pittsburgh, Pensilvania, Timothy Keller y Marcel Acaban, descubrieron la primera evidencia de que la instrucción intensiva para mejorar las habilidades de lectura en niños pequeños hace que se cree nueva materia blanca, la cual mejora la comunicación dentro del cerebro.
Como informan los investigadores, las imágenes cerebrales de niños de entre 8 y 10 años mostraron que la calidad de la materia blanca, el tejido cerebral que transporta señales entre áreas de la materia gris, donde se procesa la información, mejoró sustancialmente después que los niños recibieron 100 horas de entrenamiento correctivo.
De acuerdo con es estudio, después del entrenamiento, las imágenes indicaron que la capacidad de la materia blanca para transmitir señales de manera eficiente había aumentado, y las pruebas mostraron que los niños podían leer mejor.
“Demostrar que es posible volver a cablear la materia blanca de un cerebro tiene importantes implicaciones para el tratamiento de las discapacidades de lectura y otros trastornos del desarrollo, incluido el autismo”, dijo Just, profesor de psicología y director del Centro de imágenes cognitivas del cerebro de Carnegie Mellon.
El estudio de Keller y Just fue diseñado para descubrir qué cambios físicos en los cerebros de los lectores pobres que hacen la transición a la buena lectura.
Examinaron los cerebros de 72 niños antes y después de un programa de instrucción de recuperación de seis meses y por medio del uso de imágenes de tensor de difusión, una nueva técnica de imágenes cerebrales que rastrea el movimiento del agua para revelar la estructura microscópica de la materia blanca, encontraron un cambio en el cerebro que involucraba el cableado de la materia blanca que une a diferentes partes del cerebro.
“Esencialmente aumenta el ancho de banda de comunicación entre las dos áreas del cerebro que la materia blanca conecta, en un factor de 10”, dijo Just.