“La presión genera resistencia, eso siempre vale en los niños”, dice Nicola Schmidt, autora de varios libros sobre educación infantil en Alemania. “En cuanto al chupete, la presión también genera miedo, vergüenza y estrés, lo cual es doblemente desaconsejable, dado que el niño debe justamente aprender a calmarse sin el pepe o chupete. Cuanto menos se lo presione, mejor irá todo”, explica esta madre de dos niños.
Schmidt sabe muy bien que para los más pequeños puede ser difícil separarse definitivamente del chupete.
Pregunta: ¿Por qué muchos niños dependen tanto del pepe?
Nicola Schmidt: Por un lado, el pepe o chupete es una costumbre y nuestro cerebro ama las costumbres y las deja de lado solo bajo protesta. Por el otro, el chupete es un consuelo para muchos niños y los ayuda a la hora de dormir. Esto crea un vínculo estrecho con el chupete, especialmente cuando está siempre disponible. Cuando no está a mano, genera una sensación de vulnerabilidad y pérdida de control en el niño.
Pregunta: ¿Cuál es el mejor momento para que el niño se desacostumbre y qué situación deben esperar los padres?
Schmidt: Los asesores en lactancia materna recomiendan empezar en torno al octavo mes, mientras que los dentistas se preocupan por los dientes a partir del segundo año de vida, así que lo mejor es empezar lo antes posible.
Además, debemos hacernos a la idea de que desacostumbrarse es para muchos niños algo que lleva no solo tres días o dos semanas. Puede llevar bastante tiempo.
En determinadas situaciones muy movilizables, como las mudanzas, el nacimiento de un hermano o la separación de los padres, incluso conviene esperar un momento mejor, ya que en estos casos el chupete se puede volver más importante que antes. Lo mejor es darle algo de tiempo a toda la situación.
Pregunta: ¿Cuál es la mejor manera de manejarse para los padres?
Schmidt: Lo ideal es haber desarrollado ya una especie de rutina. Esto significa que el niño recibe el pepe en determinados momentos, como por ejemplo en el auto, o a la hora de dormir, que este tiene un lugar de guardado fijo y ningún sobrenombre. Es decir, la idea es que el chupete no esté siempre a mano. De esta forma, el niño aprende que hay otras formas de calmarse sin necesidad del chupete.
El desacostumbramiento en sí se produce luego en tres pasos:
Primero hay que aclararle al niño por qué debe despedirse del chupete, reconociéndole que comprendemos que no le guste demasiado el plan. Algo así como: “Es importante que lo hagas por tus dientes, aunque entiendo que estés triste”.
En segundo lugar, debemos aceptar que nuestro hijo estará en un primer momento triste y enojado y que quizá sea difícil calmarlo. Eventualmente, deberá aprender un nuevo modo de regulación, que hasta ahora recaía por completo en el chupete.
En tercer lugar, es útil buscar ejemplos a seguir y rituales. ¿Hay otro niño que también esté dejando el chupete? Los rituales activos son buenos para los niños. Esto significa que es mejor que sea él mismo quien cuelgue el chupete en el “árbol de chupetes”, por ejemplo, en vez de que un “hada de los chupetes” se lo saque de un día al otro sin aviso previo.
Finalmente, también es importante tenernos en cuenta como padres en esta ecuación. ¿Lograremos brindarle un consuelo sincero al niño? ¿Somos capaces de decir: ‘¿Te entiendo, estás enojado y triste? ¿Ven, vamos a ver qué te puede ayudar ahora’? ¿O estamos atravesando justamente un momento de estrés y nos costará pasar por algo tan movido, soportar llantos y gritos? También hay que tener en cuenta estas cosas. A fin de cuentas, el que debe desacostumbrarse al chupete no es solo el niño, sino también nosotros como padres.