Los guatemaltecos llevan el amarillo en la memoria y también en la actitud resuelta ante los desafíos y adversidades. Desde la psicología del color, el amarillo se relaciona con felicidad, energía y luz. Un informe mundial sobre la felicidad, elaborado por la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de la Organización de Naciones Unidas posicionó a Guatemala en el puesto 30 de 156 de los países más felices. “No es casualidad, ya que varias personas extranjeras siempre dicen que el guatemalteco se caracteriza por ser amable, acogedor y entusiasta, a pesar de los problemas sociales que se han arraigado con los años”, dice Juan Carlos Contreras, antropólogo.
Infinidad de matices de amarillo codifican sus tradiciones. Una de ellas en las ferias municipales, que se hacen en honor al santo patrono de cada localidad, para agradecer la prosperidad, salud y protección. Este rito social, que inició en el período de asentamiento y evangelización de las villas fundadas por los españoles, está colmado de danzas tradicionales, comidas y juegos.
El amarillo está presente en las decoraciones, pero también en deliciosos manjares de feria. Aunque este año se suspendieron por la pandemia, no es difícil imaginar la feria de Jocotenango, que se celebra por la Virgen de la Asunción, o la feria del Cerrito del Carmen. Al inicio, una manta vinílica con la frase “Bienvenidos a la feria”, seguida de ventas de dulces y artesanías, carros de madera, guitarras y tambores de juguete. El amarillo se siente en dulces típicos como los nuégados, alboroto, mazapán o coyoles en miel. Siga caminando y encontrará en esta evocación a alguien que mueve, con una paleta grande, un recipiente con buñuelos o torrejas.
Los colores en la gastronomía impactan en el estado de ánimo y el deseo de saborear determinados alimentos, dependiendo de la tonalidad, según la chef Hiliana de Ramírez. El amarillo se come en rellenitos de plátano, atol de elote, tamalitos de maíz y otros antojitos.
Cosmovisión milenaria
El amarillo es toda una tradición ancestral con un gran valor simbólico. La periodista Ana María Pedroni, en su libro El mundo como imagen, explica que el amarillo es uno de los colores que los mayas relacionaban con los cuatro ángulos del universo. El oriente, zona en donde sale el sol, era rojo; el oeste era representado por el negro, en alusión al descanso; el norte se relacionaba con el blanco, pero el sur era amarillo.
Q’an, amarillo en idioma k’iche´, representa el sur, lugar en donde reposan los bienes materiales, necesarios para la existencia útil del ser, razón por la que se le relaciona con luz, brillo y oro. En este ángulo están todas las cosas que se pueden ver y tocar: es el lugar donde nace la lluvia. Además, simboliza las cosechas, el arduo trabajo que todos los mayas hacen para cuidar sus cultivos, sobre todo el maíz amarillo, de montaña.
El amarillo, combinado con el blanco, tienen también una carga simbólica en el origen del ser humano. En el Popol Vuh se narra que para la creación se empleó el maíz blanco para los huesos y el amarillo para los músculos del hombre y la mujer.
El Centro de Estudios Mayas, en su artículo El léxico cromático y la ideología maya, refiere el mito acerca del descubrimiento del maíz debajo de una roca, a la que solo las hormigas podían tener acceso. Sin embargo, muchos animales y el hombre quisieron aprovechar este alimento, por lo que pidieron ayuda a los dioses del Trueno, para que enviaran lluvia. De los cuatro dioses, el más grande era Yaluk, quien pudo deshacer la roca. Al inicio el maíz era blanco, pero su rayo quemó algunos granos y se volvieron rojos, mientras que el humo convirtió a otros en amarillos. De hecho, para los k’iche´s el amarillo simboliza vida, ideas acertadas y maduras, según Julio Aragón, guía espiritual maya. Cuando en la comunidad nace un bebé varón se acostumbra regalar flores amarillas, como símbolo de alegría.
Además, en el idioma k´iche´, algunas expresiones lingüísticas hacen alusión al color, como Kaán tíj; es decir palabras maduras y sabias. Cuando alguien pasa por una situación difícil, se le pide que de su boca solo broten palabras amarillas, en el sentido de que sean maduras, sabias y acertadas.
Amarillo icónico
Este color es también un puente entre el pasado y el presente. Es así como nacionales y extranjeros admiran diversos edificios coloniales que son prácticamente imposibles de imaginar de otro color, aunque alguna vez los hayan tenido.
Un ejemplo clásico de esta fijación memorística es el Arco de Santa Catalina en Antigua Guatemala, uno de los lugares más emblemáticos y fotografiados del país.
Así también, sobre la 6a. avenida norte y primera calle poniente está la iglesia de La Merced, ícono de la arquitectura antigüeña, con sus intrincados diseños de estuco blanco sobre fondo amarillo, obra del arquitecto Juan de Dios Estrada en 1676. También es digna de mención la capilla de El Calvario, donde oraba el mismísimo santo Hermano Pedro, quien sembró al lado un árbol de esquisúchil. Pero no solo en Antigua Guatemala hay lugares donde el amarillo se yergue desafiante al tiempo. Tal es el caso del palacio municipal y centro cultural de Momostenango, cuya torre se ilumina por las noches.
Ritual cosmogónico
Más de 300 años de antigüedad tiene la danza que involucra a monos, jaguares y a un león, una representación de pugnas y luchas prehispánicas con cierta dosis de sincretismo religioso. Esta danza implica el descenso de uno de los personajes desde las alturas, hasta un tronco de árbol ceremonial frente a la iglesia parroquial de Momostenango, Totonicapán.
Muy cerca, en el municipio de San Andrés Xecul es posible admirar la abigarrada y colorida decoración -sobre fondo amarillo- de su templo parroquial, cuya construcción es de principios del siglo XX. Es decir, relativamente reciente, pero que constituye otro de esos inconfundibles íconos.
El color sagrado
Desde tiempos prehispánicos, el jaguar era considerado como el gran espíritu del Bosque, símbolo de grandeza pero también de poder y fortaleza. En vasos policromados se representaba a sacerdotes y gobernantes ataviados con su piel. Lamentablemente, es una especie que se encuentra en franco peligro de extinción debido a la cacería ilegal, a la destrucción de los bosques y al desbalance de los ecosistemas que ahuyentan a sus presas, con lo cual mueren de inanición. Pese a ello, biólogos y conservacionistas han logrado fotografiar algunos en estado salvaje mediante dispositivos con sensores de movimiento, imágenes en las cuales se aprecia su majestuosidad. Es tan impactante su simbolismo que en varias danzas aparece el “tigre”, con traje de manchas o bien totalmente amarillo y una máscara del mismo color.
El fuego de la fe
El amarillo de las llamas de velas y veladoras o de los fuegos ceremoniales habla por sí solo. Los decorados dorados de tantos templos y, eventualmente, la vestimenta y el resplandor de diversas advocaciones de la Virgen son otra muestra de la fuerza mística de este color, que se puede oler durante una de las temporadas más emblemáticas del país: la palma de corozo que aromatiza la Cuaresma guatemalteca.
Esta especie es propia de los bosques tropicales del país, crece en clima cálido y florece en verano, al igual que tantas otras variedades florales propias e importadas, cultivadas o silvestres: rosas, girasoles, margaritas y hasta las llamadas “flores de muerto”, o árboles como el palo blanco que se convierten en nubes amarillas que dan cuenta de la resiliencia guatemalteca: una nación que a pesar de la adversidad, de los desencantos y de las duras realidades se levanta cada día para volver a trabajar, a soñar, a florecer.
Las advocaciones marianas reflejan facetas, momentos y dogmas relacionados con la Virgen María, quien es venerada por millares de católicos a lo largo del año. Además de la Virgen de la Asunción, del Rosario, del Carmen, también reciben especial devoción Nuestra Señora del Socorro, de los Remedios y de Candelaria.
Fusión de culturas
Alegría garífuna
El Caribe guatemalteco es un mosaico de alegría, talento y trabajo. La comunidad garífuna radicada sobre todo en Lívingston, Izabal, realza con orgullo sus raíces afrocaribeñas. La bandera garífuna lleva el color amarillo como símbolo de constante libertad, uno de sus más grandes valores, ya que sus ancestros nunca pasaron por las cadenas de la esclavitud. Este pueblo ha aportado grandes profesionales, artistas y deportistas al país.