Mi padre era un pacifista, que se enorgullecía de no haber disparado uno solo tiro en dos guerras mundiales. Cuando conoció a mi madre, él hablaba sólo el alemán y el inglés, y ella sólo el ruso y el francés. Sin embargo, se entendieron muy bien. Cuando yo nací mi docta madre estudiaba el español, pues había leído a ?Don Quijote?, que le pareció una obra maravillosa, con setecientos ?decires? o proverbios, que revelan la sabiduría del pueblo español.
Mi padre había sido un ?bon vivant?, que disfrutaba de la vida diaria, no leía libros sino sólo periódicos y su lema era ?vivir y dejar vivir a los demás?. Vivía el placer de contar chistes y de tomarse un buen vino a las horas de comer.
La I Guerra Mundial la pasó en Siberia, a donde lo mandaron desde Moscú como prisionero civil de la guerra, que su país, Austria, había declarado a Rusia (sin esperar su regreso). Papá había hecho una buena amistad con la gente pueblerina de aquella región helada, donde a los prisioneros de guerra le era prohibido hablar en alemán.
?No hablamos alemán sino austríaco?, les aseguró mi padre, y siguió hablando en alemán siendo este idioma el que se habla en Austria.
Cuando estalló la II Guerra Mundial, mi padre ya era algo viejón, pesaba casi doscientos kilos y era calvo. Por extrañas circunstancias del destino no figuraba en las listas militares de Alemania de las personas que debían ir al frente a luchar. Pero cuando él y mi madre decidieron trasladarse de Berlín a España (donde yo ya llevaba cinco años sola, puesto que ellos querían que estuviera en un país neutral), entonces resultó que para obtener la visa de salida, debía presentar un permiso correspondiente a las autoridades del Ejército.
De modo que mi padre tenía que presentarse voluntariamente a los médicos militares. El lo comentó a su grupo de amigos, con los que se reunía en una taberna una vez por semana para contar y escuchar chistes. Allí hubo un enfermero que le dijo: ?Fritz, ¿tú fumas?? ?No?. ?Pues entonces fúmate dos cigarras gordas antes de ir al examen. Cena dos platos de lentejas con una ensalada de repollo. Desayuna varias tazas de café muy negro y frijoles blancos y bebe dos cervezas. ¿Cómo piensas ir al Departamento del Ejército de los reclutas?? ?En auto?. ?Nada de auto o taxi; vete a pie, corriendo?.
Papá cumplió lo que le recomendó aquel amigo. Fumó, cenó, desayunó con cervezas y llegó jadeante al departamento de los médicos militares. Tenía cincuenta años ya cumplidos, pero en esos días reclutaban hasta a los niños de 15 y menos años para defender Berlín, aunque la guerra ya estaba perdida. Su corazón palpitaba, su presión sanguínea había subido mucho y el médico que lo examinó le dijo: ?Con usted tampoco vamos a ganar la guerra. Mejor váyase cuanto antes a su casa y acuéstese?.
Fue así como le otorgaron el permiso para viajar a España, donde papá presumía siempre que también en la II Guerra Mundial no había disparado un solo tiro. Era un pacifista.