FUE UNA SORPRESA: LAS DONACIONES ECONÓMICAS CRECIERON Y LAS REMESAS SE MANTUVIERON ESTABLES EN UN MOMENTO DE MUCHA FRAGILIDAD Y PRECARIEDAD LABORAL. TENGO UNA TEORÍA.
A medida que la pandemia de COVID-19 destruía vidas y modos de sustento, la sombría previsión de los expertos fue que disminuirían las donaciones filantrópicas. El Banco Mundial predijo una alarmante caída del 20 por ciento a nivel mundial en las remesas enviadas por los emigrantes a raíz de la crisis económica. Al fin y al cabo, la Gran Recesión provocó reducciones en las donaciones caritativas, así como el decrecimiento de esas cruciales transferencias económicas que los inmigrantes enviaban a casa. Pero, sorprendentemente, ambas previsiones resultaron erradas, ya que las donaciones monetarias aumentaron durante los primeros momentos de la pandemia y el flujo de remesas de inmigrantes demostró ser resistente.
¿Por qué las donaciones económicas directas crecieron, y las remesas se mantuvieron estables en un momento de tanta fragilidad y precariedad laboral? La mejor explicación es que el dinero adoptó nuevos significados sociales durante la pandemia. En un momento de doloroso distanciamiento social, cuando las normas de cuarentena nos separaron, el dinero se convirtió en un conector social tangible, y salvó esa brecha al permitirnos expresar nuestra preocupación por propios y extraños. Nótese la paradoja: el frío dinero en efectivo, el principal medio transaccional, transmutado en una cálida moneda social que fortalece múltiples lazos sociales y afirma la solidaridad comunitaria.
Consideremos la ola de donaciones caritativas que inspiró la pandemia. En 2020, las donaciones en Estados Unidos a título personal y de legados, fundaciones y corporaciones alcanzó un récord de 471.440 millones de dólares, según un estudio realizado por la Escuela de Filantropía de la Universidad de Indiana. Además de las donaciones realizadas a organizaciones benéficas tradicionales, hubo un distinguible aumento de las transferencias económicas directas, incluidas propinas más generosas a aquellos trabajadores que estaban arriesgando su salud, como repartidores a domicilio e incluso empleados de comercios.
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Muchos otros donaron dinero de forma indirecta, al encargar comida a los restaurantes del barrio, comprar tarjetas regalo de las tiendas locales o seguir pagando a los trabajadores por servicios que ya no podían prestar, como la limpieza doméstica, los cuidados de día o cortar el pelo. Las campañas de crowdfunding también proliferaron para apoyar a los profesionales sanitarios o ayudar a las familias a pagar la comida, los gastos cotidianos, las facturas del médico y los funerales.
Algunas celebridades de Twitter se ofrecieron a pagar las facturas más urgentes de sus seguidores en internet. Con frecuencia, estas donaciones pandémicas consistían en pequeñas cantidades. Consideremos, por ejemplo, la invitación en Twitter de Roxane Gay, escritora y colaboradora de Opinión del Times: “Si estás en la ruina y necesitas reabastecer tu despensa, te envío 100 dólares por Venmo”.
Asimismo, se multiplicaron los grupos informales de ayuda mutua, con nuevas energías. Estudiantes de todo Estados Unidos crearon este tipo de redes para ayudar a otros a pagar la vivienda, la atención médica o la comida durante la pandemia. Al margen de cualquier estructura universitaria formal, estos estudiantes recaudaron miles de dólares en pequeñas donaciones, y las distribuyeron a sus destinatarios a través de Venmo u otras aplicaciones.
Los cheques de estímulo en Estados Unidos originaron su propia nueva economía de la donación. Si bien para la mayoría de los beneficiarios los subsidios públicos supusieron unos muy necesitados fondos para cubrir los gastos cotidianos, se calcula que en 2020 entre 11 y 13 millones de estadounidenses donaron parte o la totalidad de sus cheques de estímulo o planearon hacerlo donando el dinero a la beneficencia o a miembros de su familia. Organizaciones comunitarias como Pay It Forward destinaron los fondos de los donantes a causas dignas muy variadas, como las ayudas al alquiler para quienes se enfrentaban al desahucio o la asistencia a inmigrantes sin documentos. Los intentos de cuantificar el dinero donado por los estadounidenses en este paisaje caritativo ampliado aún están en curso.
La resistencia de las remesas es llamativa. Un informe del Banco Mundial de 2021 sobre los flujos de remesas de 2020 reveló que, a pesar de las dificultades económicas, las remesas de los países de renta baja y media disminuyeron solo el 1,6 por ciento respecto al año anterior. Según algunas estimaciones, algunos países registraron un aumento del flujo de remesas. La supervivencia de las remesas importa porque, sumadas, estas pequeñas transferencias constituyen la fuente de capital más sustancial para las economías en desarrollo, por delante de la inversión extranjera directa.
Incluso en tiempos de normalidad, a menudo las remesas cobran prioridad sobre las propias facturas y gastos de los emigrantes. De hecho, de la investigación se infiere que la mayoría de las personas a ambos extremos de los flujos migratorios atribuyen un significado moral a las remesas, y que avergüenzan a quienes no pagan lo esperado. El compromiso financiero apenas flaqueó cuando se intensificó la crisis económica de 2020.
Como Elias Bruno, obrero de la construcción de 31 años que vive en Panama City, en Florida, y mantiene a 5 familiares en México, le explicó a una periodista del Times: “Tenemos dificultades aquí, pero es peor en México. Tienes que hacer todos los sacrificios para alimentar a tu familia”. Es apropiado que un informe del Foro Económico Mundial se refiera a quienes envían las remesas como “los trabajadores en la primera línea de la seguridad económica”.
¿Cómo interpretamos estos enigmas económicos pandémicos? ¿Por qué el dinero pandémico no siguió el precedente establecido por la Gran Recesión, con una caída de las donaciones y las remesas?
Jonathan Meer, profesor de Economía de la Universidad de Texas A&M especializado en las donaciones caritativas, me dijo que esta vez era distinto porque “entre las transferencias del gobierno y las reducciones de los gastos discrecionales, muchos hogares se han visto en una situación financiera mucho mejor durante la pandemia”. En consecuencia, muchas personas tuvieron más capacidad para donar. Y, sin duda, sistemas de pago virtual como PayPal, Venmo, Apple Pay y Cash App, y sitios web como GoFundMe, que en 2008 no estaban disponibles o su uso no estaba tan extendido, permitieron transferir dinero de forma más barata, rápida y personalizada.
Sin embargo, ni la tecnología ni la economía pueden explicar del todo por qué, en medio de la incertidumbre financiera y el peligro físico, la gente se desprendió de su dinero. ¿Por qué donar dinero, incluso sin una urgente e inmediata necesidad de fondos? ¿Por qué no ahorrarlo, simplemente?
Porque en nuestro extraño mundo pandémico, el dinero sirvió de inesperado puente social. Después de todo, y a pesar de las profundas disparidades de clase, raza y género de la pandemia, todo el mundo se volvió físicamente vulnerable. Esto generó un trauma colectivo que no existía en la crisis financiera de 2008, y pudo haber dado lugar a una mayor solidaridad. Jefes de gobierno, estrellas de cine y otras figuras destacadas contrajeron la COVID-19, como lo hicieron los amigos, familiares y compañeros de trabajo de la gente.
En el caso de la resistencia de las remesas, esas transferencias internacionales persistieron no solo como salvavidas económicos para las familias en el extranjero, sino también como poderosas representaciones monetarias de unas innegociables solidaridades de parentesco y etnia.
El dinero funcionó tan bien como conector social porque es adaptable. El dinero pandémico pudo servir como caridad común, como una especie de ayuda mutua politizada, como donación personal o solo una gran propina, dependiendo de las conexiones sociales entre donantes y beneficiarios.
Según un artículo de Benjamin Soskis, investigador sobre historia de la filantropía en el Urban Institute, la expansión de las transferencias económicas de persona a persona, con pocas ataduras, puede fomentar normas a favor de “la solidaridad y la confianza en la toma de decisiones de los destinatarios”. Al abandonar las sospechas y las exigencias de vigilancia y rendición de cuentas que conllevan las subvenciones económicas, las donaciones pandémicas son otro de los actuales experimentos de ayuda económica directa que podrían promover una forma más respetuosa y eficaz de ayudar a los demás.
Estas donaciones caritativas y remesas son previas a la crisis de la COVID-19, y estos flujos de dinero privado son a menudo un parche temporal a las limitaciones de las redes de seguridad estatales. Y todavía no contamos con la suficiente investigación para predecir si estas tendencias pandémicas se mantendrán, y por cuánto tiempo. Tampoco deberíamos ponernos excesiva y peligrosamente sentimentales con las transferencias privadas, no vaya a ser que se consideren un sustituto de una digna ayuda estatal.
No obstante, sí podemos esperar que la sorprendente generosidad monetaria durante la pandemia pueda llevar a una solidaridad económica más sostenida y duradera. Tal vez, como conjeturó el antropólogo Bill Maurer, “al usar el dinero para mantener la conexión, quizá podamos discernir una nueva ética del intercambio”. Imaginemos que el dinero que fluyó durante la pandemia pudiera ser un modelo de cómo podemos estar más cerca unos de otros y trascender —en vez de reproducir— el atrincherado partidismo político de nuestro país.