Muchos intentamos superar el confinamiento con unas copitas, cervecitas, comida y cualquier cosa que nos dé esa paz de haber conseguido una recompensa. Algunos medios apuntan a que se han incrementado las ventas de bebidas alcohólicas mientras retroceden las de papel higiénico.
Estar animados y motivados no viene nada mal para la pandemia que vivimos. En nuestro cerebro hay un sistema muy conservado (que compartimos con otros vertebrados) que regula los comportamientos motivados para la obtención de los refuerzos. Es el “sistema mesocorticolímbico”, formado por núcleos cerebrales entre los que encontramos el “área tegmental ventral”, compuesta por “neuronas dopaminérgicas”.
Estas neuronas proyectan sus axones para liberar “dopamina”, un neurotransmisor, en el “núcleo accumbens” cuando nos encontramos ante una situación importante para la perpetuación de la especie, como la comida, el sexo y el contacto social. En otras palabras, la activación de estas neuronas es una señal que nos motiva y nos da la energía para consumir estos estímulos, que llamamos refuerzos.
En el mundo natural, la activación de estas neuronas y la liberación de dopamina es un hecho que nos permite adaptar nuestro comportamiento y dirigirlo hacia la obtención de estos refuerzos. Llamar a estas situaciones “refuerzo” es tremendamente descriptivo, pues su obtención refuerza que repitamos estos comportamientos.
¿Por qué no viene mal activar nuestras neuronas dopaminérgicas? Porque en 2016 se demostró que la activación de las neuronas dopaminérgicas del área tegmental ventral incrementa la capacidad del sistema inmune innato y adaptativo. Esto potencia nuestra capacidad de luchar frente a infecciones y otras amenazas como las células cancerosas. Es por tanto buen negocio vivir con una buena salud emocional que mantenga nuestra motivación por los refuerzos.
Pero, ¿qué pasa cuando tenemos pocos refuerzos o nos vemos privados de aquellos que teníamos antes del COVID-19?
Las drogas: imitadores de los refuerzos naturales
Al igual que los refuerzos naturales, las drogas, incluido el alcohol, activan las neuronas de dopamina del sistema mesocorticolímbico. Al igual que el sexo, comer, el contacto social y el ejercicio, el alcohol y otras sustancias liberan dopamina en el núcleo accumbens. Esto nos indica que es necesario para la supervivencia.
¿Qué sucede entonces? Que nuestro comportamiento se modifica para repetir el consumo de esa sustancia, porque nuestro cerebro lo entiende como un refuerzo. El problema es que el alcohol y las otras drogas no activan las neuronas del mismo modo que los estímulos naturales.
La activación por drogas da lugar a cambios persistentes en las neuronas del sistema mesocorticolímbico de modo que, tras repetir y repetir el consumo, nuestro cerebro convierte ese consumo en un hábito. De un consumo esporádico podemos pasar a un consumo habitual y, finalmente, a lo que conocemos como trastorno de consumo de alcohol. Este trastorno, caracterizado por la imposibilidad de frenar el consumo compulsivo de alcohol, incluso cuando nos produce efectos negativos, puede desembocar en su estadio más grave: la adicción.
Adicción al alcohol: del uso esporádico al hábito
Esta secuencia, desde consumir esporádicamente una copa hasta la adicción donde el consumo es compulsivo y persistente, le ocurre a aproximadamente el 20 % de la población.
En otras palabras, el 20 % de los que empecemos a beber diariamente para “intentar encontrarnos mejor” durante estos días somos vulnerables a que cuando acabe el confinamiento no podamos dejar de consumirlo. En ese 20 % de la población, el consumo repetido de la droga da lugar a cambios tanto estructurales como funcionales de las neuronas del sistema mesocorticolímbico, que hacen que el consumo se vuelva un hábito. Sin pensar, el alcohol se convertirá en el estímulo más importante y, que aunque quiera, será muy difícil no consumirlo.
Esos cambios estructurales y funcionales, que a día de hoy todavía estamos intentando conocer y entender, convierten a la adicción en una enfermedad mental que necesita tratamiento.
Actualmente, la gran mayoría de los laboratorios que estudian la adicción al alcohol tratan de entender cómo se producen estos cambios estructurales y funcionales en el cerebro para diseñar tratamientos farmacológicos. Desgraciadamente aun nos queda un largo camino que recorrer, pues a día de hoy las terapias con las que contamos no son muy efectivas y la mayor parte de los pacientes vuelve a recaer.
Recaen en una enfermedad que no solo es una de las causas de enfermedad más importantes en Europa según la OMS, sino que además causa un coste sociosanitario en España que en 2007 fue de alrededor de 3 millones de euros. Por eso invertir en investigación mejorará nuestra salud y nuestra sociedad.
Lucía Hipólito Cubedo, Profesora en el área de Farmacia y Tecnología Farmacéutica, Universitat de València
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