La inminente celebración del IX Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) en Cádiz del 27 al 30 de este mes de marzo proporciona una buena ocasión para echar una somera mirada a las innovaciones léxicas que las Academias de la Lengua (RAE y Asociación de Academias de la Lengua Española, ASALE) han venido incorporando, a lo largo de los últimos años, al Diccionario de la Lengua Española (DLE), es decir, al Diccionario común u oficial del idioma.
Las innovaciones se refieren, básicamente, a nuevas entradas léxicas y a nuevas definiciones o acepciones de voces ya registradas. Con tales aportes, pertenecientes a todo el mundo hispánico, se podría diseñar un perfil significativo de la vida de los hablantes de español, de sus valores en alza, de sus (pre)ocupaciones e intereses, y también, por omisión, de sus olvidos y negligencias.
Sin pretensión de exhaustividad, las novedades léxicas o semánticas que se vienen registrando en el DLE se inscriben en unas cuantas áreas de interés, como se verá: las nuevas tecnologías, el entretenimiento (campos ambos ampliamente solapados), la salud, el deporte y la gastronomía (también con importantes zonas en común), y no mucho más. Da la impresión de que solo hasta ahí llega el consenso en esta comunidad hispanohablante de comienzos del siglo XXI.
De los memes al bótox
En el ámbito de las nuevas tecnologías abundan los neologismos que designan instrumentos, técnicas, prácticas y aplicaciones informáticas que se han puesto a nuestra disposición en los últimos años: blog y bloguero, chat y chatear, meme, mensajear, viralizar, multitarea, encriptado, rúter y derivados, clic, macrodatos, tuit y derivados, wifi, dron y flap, led y mediateca…
Se ha visto disparado el número de palabras compuestas con cíber-, si bien no todas registradas aún en la lexicografía académica (prescindo de derivados): ciberacoso, ciberarte, ciberataque, cibercafé, cibercultura, ciberdelincuencia, ciberdelito…
A la esfera del entretenimiento se adscriben unidades léxicas como bugui-bugui, cameo, ciberpunk, fanzine, manga, precuela, rap y derivados, resort, sesión golfa, sudoku, zapear… no siempre netamente separables de voces relativas a la estética, la moda, indumentaria, formas de vida, etc. como autofoto y selfi, bótox, camp, okupa y derivados, parka, punki y vedetismo.
El vocabulario de la salud
Son también numerosos los neologismos relativos al ámbito de la alimentación. No en vano los chefs representan figuras emergentes de la cultura de hoy, con programación televisiva de amplio seguimiento: palabras como brioche, brócoli, carbonara, chopito, chucrut, confit, crepe, crocanti, tofu, garrofón, muesli, panetone, compango o sancocho, además de veganismo y vegano, han ingresado por la puerta grande en el DLE. Y a la espera están muchas otras del mismo campo semántico o asociativo.
Contiguo a la alimentación se encuentra hoy otro consenso social básico: el relativo a la salud (también la mental), así como al bienestar físico y emocional. La innovación léxica relacionada con esta esfera se ha incrementado exponencialmente con voces que designan, entre otras realidades, fobias y adicciones, como amaxofobia, aporofobia, baipás, bipolar, bulímico, endorfina, estent, sociópata y derivados, farmacodependencia, los acortamientos léxicos fisio, depre y neura, la nanomedicina, la viagra, etc.
Si las palabras anorexia y vigorexia han encontrado ya acomodo en los catálogos académicos, desde hace algunos años están llamando a sus puertas tanorexia, ortorexia o megarexia, de cuyo amplio empleo y significado nos dan noticia Wikipedia y otros muchos sitios de la red.
Difícilmente logran separarse de los espacios semánticos recién mencionados los lexemas relacionados con diversas prácticas deportivas: aerobismo, barranquismo, cicloturismo, kart, melé, nocaut, paradón, pichichi, pilates, puénting, rafting, marcha nórdica, mediofondista…
Constituyen un reflejo de tendencias hoy en boga incorporaciones léxicas recientes como amigovio, antitaurino, arboricidio, buenismo, edadismo, especismo, feminicidio, friki, grafitero, identitario, homoparental y monoparental, malditismo, mamitis, micromachismo, pasotismo, metrosexual, positividad, postureo, posverdad, resiliencia, sororidad; verbos como deconstruir y derivados, desestructurar y derivados, desregular y derivados; además de los derivados con prefijo eco-: ecocidio, ecocida, ecorregión, ecoturismo…
También se han modificado, cancelado o tuneado los significados o algunas acepciones de palabras como género, matrimonio, adulterio, nacionalismo, gallego, sentido común, sexo débil y sexo fuerte, por citar solo algunas que han saltado a la opinión pública.
Aunque el DLE trata de reflejar la realidad de toda la lengua castellana, hablada en veintitrés Estados por cerca de 600 millones de personas, no hace oídos sordos a algunos particularismos léxicos propios de diferentes países o regiones. Entre los propios de España, de carácter coloquial en su mayoría, y no todos de acuñación reciente, registra el DLE españolismos como casoplón, famoseo, gusa (“hambre”), marcha, potar y pota (“vómito”), pinganillo, postureo, rular (“funcionar, marchar”), sesión golfa, yogurín o zasca.
Si el DLE, como cualquier otro diccionario, aspira a ser una obra útil para la consulta, no tiene más remedio que estar abierto a las novedades de la lengua de los hablantes.
Ahora bien, el carácter académico de la presente obra debe aspirar también a ofrecer a quienes la consultan una orientación acerca de lo que mejor responde al genio y a la unidad del idioma, entre las diversas opciones que a veces presenta el uso lingüístico. Este será el rasgo que diferencie al repertorio académico de otras obras anónimas o simplemente comerciales.
Manuel Casado Velarde, Catedrático emérito de Lengua Española, especializado en análisis del discurso, innovación léxica, Lexicología y Semántica del español, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.