Bordeando los barrancos de Guatemala, he vivido veinte años en la zona 2 y el último año en la zona 14. En ambas casas las ventanas sólo daban al vacío de los campos verdes que se pierden en la niebla.
?Nada hay detrás de la pared, que viento?, hubiera dicho un poeta. La poesía parece haber llegado hoy a un envejecimiento prematuro. El arte como se observa hoy, vive el estancamiento.
La historia ofrece distintas versiones de los hechos, llegando incluso a coincidir historia y ficción, pues toda historia se vuelve leyenda. Juntas, historia y literatura, se presentan a menudo a través de las novelas como medios de conocimiento. Es el conocimiento de lo incierto, de una ficción testimonial.
Estoy leyendo una novela sobre un tiempo histórico, en un imaginado lugar, donde la leyenda, el mito y la documentación histórica se confunden.
La semejanza ante la realidad empírica y la imaginada da lugar a una serie de paralelismos. Entre la versión oficial de los hechos, iluminada por medio de la imaginación, es como surge el lado oscuro de la Historia.
La historia oficial es la escrita por los vencedores, por los extranjeros o los invasores y hay mucho que decir sobre la veracidad y fantasía de los testimonios escritos por los grandes escritores.
?Cada uno habla de la feria según le va en ella?, y de esa pesadilla de sangre y dolor que llamamos Historia.
No me parece exagerada la afirmación que los revolucionarios casi siempre fracasan, sobre todo en Latinoamérica, donde los héroes victoriosos de la víspera terminan asesinados o derrotados.
Basta citar al Che Guevara en el lavadero de la escuelita de Yacanguazu o pensar en Bolívar y su peregrinación final hacia Santa Marta.
En José Martí, muerto en combate ante los españoles y otros personajes de la Historia, héroes máximos de distintas nacionalidades, que han sido magnificados por su trágica grandeza y patriotismo, mientras que sus detractores les acusan de grandes atrocidades, siendo hombres que no supieron redimir ni salvar a sus pueblos.
¿A quién creer? ¿A los historiadores o a los poetas? ¿A Vargas Llosa o a Gabriel Márquez, a Roa Bastos, Julio Cortázar? Con verdadero derroche de fantasía todos ellos convierten la Historia en una fábula, en recuerdos imaginados de exiliados cuya pluma camina hacia el fuego purificador de unos y condena de otros.
Leyendo este tipo de literatura una se convence que el mal nunca muere y también el fuego purificador es permanente. El mal resucita y vuelve, el fuego purificador revuelve igualmente y todos los fuegos son un solo fuego, desencadenado por el odio en la dialéctica de la lucha del bien y del mal.
El mal llama al castigo, pero al mismo tiempo el castigo engendra otro mal. El mal no muere con el procónsul de Cortázar, quien ha dividido esta narración en dos relatos, arrojando cada pedazo en otro tiempo y otro lugar.
Todo pasa en la realidad y en la fantasía y todo cambia sólo aparentemente. ?Todos los fuegos el fuego? como diría el poeta, y en mi barranco se ha hecho noche, y se han borrado todos los contornos.