Países que hace siglos han estado acumulando una cultura valiosísima en literatura, filosofía, música, moral y arte en general, cayeron a pesar de su legado cultural en actos de barbarie por circunstancias, egoísmo, racismo, comunismo o fascismo o por su fanatismo religioso.
También existen pueblos más cultos que civilizados y más pobres que los países desarrollados económicamente, pueblos fieles a sus valores, costumbres y tradiciones. Siempre he pensado que la vida es más gratificante para el hombre de cultura que para un asesino, dictador o cualquier otro enemigo de la humanidad como Saddam Hussein. Toda criminalidad es producto del odio injustificable.
He llegado a mi edad convaleciente: se convalece más quizá del exceso de cordura o de renuncia. Empiezo a tener la edad de recordar lo que he hecho o escrito y, también lo que no he querido escribir.
Mi vida vista en el retrovisor ha sido feliz teóricamente. Pero para cuánta gente el siglo pasado ha sido un horror. El primer aullido existencial lo he oído a corta edad en mi camino de la escuela a casa.
Estaba parado un auto de la policía frente a un edificio del lujoso Kuerfuerstendamm de Berlín. De allí los policías estaban sacando, para llevarlos a un campo de concentración a un matrimonio judío, señalado como tal por una estrella amarilla cosida sobre su ropa.
Un nenito de unos siete u ocho años corría detrás de ellos, marcado por esa misma estrella obligatoria, hacia el automóvil policial, color verde oscuro. Su madre le gritaba ?¡corre, aléjate, escóndete!?, pero el niño era demasiado pequeño para saber cómo hacerlo y corría en círculo, alrededor del auto que llevaría a sus padres a la muerte. Un policía robusto le agarró del cuello y tiró en el interior del vehículo, que luego se puso en marcha.
Llegué llorando a mi casa, pensando en aquel niño cuyo único delito era no descender de un abuelo ario. Por este crimen fueron sacrificados en tiempo de Hitler seis millones de judíos. Otros seis millones de soldados rusos murieron en las trincheras de la última guerra mundial.
Hussein, el dictador de Bagdad, fue capturado el 13 de diciembre por los soldados norteamericanos por 25 millones de dólares, y por quién sabe cuántos millones de kurdos y víctimas de su propio país. En nuestra época la cifra de millones de crímenes cometidos por los dictadores esquizofrénicos suman cifras astronómicas, también los huérfanos, las viudas y las lágrimas.
Cuándo acabarán la violencia y el odio, me pregunto. ¿Cuándo dejarán a la humanidad morir de muerte natural, cuándo dejará el mundo de estar sembrado en minas? Cincuenta años después, veo todavía correr a un niño alrededor del auto en que serían transportados sus padres a un campo de concentración, una criatura que no tenía a dónde huir y prefirió quedarse junto a sus padres, camino desde donde no hay retorno.