Al participar en la Apertura del Programa Literario de América Latina, Vargas Llosa rememoró este movimiento -que surgió en los sesenta y setenta de la mano de escritores como él mismo, Gabriel García Márquez (Colombia) o Carlos Fuentes (México)- y lo encajó en una época en la que todo “parecía imposible”, pero ocurrió.
Por ejemplo, se cumplieron sus sueños de escritor, que se concretaron hasta llevarle a ganar el premio Nobel de Literatura en 2010.
“Y si ha sido así en el pasado, ¿por qué no podría serlo también el día de mañana y no solo en el ámbito de la literatura y la cultura, sino también en el ámbito de la sociedad, la economía y la política?”, dijo al hablar de América Latina.
Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) llevó hoy a cabo en la FIL de Guadalajara, donde Latinoamérica es invitada de honor, un ejercicio de nostalgia sin un ápice de tristeza, rememorando sus vínculos, buscados y sin buscar, con el “boom latinoamericano”, un fenómeno que puso a la literatura de la región en el mapa mundial.
Recordó sus encuentros con Jorge Luis Borges (Argentina) en París, y cómo fue este quien, con su don de palabra, cautivó Francia y puso de moda la literatura latinoamericana en esta nación que, por entonces, era una creadora de tendencias mundial.
También reivindicó la literatura del subcontinente desde sus raíces, con la llegada de los españoles, europeos y portugueses a la región a partir del siglo XV.
Alabó a figuras como Sor Juana Inés de la Cruz y resaltó que durante siglos se prohibió que se escribieran novelas en las colonias americanas.
“Los inquisidores vieron que la novela representaba un peligro para lo establecido”, apuntó.
Porque las páginas de ficción esconden muchas verdades, y también “malestares o una insatisfacción con el mundo”.
Esta censura se rompió en el siglo XIX con la aparición de las primera novelas latinoamericanas, pero no fue hasta el “boom” de mediados del siglo XX que los escritores de esta región empezaron a pensar en valores comunes.
“En mi infancia y juventud no supe lo que ocurría literariamente en mis países vecinos”, reconoció, y por ello uno de los “méritos” del “boom” fue “integrar” a los escritores y darlos a conocer por todo el mundo.
A sus ochenta años, comentó a modo de broma que él es el “último sobreviviente” de este movimiento literario, por lo que no le queda otra que “el triste privilegio de apagar la luz y cerrar la puerta”.
Además, dijo no “arrepentirse” de haber formado parte del “boom” porque de este “surgieron novelas” que, además de entretener a todo tipo de lector, “contribuyeron a unir este mundo tan desunido” que era Latinoamérica.
Algo más negativo, opinó que el mundo se encuentra en un momento en el que la literatura y el libro parecen haber perdido valor para una civilización.
“Pero uno llega a la FIL y estas dudas y esta incertidumbre se eclipsan porque uno tiene la sensación que el libro y la literatura son cada día más masivos”, celebró el autor de “La fiesta del chivo” o “La ciudad y los perros”.
Y el poder de la palabra escrita, continuó, es necesario para “disminuir la violencia en las relaciones humanas y despertar el espíritu crítico”, sentenció.
La FIL, la feria literaria más importante del mundo en español, inauguró hoy su 30 edición con la intención de ser un “un crisol de las manifestaciones culturales” de Latinoamérica, su invitada de honor esta vez, y con la entrega del premio de literatura en lenguas romances al escritor rumano Norman Manea.