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Las actividades serán muchas y variadas: la Scala de Milán leerá la carta que Víctor Hugo dedicó a la obra dantesca en 1865 y Roma propone un recorrido por el Parque del Coliseo a través de los versos que el poeta dedicó al Imperio.
Pero el momento culmen tendrá lugar esta noche en el romano Palacio del Quirinale, sede de la Jefatura del Estado, cuando el actor Roberto Benigni interprete algunos pasajes de la obra -algo que ya hizo en el pasado con una gira por todo el país- ante el presidente de la República, Sergio Mattarella.
Además, la ciudad de Rávena (norte) ha inaugurado una tradición: la lectura “perpetua” de la “Comedia”, todos los días y para siempre, ante la tumba en la que el maestro reposa en la basílica de San Francisco.
Dante es el autor de la obra más importante de la literatura italiana, la “Divina Comedia”, escrita en dialecto florentino del siglo XIV y no en latín, todo un padre espiritual para un país que no se fundaría como tal, unido, hasta pasados más de cinco siglos.
Esta monumental pieza, lectura obligada para los estudiantes italianos, es un recorrido imaginario de redención por el Infierno, Purgatorio y Paraíso descrito en cien cantos de endecasílabos.
Dante plasma su tiempo y sus protagonistas, sumergidos en los lodazales del averno o bendecidos en el cielo. Pero al mismo tiempo constituye un magistral tratado de teología y filosofía que cimienta el Renacimiento, dialogando también con los héroes, filósofos y profetas de la Antigüedad.
Infierno
La vida de Dante es aún motivo de estudio. Su nacimiento ha sido datado en 1265 en una familia adinerada de la pujante República de Florencia.
Su formación, como la de los niños bien avenidos de entonces, pasó por la teología, la filosofía, la física o la retórica y con doce años fue casado con Gemma Donati, de quien tuvo tres hijos.
En su juventud batalló contra algunos enemigos de Florencia, como Pisa, y después participó en política del lado de los güelfos, la facción partidaria del papa que se oponía a los gibelinos, afines al Sacro Imperio Germánico.
Precisamente esta militancia precipitó su infierno personal, su exilio en 1302 hasta morir por malaria en Rávena en 1321.
En su paso por el Infierno, cruel, a menudo cómico, sitúa a los culpables de su desdicha, se diría que condenándolos. No en vano lo divide en nueve fosos en los que se reparten las almas y reserva el último, a los pies de Lucifer, a los traidores.
Purgatorio
En las revueltas que desangraron Florencia, Dante se puso de lado de los güelfos blancos, partidarios de cierta autonomía de los Estados Pontificios. Duras son de hecho sus críticas a Bonifacio VIII, a quien situó en el Infierno por simoníaco.
En 1301, los güelfos negros tomaron el control y empezaron la persecución de sus rivales. Algunos fueron ejecutados, otros exiliados y Dante, por entonces en Roma, fue condenado a la hoguera. Nunca volvería a casa.
Es entonces cuando comenzó su purgatorio particular, deambulando por cortes como Venecia o en Francia, tiempo en el que compuso esta joya de la literatura universal.
Paraíso
En el Paraíso reina una figura clave en su vida: Beatrice, la joven de la que se enamora perdidamente en su juventud, tal y como rememora en su primera obra, “Vita nuova” (1292).
La muchacha murió veinteañera, pero el poeta nunca la olvidó y Dante describe su reencuentro ideal en el mundo reservado a los puros de corazón.
“Es el amor lo que mueve al sol y al resto de las estrellas” es el verso con el que Dante cierra su periplo imaginario, que no es otra cosa que un viaje de salvación, de la oscuridad a la luz.
Una metáfora pertinente en estos momentos en los que Italia atraviesa decididamente el infierno de la pandemia con el deseo de volver a contemplar pronto el cielo, de volver a la vida.