HORRORES IDIOMÁTICOS Y ALGO MÁS
Septiembre
De nuevo estamos en septiembre, mes de sucesos notables y reproduzco parcialmente una columna de 2010, en la que mencioné un par.
“La Independencia: Hubo una lucha tenaz para liberarse de la corona: El primer grito, dado en El Salvador en 1811, luego varias sublevaciones, las continuas protestas de la elite criolla y las insurrecciones de “pueblos de ladinos e indios”. Don Pedro Molina, notable guatemalteco, médico, periodista y político (no es mi ascendiente; no alabo a mi familia), el no menos notable abogado, pensador y ensayista don José Cecilio del Valle, nacido en Honduras —con distintos puntos de vista, pero patriotas ambos— y otros personajes en su mayoría criollos, lograron finalmente declarar la Independencia. El 15 de septiembre de 1821 se firmó el acta que nos liberaba de España, redactada por del Valle, la que no suscribieron como erróneamente se cree ni él ni don Pedro Molina, los próceres más próceres. Sí la signó una persona de apellido Molina, el canónigo Manuel Antonio de Molina, doctor en Teología, salvadoreño y hermano de mi cuarto abuelo. Un aguacero “torrencial”, de acuerdo con lo escrito por el doctor Jorge Luján Muñoz en la Historia General de Guatemala, interrumpió la destrucción que hacía el pueblo —convocado a la plaza por doña Dolores Bedoya de Molina, esposa de don Pedro, y don Basilio Porras en apoyo de la Independencia— de los retratos reales, de la estatua de Carlos III y de algunos barandales y vidrios. Los chubascos de ese día acabaron con los desórdenes”.
“La ciudad destruida: Un alud nefasto causado por un temporal en otro septiembre, el de 1541, destruyó a Santiago de Guatemala, la segunda capital del reino, ahora llamada Ciudad Vieja, asentada en el valle de Almolonga. En esos días una mujer —la viuda de don Pedro de Alvarado, doña Beatriz de la Cueva, la Sin Ventura— había sido declarada gobernadora, la primera en América. Poco tiempo gobernó. Ella, las damas españolas que la acompañaban y un sinfín de pobladores murieron en la catástrofe debida a una avalancha de piedras, troncos de árboles y lodo que bajó de lo alto del volcán de Agua y asoló la pequeña ciudad. Se salvó por milagro doña Leonor de Alvarado —hija del Adelantado y de doña Luisa Xicotencatl, princesa de Tlaxcala— quien fue casada en primeras nupcias con don Pedro de Portocarrero, sin descendencia, y en segundas con don Francisco de la Cueva. Hasta la fecha hay descendientes de ese matrimonio”.
“En septiembre (o setiembre, uso no culto), nos azotan las tormentas y los temporales causantes de que los ríos se salgan de madre y de los “deslaves”, como llamamos aquí a los derrumbes de los cortes de las montañas, hechos muchos “a la diabla”, en las carreteras principales del país y en otras muchas. El resultado: inundaciones, pueblos incomunicados y muertos por doquier”.
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