Un libro oral. Un libro recitativo. Cercano a la respiración Zen. Dividido en dos partes: En medio de la nada y El duelo, aparece en este tercer libro de poemas de la autora un personaje con el que la voz hablante de varios poemas mantiene un diálogo con Isabel. Otro personaje del mismo libro y de quien leemos y sabemos que…: Cierra los ojos/respira profundo/se hunde/Su sueño/es reencarnación. (Página 65).
Vargas recurre de nuevo en este poemario al mito alemán del Doppelgänger, o también llamado, fenómeno de la bilocación. Ese doble fantasmagórico que supone caminar a nuestro lado. Vamos/le digo/mientras la veo/frente al espejo con la resignación a cuestas/son muchos los caminos de lo incierto. (Pág. 12).
Por momentos es tal el sigilo, los silencios, que la lectura no solo invita a cierta hipnosis sino a leerlo o caminarlo, de puntillas. Valga la analogía: como los gatos que antes de acercarse al deseo calculan sus pasos, con la argucia, enigma y prodigiosidad de quienes intuyen y fijan la atención en su derredor, porque conocen algo de los vacíos y las señas y cicatrices que estos dejan.
Su poesía es un fuego clarividente que nos dice a cada página por dónde es propicio pisar el suelo. En qué esquina será mejor no cruzar. A qué hora nos viene el naufragio. Y Vania – o el poeta- es el testigo terrenal para dar cuenta del misterio humano. Siempre tan cerca y cotidiano. Por eso mismo tan extraño e invisible. Cercano está el dios y lo difícil es captarlo./Pero donde hay peligro crece lo que nos salva. (Holderlin).
Este también es un libro de poemas que a pesar de la contemplación y del cuidado notorio que se obtuvo para lograrlo, no representa a la pulcritud o economía de lenguaje para asumir “buenos” o “fáciles” lectores. Sin embargo, hay cortes de versos y manejos de ritmos que pudieron haberse ¿leído en voz alta? ¿escucharse repetidamente? para haberlos pulido más, si no la imagen, sí el ritmo. Detalles, es cierto, no tan pequeños pero también en muy escasas líneas.
Un cuadro perdido de Edward Hopper / I will let you down…
Un cuadro de Carlos Valenti en su opacidad retratista de luces y sombras más lúgubre e hipersensible, o la tibieza, aparentemente cálida, de los ambientes solitarios en la pintura de Edward Hopper, donde la noción de metarrelato se agudiza por su profundidad metafórica. Una película de Wes Anderson donde la tristeza es un silencio ocre y tiene exabruptos de sensualidad y abandono. Una canción de Johnny Cash exhalando el humo después de sus batallas y dolores. Un poema gris de Isabel de los Ángeles Ruano, que nos recuerda a los “portadores de enredaderas turbias/nacida en lo incierto de la raza”. Diálogos alrededor de Señas particulares y cicatrices que sin pensarlo anticipadamente, Vania Vargas se adentra en un cuerpo universal donde se dejan entrever otras lecturas.
Un libro para recupera el mito. Lectores alrededor del fuego/página/pantalla. Su voz iluminado oscuridades.
Acá un extracto de uno de los poemas más largos y conmovedores del libro Señas particulares y cicatrices:
La tradición poética latinoamericana escrita por mujeres y otras voces conocidas del género. Esa urdimbre y tejido medular parecen unir y encontrar correlatos en estos poemas, aguerridos y dolorosos, afilados con la mirada y la voz que nos lleva de la mano como el mismo Virgilio por los círculos del dolor y del infierno menos pensados. Estos poemas son las señas permanentes que van de a poco cavando en una añejísima y extensa cicatriz: el desarraigo humano.
Padre Padre ¿Por qué me has abandonado? Parece ser otro de los gritos constantes de este bello libro. Su voz también parece contener los ecos del dolor piadoso y la mística neutral de cuerpos inasibles, de Gabriela Mistral. La profundidad –el viaje– a la psique personal y los pasajes oscuros desde el amor derrotado como visión de muerte, de Alejandra Pizarnik. Pero también hay en su poesía el tono de Emily Dickinson, la parquedad de un tedio parecido a la muerte. Esa sensación de agotamiento, cera de caídas candelas, cuando la tarde y el último día de la semana, nos recuerdan que: la ciudad apenas se queja los domingos/delira como el más enfermo de los hombres/que se revuelve en el mismo lugar/y sueña/que apretamos el botón rojo del control/contra nuestra sien derecha (…) (Página 38)
Entonces, si este libro convoca un resumen de plegarias y transmutaciones, es porque no es nada más ni nada menos que eso: la pequeña gran odisea de alguien llamado: Vania Vargas, el sujeto hablante del poema, la humanidad entera, que recién baja de su cruz y comienza a quitarse los clavos de los pies y las manos, y camina, entre los hombres y mujeres de la Ciudad de Guatemala, junto a sus señas particulares y cicatrices.
Ahí tenemos otro eco insondable: el desgarramiento de César Vallejo y la poesía como experiencia de ascenso, no tanto a lo divino, sino a la sagrado de la Tierra misma, con otros pasos y un rostro más definido, aunque siempre derrotado.
Escuchémosla hablar
Del mismo modo podemos reconocer en las palabras, en la literatura, no una osamenta para adornar museos, sino la gracia, la vitalidad, que lo confirma el hecho que si después de más de dos mil años de escritura las palabras que tenemos, son el único puente aún para acortar distancias y vacíos, es porque hemos sido también testigos de la continuidad de su fuente de oxígeno: la poesía, que sigue respirando, y dando cuenta de la existencia humana en toda su fragilidad y su ternura, en todo su horror y desvarío, para que también en nuestros países sea un recordatorio de búsqueda, encuentro y participación entre seres humanos.
Diciendo así dejo que las palabras de Enrique Lihn, en las últimas líneas de su Elegía a Gabriela Mistral, expliquen y concluyan: Escuchémosla hablar/roto el silencio/no atinaremos a llamarla ausente.
raíces nerviosas que tiemblan un momento y se apagan
En nuestro fondo está lo más profundo de su mal