Estamos a las puertas de otra quincena —de años— y las peroratas electoreras se dejan oír, como los bárbaros de 300. De la sangre ni se preocupe, porque el domingo mataron a una madre y a su hija de 14 años, entre tantas otras muertes de la semana, del mes, de la década, que después tal vez formen parte de alguno de los decimales de las tablas de cifras de informes internacionales que describen cómo no es fácil mantener la respiración a tantos kilómetros, lustros, siglos de profundidad.
Escenario
En el país abisal
No es fácil mantener la respiración a tantos metros, años, décadas de profundidad. Escuchar las frases esperanzadoras de gente que aporta voluntariamente sus esfuerzos a las buenas causas —sin más interés que ayudar a un mejor futuro— contrasta con las frases absurdas de quienes dicen defender los más altos intereses de la nación y por ello se preparan para mandarnos de nuevo al pasado con sus botes y brochas de pintura con los que manchan las piedras, los árboles, las bardas, los camellones de las carreteras, los paredones, los postes.
Los niños tienen hambre desde hace 20 años y ya dejaron de ser niños para tener los propios. Pasa el funcionario encargado de combatir la desnutrición, provisto de corbata y guardaespaldas, para que no le pase nada y así pueda asegurar la sobrevivencia de su misión burócrata.