Escenario

“Nuestras madres”: descubriendo las atrocidades en Guatemala, hueso por hueso

Ernesto no solo busca justicia, sino que intenta encontrar al padre que cree que fue un guerrillero y víctima de una matanza masiva en un pueblo.

Por Glenn Kenny/ c.2020 The New York Times Company

La ópera prima del cineasta guatemalteco César Díaz es un largometraje de ficción de escala modesta pero con implicaciones masivas. Díaz se formó como editor y los documentales conforman una buena parte de su filmografía, así que es apropiado que en este filme el protagonista sea un antropólogo forense que está trabajando en un proyecto que se remonta décadas y no siglos atrás, que es lo que normalmente vemos en las películas con antropólogos.

La película comienza con Ernesto, el joven antropólogo (Armando Espitia), en una habitación poco iluminada, como la de un laboratorio o una morgue, colocando huesos en una mesa hasta que un esqueleto humano toma forma. Díaz filma y edita este proceso de una manera que busca dar una sensación de quietud y paciencia, y enfatiza el proceso.

Ernesto forma parte de un equipo que investiga las masacres de los años 80, acaecidas durante la larga guerra civil de Guatemala. La película está ambientada en 2018, cuando los perpetradores de tales atrocidades tuvieron que rendir cuentas por sus acciones. Ernesto no solo busca justicia, sino que intenta encontrar al padre que cree que fue un guerrillero y víctima de una matanza masiva en un pueblo.

En una escena, algunos de los personajes ven un documental para televisión en el que un narrador señala: “El mando militar consideraba a toda la población como el enemigo”. Los hombres fueron asesinados; las mujeres fueron encarceladas, subyugadas y violadas; y ahora los campos de exterminio son cementerios masivos, cada uno es un lugar donde el equipo de investigación de Ernesto debe adquirir con discreción un permiso para excavar.

“Si no puedes separar tu vida personal de tu trabajo, no podemos tenerte aquí”, advierte uno de los supervisores de Ernesto después del interrogatorio intrusivo del antropólogo a una mujer mayor. Debido a que a menudo solo las mujeres quedaban vivas en estos pueblos, Ernesto y su equipo deben confiar en su testimonio que frecuentemente ofrecen de manera reacia. Su propia perspectiva estrecha no lo ciega del todo al continuo valor de las mujeres, pero sí lo lleva a construir una narrativa que se desmoronará al final de la película.

Mientras tanto, la madre de Ernesto (Emma Dib), que parece tener opiniones divergentes sobre la búsqueda de su hijo, se prepara para testificar ante un tribunal. Sus amigos y camaradas son intelectuales a los que aún les gusta cantar “La Internacional” en las reuniones.

Hay una fuerte sensación de que tales actividades son como silbar en la oscuridad. El ambivalente e incierto presente de la película no puede separarse del legado de muerte que Ernesto y sus colegas siguen descubriendo.

El enfoque de Díaz es simple y sólido, como una silla de madera bien construida antes de barnizar. Las revelaciones de la historia son a menudo espantosas, pero “Nuestras Madres” no va por la yugular emocional.

Cerca del final hay un montaje de los rostros de muchas mujeres pobres; la mayoría de ellas están en el precipicio que divide la mediana edad y la vejez, pero todas parecen prácticamente eternas en la forma en que sus rasgos expresan, sin intentarlo, vastos acopios de dolor y fortaleza.

Díaz las presenta y deja el resto a la interpretación de los espectadores. Su momento en la historia del mundo tal vez ya haya pasado, para algunos. Pero la pregunta implícita aquí sigue siendo pertinente: ¿De qué lado estás tú?

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