A pesar de ello, reconoce que el premio de la AAP podría funcionar “para llamar la atención sobre los peligros que está enfrentando la libertad de expresión”.
En 1984, mientras estudiaba Agronomía en la Universidad de San Carlos de Guatemala, tuvo que exiliarse en Costa Rica debido a la represión política y social que abatía al país durante uno de los períodos más complejos del conflicto armado interno.
En Costa Rica Figueroa encontró un oficio de digitador, lo cual terminaría por conducirlo a un camino entre los textos, en concreto con la fundación de F&G Editores en 1993.
Dicho espacio surgió como plataforma para divulgar las ideas de escritores con una óptica sobre Guatemala. Desde allí se han publicado obras de ciencias sociales, literatura, leyes y otros temas durante los últimos 28 años.
En este encuentro, Figueroa Sarti aborda ese recorrido y nos aproxima tanto a los desafíos como a las posibilidades de los libros en Guatemala.
¿Siempre tuvo una afinidad hacia los textos?
Hay cosas que se le prenden a uno desde chico. No voy a decir que desde niño fui un gran lector, pero sí me llamaban especialmente la atención los libros. Nací en Mazatenango y los primeros 11 años de mi vida los viví en San Bernardino. Ahí tuve acercamiento con dos personas muy importantes: una prima que daba clases en sexto primaria, quien me permitía oír sus clases aun cuando yo estaba en primero.
Fue entonces cuando me acerqué a los libros porque ella tenía una biblioteca enorme en su casa. Más o menos al mismo tiempo tuve una relación con otro pariente, también profesor, quien de igual forma me acercó a la lectura. Posteriormente me vine a estudiar a la capital y de la mesada que me daba mi papá tomaba una buena cantidad de dinero y compraba libros.
¿Qué temas o historias le interesaba explorar?
Particularmente, literatura. Leía a Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, entre otros. Más que el afán de leer tenía que ver con el gusto de tener los libros. Cuando tuve la posibilidad de trabajar con libros, fue lo mejor. Comencé haciendo composición de páginas y luego ya pasé a hacer trabajo de edición.
Conocí la importancia del trabajo de un editor luego de haber leído a Isaac Asimov. Hubo una serie de volúmenes que recogían sus cuentos y antes de cada uno había un texto en el que se explicaba cómo y cuándo había sido publicado y cómo se lo había presentado al editor, así como las sugerencias que este le hacía. Ahí me enteré en qué consistía el trabajo del editor.
¿Cómo empezó a relacionarse con la edición de forma más directa?
Cuando estudiaba Agronomía en 1984 tuve que salir de Guatemala por cuestiones de la represión que se vivía, y años antes había estudiado programación de computadoras. Al salir del país llegué a Costa Rica y comenzaban a usar computadoras personales.
Allá estaba la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales donde estaban trabajando un libro de estadísticas de Centroamérica y necesitaban a alguien que digitara la información. Tomé el puesto y me quedé trabajando levantado de textos y luego en elaboración de composición de páginas. Fue así como empecé a trabajar en el proceso de los libros.
Un año después comencé a hacer edición, revisión y corrección de textos. Llegué al mundo de la edición de libros por casualidad. No voy a decir que fue el sueño de mi vida, pero hubo todo un cúmulo de lecturas que hizo que me apasionara y quedara en esto 35 años. He aprendido mucho en este tiempo.
Desde allí, ¿cuál considera que es la labor esencial de un editor?
Diría que un editor es aquella persona que corrige textos, quien prepara y el que es intermediario entre autor y lector; hacer corrección, diagramación, llevar el arte final a la imprenta, sacar el libro, llevarlo a la librería y hacer que se venda.
Hay lugares en donde el trabajo del editor termina a partir del momento en que pone el libro en manos del distribuidor, pero aquí en Guatemala la figura del distribuidor muchas veces la hace también el editor.
¿Sigue concibiéndose F&G Editores como una editorial independiente?
Claro. No publicamos textos escolares; tampoco somos transnacionales, ni una editorial estatal o de un proyecto político. En ese sentido es que somos una editorial independiente, pero en Guatemala somos una editorial relativamente grande en términos de producción, ya que producimos mucho por año.
¿Qué implicaciones tiene estar al frente de un ejercicio editorial en Guatemala?
En nuestro caso, lo positivo es que hacemos una gran contribución al desarrollo cultural en un país en el que hay muy pocas editoriales. Las dificultades son muchas: hay un mercado de libros relativamente pequeño con la mayoría de las librerías concentradas únicamente en la ciudad de Guatemala.
Otro problema relacionado con esto es que no hay un servicio de correo postal y se debe recurrir a empresas privadas de mensajería, lo cual aumenta costos para el comprador. Hay países en donde hay muchas bibliotecas públicas que realizan constantes compras de lotes con libros, pero acá no suele ocurrir.
A pesar de ello, ¿cuáles son los valores que nutren F&G Editores?
Somos una editorial independiente abierta; no somos pretenciosos y tampoco buscamos encasillar a los autores de “alta calidad”. Es decir, hay libros que son una maravilla y una sorpresa —de seguro en esto concordamos con los demás editores—, pero a veces en nuestras colecciones abundan más los libros que no tuvieron aceptación del público o que no se vendieron.
A pesar de eso uno debe ser abierto, pues no hay recetas para saber qué libro es bueno o malo, salvo que uno venda libros que tienen mercados garantizados. La idea es que el libro encuentre siempre a sus lectores.
Nos interesa publicar autores nacionales, centroamericanos y extranjeros que nos den una mirada distinta de este país. También tratamos de publicar equitativamente a hombres y mujeres. No tenemos ningún prejuicio, solo un compromiso. Siempre vemos con cuidado los textos y nos alegra mucho cuando llegan de mujeres, porque no sucede mucho. La mayoría son de hombres.
Raúl Figueroa Sarti, editor
La idea es que el libro encuentre siempre a sus lectores.
Antes de querer publicar con F&G, los autores deben saber que no tenemos la capacidad para contratar lectores. Nos gustaría, por ejemplo, publicar libros en idiomas mayas, aunque siempre está la dificultad del dinero. Si el mercado de libros en idioma español es pequeño, el mercado de libros en idiomas mayas es muchísimo más.
Tampoco somos una editorial sectaria. ¿Qué no publicamos? La defensa del genocidio, la negación del genocidio y de la historia reciente de Guatemala.
A propósito del reconocimiento que le hicieron en noviembre del 2021 desde la AAP, ¿qué importancia contextual y para un país tiene el hecho de que un editor decida publicar?
Para publicar libros uno debería pensar nada más en lo importante que puede ser que los lectores conozcan los textos. Necesitamos valentía para publicar. A veces nos toca pensar dos veces si debemos sacarlo, porque puede traernos problemas o dificultades con grupos de poder, con el Gobierno, etcétera…
Con el reciente reconocimiento, el reto es llamar la atención sobre los peligros que está enfrentando la libertad de expresión y los riesgos que ahora asumen las opiniones divergentes. La libertad de publicación también peligra entonces en Guatemala.
También ha sido parte de la Gremial de Editores y exdirector de la Feria Internacional del Libro en Guatemala. Tomando en cuenta esa experiencia, ¿qué hace falta en materia de difusión de textos en el país?
Más librerías y bibliotecas en los departamentos del país. Esto es una responsabilidad del Estado. Creo que también hay una gran responsabilidad de las universidades. Probablemente en más o menos 150 municipios del país hay sedes universitarias e irónicamente no hay bibliotecas en esa cantidad.
Hay que pensar que otro de los grandes problemas en materia de educación en el país es la poca capacidad de comprensión lectora que tienen los egresados del país. Si no se puede comprender un texto, difícilmente se pueden generar nuevas ideas e interpretaciones.
Ese es el reto: la promoción de la lectura, de la escritura y también de las librerías. Así como desde el Estado se dan beneficios fiscales a maquilas, debería haber patrocinio a programas de subvenciones para que tengamos más librerías en el país.