Con solo 18 años fue elegida primera bailarina del Bolshói, la única en el mundo en lograr a tan temprana edad un puesto de tanta responsabilidad.
Grácil, enigmática, arrolladora, con una energía y una mirada que no desvelaba su edad, vivaz y de verbo fácil, la que fuera directora del Ballet Clásico Nacional de España no escondía lo que pensaba.
Plisetskaya baila Bolero, de Muarice Bejart.
“Si en España hubiera un buen conjunto con grandes bailarines, grandes pedagogos y coreógrafos, y con buenos sueldos, evidentemente, nadie se iría de aquí” , dijo en una entrevista a EFE justo antes de recibir un homenaje en el Teatro Real, en la que alabó las cualidades de los bailarines españoles.
Siempre reconoció que su interés por España le venía desde niña, cuando interpretó Don Quijote, un amor que dejó plasmado en su autobiografía Yo, Maya Plisetskaya. “Este país es hermoso”, decía mientras afirmaba que todo lo español le gustaba.
Más de su vida
Dedicada a ofrecer conferencias y clases magistrales, le costó abandonar los escenarios a pesar de su edad, a los 82 años.
Un férreo entrenamiento diario y el tesón de permanecer activa le llevaron a realizar una de sus grandes actuaciones, el día de su 75 cumpleaños, en una gala homenaje en el teatro que la vio nacer como bailarina, el Bolshoi de Moscú, con dos mini-ballets creados por el coreógrafo francés, Muarice Bejart.
Con una infancia difícil en la que vio morir a su padre fusilado por Stalin, al tiempo que su familia fue declarada “enemiga del pueblo”, siempre reconoció el apoyo y la ayuda de su marido, el compositor Rodion Schedrín, sin el que confesaba “no hubiera podido salir adelante”.
Condecorada por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, con la Orden al Mérito, no dudó en apoyar la reelección del presidente Boris Yeltsin, en 1996, a pesar de que hasta entonces se había mantenido alejada de la política activa.
Admirada y aclamada por bailarines de todo el mundo, recogió con satisfacción y orgullo el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2005, con la satisfacción impregnada en el rostro al recibir tan prestigioso reconocimiento.
Impulsora del ballet
Plisetskaya creó el Ballet Imperial Ruso con el que, cada Navidad, regresaba simbólicamente a los escenarios con clásicos como Cascanueces, El lago de los cisnes o Don Quijote, obras en las que siempre brilló, además de con Carmen, de Bizet-Schedrín.
Siempre atenta a cualquier innovación, y conocida por su rechazo a los convencionalismos academicistas, le gustaba ver cómo los jóvenes bailarines realizaban nuevas versiones de ballets clásicos, argumentaba que le gustaría “que algún día alguien componga con la música del Lago una pieza completamente nueva”.
Su amigo y agente en España, Ricardo Cué, la ha definido como su “hermana del alma”, un “cisne” que se deslizaba por el escenario.
La bailarina consideraba que cada movimiento debía conmover el corazón, dejar una emoción en el alma, y sentenciaba “hay que bailar la música, no seguirla”.