Le hicieron un escáner tipo TAC y cuando llegó el diagnóstico, 10 días después de haber cumplido los 50, la noticia fue brutal: un tumor cancerígeno en el riñón izquierdo que ya se había expandido a los nódulos linfáticos, a los pulmones y a los huesos.
Estaba en la fase cuatro en un sistema en el que no había más niveles, era incurable e inoperable.
Básicamente, el diagnóstico lo convirtió en “una bomba de tiempo”, según el propio Shutts.
Un asesino silencioso
“A los 50 años y con cáncer en fase 4 sabes que no vas a vivir hasta los 100 y que nada volverá a ser lo mismo”, le dice a Caroline Bullock de la BBC.
De hecho a los pacientes con este diagnóstico no les dan más de cinco años de vida y, dependiendo de las circunstancias, posiblemente solo seis meses.
“Resulta que tenía todos los síntomas clásicos del cáncer de riñón pero no los reconocí. Por algo le llaman un asesino silencioso, porque se esconde muy bien, es difícil de diagnosticar y lo suelen encontrar cuando están buscando otra cosa”.
Shutts tiene la confianza y la energía que un hombre acostumbrado a darle órdenes a un gran equipo de personas, una habilidad que practicó durante años como comandante de la marina, al frente del buque de guerra más grande de Reino Unido.
Con el tiempo, a los 45 años, dejó ese trabajo y volvió a tierra para trabajar en una compañía de logística marítima y después como director regional de la Confederación de Empresarios de Reino Unido.
Pero el diagnóstico de cáncer lo cambió todo.
“Como un trapo de cocina destrozado”
Durante seis meses Shutts siguió un tratamiento de medicamentos y radioterapia que lo dejó “como un trapo de cocina destrozado”.
Cuando estuvo lo suficientemente estable como para volver a trabajar negoció con su empleador trabajar un día a la semana, pero tenía una hipoteca y facturas que pagar, así que necesitaba más horas.
Necesitaba algo flexible que pudiera encajar con su tratamiento continuado y con los vaivenes de su enfermedad.
Pronto se dio cuenta de que sus opciones se habían reducido dramáticamente, y de que, de hecho, su vida profesional había llegado a su fin.
“Ese fue el momento en el que de verdad perdí mi fuerza”.
“Normalmente tengo confianza en mi mismo pero ahí la perdí totalmente y llegué a mi punto más bajo. Tenía cualificaciones en ingeniería, una medalla en reconocimiento por mi liderazgo y de repente no era nada, solo alguien con cáncer, ignorado y listo para el desguace. Sentía que nadie ni nada podía ayudarme”.
“Y fue en ese momento cuando me di cuenta del verdadero valor del trabajo y de cuánto te da en términos de autoestima y de interacción social”.
No era solo la pérdida de ingresos lo que David echaba de menos, sino la camaradería de la vida laboral. Su mantra siempre había sido “trabaja mucho y diviértete mucho”, y lo hacía de manera ejemplar. Ya no.
Pero la tristeza se convirtió en rabia al pensar en los miles de personas que, como él, ahora se encontraban recluidos en sus casas, viendo cómo se echaba a perder su experiencia y habilidades, solo porque no podían comprometerse a trabajar en horarios fijos.
Nace una idea
Entonces empezó a darle forma a una idea: buscar la manera de explotar el talento de la gente que tiene enfermedades crónicas y de largo plazo, no solo cáncer sino también cardiopatías, enfermedades de la motoneurona, artritis reumatoide, y personas que sufrieron derrames o problemas de salud mental.
Con la ayuda de un ex compañero de la marina, David concretó su idea en un proyecto sin ánimo de lucro: Astriid, una herramienta en la red que empareja a individuos con problemas de salud con empresas que necesitan sus habilidades, para hacer trabajos remunerados y no remunerados.
Quienes buscan empleo describen sus competencias y cuándo y cómo pueden trabajar. Los empleadores ofrecen una lista de los trabajos que tienen disponibles, y Astriid los pone en contacto.
La primera “pareja” fue una mujer que se recuperaba de cáncer de ovario y una compañía tecnológica que buscaba a una oradora para su programa de liderazgo.
Otras empresas buscan a un contable que trabaje solo un par de días al mes, otras a alguien que los ayude con el ingreso de información y el manejo de bases de datos.
Ninguno de estos es un trabajo a tiempo completo, eso no es lo que persigue Astriid. Son tareas que la gente puede hacer en los momentos en los que se siente lo suficientemente bien como para trabajar, con un horario flexible.
“Una razón para afeitarme”
Mientras desarrollaba Astriid, David seguía buscando trabajo en las páginas del diario local de su condado, Lincolnshire.
Aceptó un trabajo como vigilante de exámenes de secundaria en una escuela de la zona y una tarde, mientras estaba allí repasando una de las pruebas de matemáticas, se dio cuenta de que aquello era algo que él, como ingeniero, podía enseñar.
Así fue como decidió buscar trabajo como profesor de matemáticas, y encontró un puesto de dos días a la semana en un instituto local.
Eso llenó parcialmente el hueco que se había abierto con el diagnóstico.
“No me pagaban mucho pero no me importaba. Lo importante era el valor del trabajo, era un motivo para levantarme por las mañanas, una razón para afeitarme. Cuando la gente me preguntaba qué hacía, podía decir “soy profesor”, y eso en aquel momento era muy importante. Sentí que volvía a tener un papel en la vida y eso me hacía sentir muy orgulloso”.
El cáncer hizo que al final David solo pudiera ir a trabajar un día a la semana, pero ahora que su proyecto Astriid está en pleno funcionamiento su tiempo libre está lleno de sentido.
“Hay una sensación de pertenecer a algo importante. Todas las personas involucradas hacen su contribución sabiendo que este proyecto tiene el potencial de marcar una diferencia en las vidas de otras personas. Y eso no tiene precio”.
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