Las Potencias Centrales, Alemania y Austria-Hungría, a las que luego se habría de unir Turquía, dominada por el imperio otomano, comenzaron inmediatamente los preparativos para la guerra y otro tanto hicieron Francia, Rusia y el Reino Unido aliados con Bosnia y luego Japón.
El 28 de julio Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia, tras que esta rechazara un ultimátum con condiciones humillantes. La carrera de los cuatro jinetes del Apocalipsis había comenzado y arrastraría tras de sí una inmensa cauda de desolación y muerte que costó según cálculos aproximados unas 20 millones de vidas.
En medio de toda esa convulsión, el 24 de diciembre de 1914, hoy hace cien años, los soldados alemanes e ingleses que se enfrentaban en el frente occidental iniciaron un cese al fuego, decoraron sus trincheras con motivos alusivos a la Navidad, se mezclaron amigablemente, compartieron alimentos, se dieron pequeños regalos, entonaron canciones navideñas y hasta permitieron que los soldados heridos y muertos fueran trasladados del bando enemigo al propio. La paz reinó hasta pasado el día 26 y se le bautizó con el nombre de “La tregua de Navidad”. Fue obra de los soldados y los respectivos gobiernos se opusieron a la idea. Parece que durante el resto del tiempo que duró la guerra no volvió a haber ninguna. Los jefes de los ejércitos se encargaron de que el fuego aumentase durante esos días.
El 2 de abril de 1917 el congreso de los EE. UU. aprobó unirse a los aliados y entró a la guerra con una gran ayuda bélica. Guatemala también la declaró, tres días después, sin participación alguna. El 17, Lenin entró a Rusia y la revolución bolchevique triunfó en octubre (noviembre en el calendario ruso). Estalló la guerra civil entre los blancos (moderados) y los rojos de Lenin, Rusia se retiró de la contienda y se firmó la paz de Brest-Litovsk con Alemania en marzo de 1918.
Aun con ese frente menos, las Potencias Centrales sufrían derrota tras derrota y el 5 de octubre de 1918 Alemania pidió el armisticio que se firmó el 11 de ese mismo mes en un vagón de tren, en Compiegne. Poco tiempo antes habían capitulado Austria-Hungría y Turquía. La primera gran conflagración había terminado.
Esa noche, hace cien años, en la que los soldados enemigos confraternizaron nos demuestra que la paz es posible, que unos a otros debemos perdonarnos y saber convivir.
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