Trozos de azulejos y baldosas, botellas vacías, pedazos de espejos, alambres, radios de bicicletas, piezas de porcelana y un sinfín de materiales de desecho se extienden por las paredes y los muros interiores y exteriores del edificio que acoge el Jardín Mágico y lo desborda.
Componen figuras, rostros, cuerpos desnudos y mensajes que han conquistado también, como una enredadera, los bloques de viviendas colindantes y han brotado en otras paredes del barrio sur de Filadelfia, donde Zagar ha levantado 220 murales.
Comenzó en los años 60, cuando según cuenta Smith a nadie del barrio le importaba mucho lo que hicieran sus vecinos y se podía hacer cualquier tipo de intervención artística como esta sin que nadie lo impidiera.
En 1991, en la Calle South, esquina con Alder, Zagar se lanzó a construir lo que más tarde se conocería como el “Magic Garden”.
Empezó en su estudio y después siguió en un solar adyacente abandonado y cuando se dio cuenta de que los dueños del bloque no aparecían siguió levantando su obra hasta que en 2002 los propietarios le ofrecieron dos alternativas, o compraba el terreno o echaban abajo su obra.
“Fue entonces cuando recurrió a la comunidad y a los periódicos y muy rápido la gente empezó a donar y él hipotecó su casa para salvarla”, recuerda Smith, que cuenta que en 2004 pasó a convertirse en una asociación sin ánimo de lucro y en 2008 abrió al público, no solo como museo, sino también como galería de arte, centro de conciertos y lugar para celebrar eventos.
En el Jardín Mágico es evidente, también, la influencia de Antonio Gaudí, una huella que Zagar no solo no oculta, sino que exterioriza en varios lugares de su intrincado laberinto, donde se puede leer el nombre del arquitecto español.
“Gaudí es una gran influencia para él y le tiene un gran respeto, su nombre está escrito en cerámicas en el jardín en varios sitios y se ha inspirado en Barcelona”, dice la directora del “Magic Garden” antes de comentar que la “gran cantidad de mosaicos que hay en Filadelfia puede rivalizar con Barcelona”.
Pero sobre todo, Smith destaca las piezas de terracota, la mayoría provenientes de México, que inundan el jardín, que en 2018 tuvo 155.000 visitantes.
Los hombres elevados al cielo por ángeles de Angelina Reyes, las sirenas de Luis Valencia o Angelina Vásquez Cruz, los esqueletos y Alebrijes de Joel García, una demonio vestida de calaveras de la familia concepción Aguilar o un pequeño desnudo del artista, ejecutado por Josefina Aguilar, son solo algunos ejemplos.
Su atracción por la artesanía mexicana la heredó de su esposa Julia, que vivió muchos años en México; pero el jardín también incluye otras muchas piezas de la tradición artesana de otros países, como Perú, donde su esposa y él vivieron tres años a mediados de los 60, además de otros miles pequeños detalles.
“Cuando la gente lo visita por primera vez, le digo que vaya con calma, porque puede ser un poco abrumador, puede que la segunda vez puedas empezar a ver estos detalles, porque la gente no pasa el tiempo que el cerebro necesita para comprender, todos los símbolos en los dibujos y en la cerámica”, comenta Smith.
Zagar, a quien Smith describe como un hombre tan complicado como inteligente que a veces se encierra en sí mismo y “no es capaz de comunicar lo que piensa”, califica su propio trabajo como un “espejo de la mente”.
“Mi trabajo está marcado por eventos y es un espejo de la mente que se construye y se derrumba, que tiene una lógica pero que está cerca del caos, que rechaza mantenerse estático para la cámara y que transmite simultáneamente un sentimiento de paraíso y de infierno”, escribe el artista sobre su trabajo, del que este pequeño y colorido jardín de Filadelfia es su máxima expresión.
Contenido relacionado
>El artista que se enamoró de Guatemala y lleva el mensaje de la cosmovisión maya por el mundo
>Por qué se celebra el Día Mundial del Reciclaje
>Cómo vivir y expresarse a través del arte, en palabras de cuatro mujeres