Única representante femenina de la Nouvelle Vague, la que fue compañera durante 30 años del cineasta Jacques Demy, falleció el viernes a los 90 años.
Consagrada con un Óscar honorífico en 2017, Varda deja una filmografía marcada por un interés genuino por el ser humano y una originalidad ubicada entre el documental, la ficción y la autobiografía.
El año pasado, en la alfombra roja de Cannes, encabezó junto a Cate Blanchett un numeroso grupo de actrices y productoras para abogar por la “igualdad salarial”, reafirmando su estatuto de ícono del séptimo arte.
Infatigable, trabajó hasta el final de su vida y el mes pasado presentó un documental autobiográfico en el Festival de Berlín.
A los 88, esta también fotógrafa y artista plástica, había retomado la carretera con el artista JR, 50 años más joven que ella, para filmar lugares olvidados de Francia para su documental Caras y lugares, que le valió una nominación a los Óscars.
El cine no se le presentó sin embargo como una evidencia. Nacida el 30 de mayo de 1928 en Bruselas, de madre francesa y padre griego, Arlette (su verdadero nombre) inició primero una carrera de fotógrafa, después de cursar estudios de arte en París.
Una carrera marcada por el feminismo
Para su primer filme en 1954, La pointe courte, contó con pocos recursos y ninguna cultura cinematográfica (afirmaba solo haber visto hasta entonces una decena de películas).
El largometraje, con el actor Philippe Noiret y Alain Resnais en el montaje, está considerado como una cinta precursora de la Nouvelle Vague, que sacudiría el séptimo arte cinco años después de su estreno.
Después de tres cortometrajes poéticos, Varda firmó en 1962 Cleo de 5 a 7, una conmovedora deambulación por París de una joven que espera unos resultados médicos decisivos.
“Mi apuesta era mostrar cómo esta mujer tan coqueta, narcisista, se transforma en 90 minutos, puesto que está filmada en tiempo real. Su miedo a tener un cáncer la despierta”, resumía. Madonna, fan de la película, quiso durante un tiempo interpretar el papel en un “remake”. Un proyecto que nunca se concretó.
Cineasta comprometida, Varda rodó varios documentales políticos como: Hola cubanos (1963), Black Panthers (1968), el filme colectivo Loin du Vietnam (1967)… Se sumó además a la causa feminista con Una canta, la otra no (1977), sobre el aborto.
Ya sea filmando una artista hippie en San Francisco (Tío Yanco, 1967) o a los muralistas de Los Ángeles (Mur Murs, 1981), la cineasta siempre dio muestras de una gran curiosidad por los demás.
A la vez, construyó una diversa galería de retratos, desde sus amigos artistas hasta las viudas de la isla francesa de Noirmoutier.
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Su vertiente social se expresó en particular en Sin techo ni ley, León de Oro en Venecia en 1985, un largo ‘flashback’ que recorre los últimos días de una joven marginal, hallada muerta de frío.
Su trabajo destacado en el documental
Con Los espigadores y la espigadora (2000), Varda ilustró los pobres que recuperan en los campos y los mercados las verduras olvidadas o invendidas. Una ocasión para enfocar con los proyectores la patata, el comestible “más modesto, más pobre, el que no se mira”.
En 2008, rindió homenaje a las playas de su vida y al “más querido de los muertos”, Jacques Demy, en la cinta Las playas de Agnès, César al mejor documental, los premios de cine francés.
Se trata de un autorretrato que muestra las playas de Bélgica de su infancia, pero también las de California y de Noirmoutier, adonde iba de vacaciones. Las últimas imágenes la muestran sola, en una silla, salpicada por las olas.
A su compañero fallecido en 1990, director de Las señoritas de Rochefort, Varda le consagró una trilogía. Tuvieron un hijo, Mathieu Demy, convertido en actor, y Rosalie Varda que fue adoptada por Demy y quien trabaja actualmente en la empresa que gestiona los filmes de sus padres.
Varda recibió en 2015 una Palma de honor en el Festival de Cannes por el conjunto de su carrera.
Al presentar en febrero en la Berlinale su último documental Varda por Agnès, lo consideró una “forma de decir adiós”.
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