Desde su revelación con El código Da Vinci, el novelista Dan Brown ha sido reconocido por sus tramas retorcidas y adrenalínicas pero cerebrales que involucran criptografía, simbología, compañeras inteligentes y sexis, cultos religiosos secretos y violentos, y fanáticos desquiciados empeñados en el asesinato y la destrucción en masa.
Su nuevo libro, por otra parte, presenta a un ratón director de orquesta que recluta una colección de animales para que actúen en una orquesta, mientras ofrece proverbios sobre las virtudes de la fortaleza, la paciencia y la cooperación. (Su público objetivo son los niños de tres a siete años).
Será lanzado esta semana, junto con un álbum de música clásica para niños, llamado Wild Symphony, compuesto por Brown y basado en canciones que él mismo produjo hace unos 30 años, cuando era un veinteañero aspirante a músico, mucho antes de que hubiera publicado alguna novela.
En ese entonces, Brown, quien ahora tiene 56 años, grabó las canciones con sintetizadores en su pequeño estudio. Hizo unos 500 cassettes (y folletos de poesía) y los vendió en consignación en su librería local. El álbum recién publicado presenta versiones actualizadas de las canciones originales junto con otras nuevas, todas interpretadas y grabadas por la Orquesta del Festival de Zagreb en Croacia.
En un inesperado desvío profesional después de los siete thrillers de Brown, que en conjunto tienen más de 234 millones de copias impresas y lo han convertido en multimillonario.
Wild Symphony también es, de una manera un tanto incómoda, un inesperado punto de discusión en una desordenada batalla legal entre Brown y su exesposa, Blythe Brown, después de su divorcio el año pasado.
En una demanda presentada este verano, Brown alegó que su exmarido falseó sus bienes durante el proceso de divorcio, y enumera a Wild Symphony como uno de los varios proyectos que ella afirma que él no reveló cuando se separaron. También alegó que llevó “una vida secreta” durante años, ocultando una aventura con una entrenadora de caballos holandesa y ocultando las lujosas compras que hizo para su amante, incluyendo dos caballos frisones, uno de ellos llamado Da Vinci. (El otro caballo era un “muy codiciando y premiado semental negro frisón” llamado Limited Edition que costó 345 mil dólares, según su denuncia).
Brown presentó una contrademanda por difamación y calumnia, entre otras demandas, el 30 de julio, argumentando que su exesposa se propuso “avergonzarlo públicamente” y “destruir su legado”.
“Cualquier implicación o afirmación de que mentí o escondí dinero es absolutamente falsa”, dijo Brown durante una reciente entrevista.
Talentos ocultos
Brown me habló por video en una tarde reciente de agosto desde la cavernosa y barroca biblioteca de su casa en Rye Beach, Nuevo Hampshire, a poca distancia de donde creció, en el campus del internado Phillips Exeter, donde su padre enseñaba matemáticas. Su gato, Zeus, dormitaba en el suelo.
Vestido con una camisa rosa pálido, me mostró una cámara secreta detrás de una estantería giratoria que revelaba un estante con el primer libro que escribió, a los cinco años, titulado La jirafa, el cerdo y los pantalones de fuego, así como un piano Steinway B, en el que practica su hobby y primera aspiración profesional: crear composiciones musicales.
Para acceder a su estudio de grabación, donde tiene un sintetizador conectado a una computadora, pulsa la esquina de un cuadro —un lienzo que representa a una mujer victoriana sentada en un jardín— y se abre una puerta oculta.
Las paredes del estudio están decoradas con discos de oro que recibió por la venta de sus audiolibros en alemán. No es exactamente lo que tenía en mente cuando se propuso ser músico, pero, dijo, “me conformo”.
El proceso musical de Brown es así: compone en su piano, probando melodías y construyendo una pieza que memoriza. Toca la canción en el teclado de un piano que está conectado a una computadora, crea un archivo digital y usa un programa de secuenciación que le permite agregar la instrumentación, al asignar las líneas musicales a diferentes instrumentos.
Entonces, normalmente, la música se queda en su bóveda digital. Pero hace dos años, cuando Brown estaba en Shanghái para promocionar Origen, su novela de 2017, le preguntaron en la televisión sobre un viejo proyecto largamente olvidado.
El presentador del programa de televisión mostró la copia del álbum. Era el álbum infantil que Brown había grabado hace décadas, originalmente llamado Synthanimals.
“Seguí diciendo, sabes, estoy aquí para hablar sobre Origen”, recuerda Brown. “Pero seguían regresando al tema de la música”.
El nuevo proyecto se armó bastante rápido después de eso. Brown se sorprendió de que su álbum infantil hubiera resurgido de esta manera, en un programa de televisión chino, y que causara tanto revuelo. Su editor chino le preguntó cuándo lo lanzaría. Su editor estadounidense también quería participar en el proyecto.
Así que Brown pidió la ayuda del productor Bob Lord, director ejecutivo de Parma Recordings, y conocido de Brown durante casi 15 años. Viajó a Croacia para trabajar con la orquesta de Zagreb en la grabación y ayudó a afinar la interpretación, al hacer pequeños ajustes en las secuencias musicales y el ritmo.
“Él sí que sabe lo que hace”, dijo Lord, quien reveló que Brown también canta. “No es solo un pasatiempo, es fundamental para su visión artística”.
Para el deleite de Brown, la editorial de música clásica Boosey & Hawkes firmó para publicar las partituras.
“Le dio validación como músico porque antes él se sentía como ‘Oh, estos son mis pequeños jueguitos”, dijo Mallory Loehr, vicepresidenta sénior y editora de Random House Books for Young Readers Group, que está publicando el libro ilustrado a través de su sello Rodale Kids. (También habrá una aplicación de realidad aumentada que reproduce canciones que coinciden con cada animal, con canciones como “Busy Beetles”, “Brilliant Bat” y “Happy Hippo”).
Por sorprendente que sea su última aventura para sus fans, Brown dijo que hay un hilo conductor en su música y su escritura. Componer y escribir ficción están estrechamente entrelazados para él. “Para escribir una canción o una pieza de música clásica, tienes que entender la estructura, tienes que entender la tensión y la liberación. Las buenas líneas musicales hacen una pregunta y dan una respuesta”, dijo. “No puedes tener cinco fortissimos seguidos. Necesitas ese material intersticial para dejar que el oyente o el lector respire”.
La novela como un plan B
Daniel Gerhard Brown siempre tuvo una inclinación musical. Su madre era profesora de piano y organista de la iglesia y Brown tocó el piano desde muy pequeño. Durante su infancia, le encantaban Bach, Tchaikovsky y Béla Bartók, y comenzó a componer sus propias canciones cuando tenía cinco años. Estudió composición musical e inglés en el Amherst College, y después de graduarse se debatió entre convertirse en novelista o en músico. Hacer música parecía “mucho más divertido”, dijo.
Se mudó a Los Ángeles con el objetivo de convertirse en cantautor y pianista, y se unió a la Academia Nacional de Compositores. A principios de la década de 1990, consiguió un contrato de producción para un álbum de “material de piano contemporáneo para adultos”, en la línea de Elton John y Billy Joel, que tituló Dan Brown.
“Hice un disco que compraron unas tres personas”, dijo. “Justo al principio de la locura del rap. Mi timing fue terrible”.
En 1990 conoció a Blythe, quien en ese entonces era la directora de Desarrollo de Artistas en la Academia Nacional de Compositores, y ella le ayudó a hacer conexiones en la industria. Su trabajo diario era ser profesor de la escuela preparatoria de Beverly Hills.
Cuando su carrera como cantautor fracasó, él y Blythe se mudaron a Nuevo Hampshire, donde encontró trabajo como profesor de inglés en Phillips Exeter y ella trabajó como asistente dental. Eventualmente, recurrió a su plan B, escribir novelas, y siguió haciendo música como complemento.
En 1999, Brown publicó su primer libro, La fortaleza digital, protagonizada por una atractiva y brillante criptógrafa de la Agencia Nacional de Seguridad llamada Susan. Siguió con Ángeles y demonios, que protagoniza su ahora famoso simbologista de Harvard, Robert Langdon, luego La conspiración, sobre otra atractiva y brillante burócrata del gobierno —una analista de inteligencia de la Casa Blanca llamada Rachel— que descubre una conspiración cuando investiga un descubrimiento de la NASA. Al principio, los tres libros no se vendieron bien.
Luego vino El código Da Vinci, un explosivo thriller publicado en 2003, que giraba en torno a la premisa de que Jesús y María Magdalena estaban casados y tuvieron un hijo. Se convirtió en una película protagonizada por Tom Hanks como el descifrador de códigos Robert Langdon, que recaudó más de 760 millones de dólares en todo el mundo. Hasta la fecha, el libro tiene 85 millones de copias impresas.
Fue Blythe quien lo convenció de explorar la idea del sagrado femenino, el Santo Grial y María Magdalena. “Ella impulsó la idea de que, oye, deberías escribir un thriller sobre María Magdalena”, dijo Brown. “Mi primera respuesta fue, eso es una locura, ¿quién podría hacer eso?”.
Desde hace mucho tiempo le atribuye el mérito de haber apoyado su carrera y haber ayudado a investigar y dar forma a sus libros. Pero el éxito masivo, la fama y la riqueza eventualmente tuvieron un efecto corrosivo en su matrimonio, dijo Brown en su contrademanda. Se distanciaron. Blythe comenzó a dedicarse a la equitación de doma. Se divorciaron en diciembre de 2019, y Blythe recibió la mitad de sus bienes, dijo Brown.
Sus problemas matrimoniales se hicieron públicos este verano, cuando Blythe presentó una demanda en la que alegaba, entre muchas otras cosas, que su exesposo le había sido infiel, y que había gastado cientos de miles de dólares en caballos de competición y equipamiento para su joven amante holandesa, una entrenadora de caballos que conoció a través de Blythe.
En su demanda, también lo acusó de ocultar proyectos lucrativos durante el proceso de divorcio, incluyendo una serie de televisión, una serie de MasterClass y Wild Symphony. La noticia causó frenesí en los tabloides europeos. Un diario de los Países Bajos, De Telegraaf, cubrió la disputa, con un larguísimo titular anclado a lo local que se puede traducir vagamente como “El súper rico Dan Brown pelea con su ex por caballos holandeses”. La demanda fue cubierta en Horse Sport, una publicación ecuestre canadiense.
Brown respondió con una contrademanda, en la que negó haber ocultado cualquier activo, gasto o proyecto a Blythe. Brown también pidió al tribunal que desclasificase los documentos de divorcio, y señaló en su demanda que su exesposa gastó más de diez millones de dólares en “sus caballos, proyectos equinos y camaradas hípicos”. Reconoció la relación con la mujer de los Países Bajos y dijo que su matrimonio había sido “solo de nombre” desde finales de 2014.
Dijo que Blythe sabía sobre Wild Symphony, y que él mismo había financiado el proyecto. También afirma que Blythe amenazó con “avergonzarlo públicamente” y “destruir su legado”, e insinuó en un correo electrónico que ella podría sabotear su buena imagen de una manera que interferiría con su libro y álbum infantil.
En una declaración, Blythe Brown negó que su demanda fuera un esfuerzo de conseguir más dinero o una venganza. “No se trata de dinero, sino de la mentira y la traición de Dan”, dijo.
Brown dijo que “tenía un enorme respeto por ella, y fue alguien a quien alguna vez amé profundamente”. Dijo que planea donar las regalías estadounidenses de Wild Symphony para apoyar la educación musical de los niños.
“Fuimos una pareja maravillosa durante mucho tiempo”, dijo Brown. “La gente evoluciona de manera diferente. Empezamos a vivir vidas separadas, y lo hemos hecho durante bastante tiempo. Era hora de que todo terminara para los dos. Ella estuvo de acuerdo, así que esto ha sido una completa sorpresa”.
Investigación clandestina
En los últimos seis meses, mientras el mundo ha sido azotado por una catastrófica crisis sanitaria mundial que no parece fuera de lugar en su ficción, la vida de Brown no ha cambiado tan drásticamente. Está acostumbrado a la soledad y a trabajar solo.
Se levanta a las cuatro de la mañana para trabajar, en una oficina tipo búnker sin internet ni teléfono. “Voy a esconderme”, dijo. “Es un tipo de situación de cabina de aislamiento”.
No ve la televisión ni sigue mucho las noticias. No lee ficción ni escucha a compositores modernos. “Leer el trabajo de otras personas no me ayuda, me convierte en un consumidor”, dijo.
Toca el piano. Hace flexiones y abdominales.
Al principio de la pandemia, después de haber viajado a un plató de cine en Toronto, entre otros lugares, Brown se enfermó de una fiebre de 39 grados y tuvo falta de aliento. Pensó que era gripe, pero dio positivo para el coronavirus. Se recuperó relativamente rápido —en tres días— y desde entonces se ha mantenido ocupado, escribiendo un para un programa sobre Dios y la ciencia en el Planetario Hayden y trabajando en su próxima novela, otro thriller de Robert Langdon. También ha viajado un poco para investigar, pero no dijo dónde. (“No voy a decirte qué gobierno me dio permiso para ir e investigar”, dijo).
Se mostró tímido sobre si habría más música para el consumo del público. Aún no se ha visto tentado a publicar más de su antiguo trabajo discográfico. Por ahora, se está preparando para ver cómo responderá el mundo de la música a su último lanzamiento.
“No me es extraño que la gente odie lo que hago o le guste lo que hago”, dijo, alegremente. “Eso no me perturba”.
Kitty Bennett ayudó con la investigación.
Alexandra Alter escribe sobre la industria editorial y el mundo literario. Antes de trabajar en The New York Times, en 2014, reporteaba sobre libros y cultura en The Wall Street Journal. Previamente, fue reportera de religión y a veces de huracanes para The Miami Herald. @xanalter