HORRORES IDIOMÁTICOS Y ALGO MÁS
El buen gusto
Un libro divertido y una amable compañía pueden alegrar lo que sería un aburrido desvelo.
Ring… ring… ring… el sonido del teléfono me despertó sobresaltada. Vi el reloj. Eran las cuatro de la madrugada. Mientras contestaba, a pesar de que sabía que mis familiares estaban en sus casas, el corazón me latía con fuerza inusitada. La voz gritona de un individuo comenzó a hablar a toda prisa. Hacía a esas horas campaña negra contra un candidato a la presidencia. Estuve a punto de decirle que era un hijo de hetera antes de colgar, pero las grabaciones no tienen madre. El disgusto no me permitió conciliar el sueño y bajé a la biblioteca a buscar algún libro que no requiriera mayor atención para hojearlo. En el sofá, leyendo tendido panza arriba y riendo a mandíbula batiente, encontré a Titivillus, el diablillo medieval, que había decidido, sin avisármelo, pernoctar en mi hogar.
—Y tú qué?— le pregunté intrigada. Entonces me mostró el libro de pasta dura, roja, con dibujos dorados, titulado: El buen gusto. Vi que trataba sobre los buenos modales en el trato social, estaba escrito por Ermance Dufaux y editado en París por Garnier, hermanos, libreros-editores, a finales de 1800. Con su afilada garra, mi amigo abrió el volumen en el capítulo VII: Los pequeños detalles y comenzó a leer con la voz entrecortada por la risa: “…M. Boitard y J.-B. de Chantal han tenido, sobre todo, cuidado de agrupar observaciones muy interesantes sobre lo que debe hacerse y evitarse”.
Titivillus resumió: “No pongáis los codos sobre la mesa. Limpiaos la boca con vuestra servilleta antes de beber, porque nada es tan repugnante como engrasar la copa con los labios. No alcéis la voz como si hablaseis con sordos. No os limpiéis los dedos en el mantel, sino en vuestra servilleta. Los ingleses los limpian, lo mismo que el cuchillo, con una miga de pan, pero en Francia no existe tal uso. No llevéis nunca la carne a la boca con los dedos, sino con el tenedor… No os sirváis jamás con vuestro tenedor, sino con el que está en la bandeja o fuente”.
“Si a algún convidado le ocurre uno de esos pequeños accidentes inherentes a la naturaleza humana, haced como que no os apercibís, y, sobre todo, no pidáis a un vecino un poco de rapé (tabaco picado que se olía). Antiguamente, en aquellos buenos tiempos, nuestros padres tenían siempre un perro bajo la mesa, y cuando ocurría semejante pequeña miseria, se tenía cuidado de echar al perro o de hacer ademán de ello. Pero se encontraban tantos convidados que abusaban de la previsión del anfitrión, que la moda de los lebreles y perros daneses cayó pronto en desuso: al presente apenas si se admite bajo la mesa de los ricos un pequeño lebrel. Esto es menos cómodo para ciertos temperamentos”.
El mal humor se me fue y exclamé: “Cómo me gustaría poner bajo la mesa a ese canalla que me despertó”. —Menos mal —me respondió el diablillo— yo creía que estabas pensando en mí.
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