Uno de los mitos más extendidos es que Cervantes y Shakespeare murieron el mismo día, el 23 de abril de 1616, un dato que perdura por tradición pese a que no es exacto. Cervantes murió un día antes, el 22 de abril, en su casa de la madrileña calle del León, a los 68 años, y fue enterrado un día después.
En el caso de Shakespeare en el certificado oficial de su fallecimiento figura el 23 de abril de 1616, pero hay que recordar que, en esa fecha, en la Inglaterra anglicana regía todavía el calendario juliano (el romano), no habían adoptado el gregoriano (el católico) por el que nos regimos desde que lo instaurara el papa Gregorio XII en 1582 y que adelantaba 10 días el calendario anterior. (A Inglaterra le costó dos siglos más adoptarlo). Así, habría que llevar su deceso al 3 de mayo.
Quién sí falleció ese día, el 23 de abril (de 1616) fue el Inca Garcilaso de la Vega, intelectual y cronista americano, a menudo relegado por la potente relevancia de los dos primeros.
El Inca Garcilaso, considerado el padre de las letras del continente americano, de padre español y madre nativa peruana fue el primer estudioso, el primer historiador del pasado del pueblo americano, en especial del Perú, y símbolo del mestizaje de dos culturas, la incaica y la española.
Su obra, en definitiva, es clave para entender la historia de América y de España de este período, cuando ambas se encontraron y se mezclaron, en el crecimiento de una identidad propia, así como la intensa complejidad entre el Nuevo y Viejo continente.
Primer cronista de América
Bautizado con los nombres de algunos de sus antepasados como Gómez Suárez de Figueroa, nació en Cuzco, el 12 de abril de 1539, apenas siete años después de haber sido derrotado Atahualpa y conquistado el imperio inca por Pizarro. De padre español, el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, un extremeño descendiente de una ilustre familia de escritores emparentados con el Marqués de Santillana, Garcilaso de la Vega y Jorge Manrique, su madre, de sangre real, la Palla Isabel Chimpu Ocllo, era hija del Infante Huallpa Túpac, nieta del Inca Túpac Yupanqui, antepenúltimo gobernante de la dinastía imperial y sobrina de Huayna Cápac, el último gran emperador del Incario.
Considerado hijo ilegítimo, le costó que le reconocieran el derecho a usar el apellido de su padre, Garcilaso de la Vega, al que después, para firmar sus textos, añadió el apelativo `El Inca´, reuniendo en una misma firma sus dos herencias culturales, la indígena americana y la española, que mostró con orgullo a un público que no veía con buenos ojos a los mestizos.
En él, los dos universos del mestizaje habían confluido en su formación bilingüe y bicultural: al aprendizaje del quechua como lengua materna y vehículo de su tradición se sumarían los estudios en el Colegio de indios nobles de Cuzco, su adiestramiento por los Quipucamayos locales en la lectura de quipus, la mitología y la cultura inca, y, paralelamente, de la mano de preceptores españoles recibiría la educación formal propia de un hijo de español, con gramática, latín, retórica, doctrina cristiana y formación militar después.
A los 20 años abandona Cuzco y se instala en Montilla (Córdoba, España). Viajó frecuentemente a Madrid para solicitar a la Corte una pensión por los méritos de su padre, pero los trámites fueron inútiles.
Militar como su padre, participó en varias campañas militares, como en la rebelión de las Alpujarras contra los moriscos que quedaban en Granada. Sin embargo, en el ejército nunca se sintió integrado por su condición de mestizo, lo que hizo que fuera centrándose en el estudio de las humanidades, la religión, la literatura y sobre todo en la historia.
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En 1591 se trasladó a Córdoba siguiendo las corrientes humanistas del momento y allí escribió La Florida del Inca (1605) sobre la conquista de este territorio por el adelantado extremeño Hernando de Soto.
Pero su obra cumbre está formada por los Comentarios reales de los Incas (1609) cuya segunda parte, Historia General del Perú fue publicada un año después de su muerte, en 1617. La primera versa sobre la historia, cultura y las instituciones sociales de la época prehispánica de Perú, obra que escribió para “cumplir la obligación, que a la patria y a los parientes maternos, se les debía” -según sus palabras-, mientras que en la segunda hace una defensa de su linaje así como una visión histórica del Imperio incaico y de la conquista española.
Muerte
El Inca Garcilaso sí murió un 23 de abril de 1616 en Córdoba y fue enterrado en la capilla de las Ánimas de la catedral cordobesa que adquirió el Inca para ese fin. Sobre su tumba se puede leer este epitafio, que él mismo redactó:
“El Inca Garcilaso de la Vega, varón insigne, digno de perpetua memoria, ilustre de sangre, perito en letras, valiente en armas, hijo de Garcilaso de la Vega de las casas ducales de Feria e Infantado, y de Isabel Palla (…). Comentó La Florida, tradujo a León Hebreo y compuso los Comentarios Reales. Vivió en Córdoba con mucha religión, murió ejemplar; dotó esta capilla, enterróse en ella; vinculó sus bienes al sufragio de las ánimas del Purgatorio.”
Muy significativo -y por qué no, también bello- es que desde 1978 una parte de sus cenizas estén depositadas en la Catedral de Cuzco, a donde llegaron procedentes de España como gesto y símbolo de la unión entre las dos culturas.