Escenario

De ‘Matar a un ruiseñor’ a ‘Joker’: las lecciones del cine sobre racismo e identidad

Cabe recordar en estos días, cuando se ha sabido que HBO ha retirado temporalmente de su catálogo Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, Victor Fleming, 1939) por ser supuestamente racista, que el cine refleja la vida. También, en estos tiempos de corrección política, refleja la de todas esas otras generaciones de cualquier lugar y condición, cuyas “correcciones políticas” eran muy distintas.

¿Cómo puede ayudarnos el cine a reflexionar sobre todo este fenómeno viral, audiovisual y sociocultural? Las redes, la emotividad desbordada, la proximidad del año electoral en EEUU, el populismo de Trump, la Covid-19… no ayudan a pensar todo esto sosegadamente. O, simplemente, a pensarlo a secas.

Les propongo para ello cinco películas estadounidenses, grandes clásicos cinematográficos, y todas ellas obras maestras del cine, que obvian en mayor o menor medida lo políticamente correcto. Porque, como teorizó Italo Calvino, tienden “a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo”.

Las cinco películas son: La puerta del diablo (Devil’s Doorway, Anthony Mann, 1950); Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, Robert Mulligan, 1962); Haz lo que debas (Do the Right Thing, Spike Lee, 1989); Gran Torino (Clint Eastwood, 2008); y Joker (Todd Philips, 2019).

Películas “incorrectas”

Aparentemente son puro drama, pero muestran también rasgos genéricos de la comedia, del romance, incluso trazas de musical. Esta hibridación facilita a sus cineastas adentrarse en lo políticamente incorrecto de sus respectivas épocas: una abogada blanca que se enamora del soldado indio (Devil’s Doorway); un campesino negro acusado de violación que revela que fue la chica blanca la que realmente le acosó (Matar a un ruiseñor); la inevitabilidad de la violencia latente en un barrio multiétnico (Haz lo que debas); la nostalgia de glorias pasadas que ahora se considerarían autoritarias (Gran Torino); o la llamada involuntaria a la anarquía (Joker).

Devil’s Door. Metro-Goldwyn-Mayer

El término corrección política es polisémico, cercano a la censura o a cierto forzamiento del lenguaje, normalmente por motivos ideológicos. Un forzamiento que evitaría ofender a grupos sociales desfavorecidos por sexo, etnia, clase social, etc. Es un concepto transversal que no puede adjudicarse a una ideología concreta.

Valga un ejemplo de nuestra selección de películas: en Devil’s Doorway al protagonista se le llama “indio”, término que, ya desde los años 60 en EEUU, la corrección política sustituyó por el de “nativo americano”. Curiosamente, con ello se obvia que serían nativos “norteamericanos”, por lo que los del resto del continente podrían sentirse también ofendidos.

Según la corrección política, habría todavía una segunda traza racista en este film. Me refiero a que el protagonista es un actor blanco con la cara oscurecida mediante maquillaje (interpretado por Rober Taylor). Y, sin embargo, ¿podemos pensar en alguien mejor que este actor, en la cumbre de su carrera, que garantizase el éxito del film y, por tanto, de su propuesta antirracista?

La corrección política como violencia

En estas películas la incorrección política suele sustentarse a menudo en la entrada en conflicto con mujeres –a veces “empoderadas”, como en el arranque ejemplar de Haz lo que debas–, y siempre en relación a una eclosión de violencia. Por tanto, primera lección cinematográfica: la corrección política lleva fácilmente a la violencia, pues, como hemos dicho, supone un forzamiento artificial del lenguaje que desencadena la irrupción de las ideologías y de ahí, a la violencia, hay solo un paso.

Se comprueba claramente en Devil’s Doorway, donde la ideología conservadora nos diría que los protagonistas no deben unirse y que el indio debe repartir sus tierras con los otros ganaderos. La progresista diría que el protagonista debería haber sido interpretado por un nativo americano y que las tierras solo le pertenecen a éste. La prueba de la violencia es el final sangriento en el que la caballería no salva a nadie en el último momento, como si tanta corrección política fuera un callejón sin salida.

Haz lo que debas. Universal Pictures

Un último detalle en cuanto a la corrección política: en Joker se vislumbra la denominada cultura Woke que hace referencia a “estar despierto” respecto de los problemas sociales como el racismo, percibiéndose la influencia benéfica de la política afroamericana y el movimiento Black Live Matters. Sin embargo, esta cultura Woke no es inmune a la coartada adormecedora de la corrección política, como han señalado autores como Douglas Murray en su obra: The Madness of Crowds: Gender, Race and Identity (2019).

Identidad y borrado de la diferencia

Casi todos los protagonistas muestran un conflicto que tiene que ver con su identidad racial y el rechazo que esta levanta en lugares donde, por otra parte, su papel ha sido tan decisivo como el de la población blanca anglosajona: indios, negros, asiáticos, latinos, etc. Lo que nos indican estas películas es que parecería que esos conflictos señalan la incompatibilidad de la defensa de la propia identidad al tiempo que la corrección política aboga por el borrado de las diferencias. Es lo que parece querer decir el tendero coreano de Haz lo que debas cuando se inicia el aquelarre final: “Me no white. Me no white. Me black. Me black. Me black.” Repetirlo tres veces no le valdrá, pues la multitud que le escucha se ríe de él.

Gran Torino. Warner Bross

Curiosamente, el único film en el que podremos encontrar una solución proviene del director que es considerado actualmente el más políticamente incorrecto: Clint Eastwood. Me refiero a su autosacrificio heroico, cristológico, en Gran Torino. Como buen cineasta clásico, su acto es simbólico y, por ello, perdurable y, sobre todo, uno al que pueden acogerse personas de cualquier color o identidad.

En el otro extremo tenemos al Joker que, golpeado en lo más hondo de su identidad, emprende también el camino del sacrificio, pero el que le inflige a otros en una auténtica kermés siniestra. Gracias al poder de la televisión, su venganza se convierte, sin él buscarlo, en el detonante para convertirle en el líder de la anarquía, todo un rito sangriento consciente (o woke).

En los tres ejemplos restantes la defensa a ultranza de la identidad, como ya se ha señalado, lleva a la violencia. Esta es la segunda lección. Como asevera la señorita Masters (Paula Raymond) al final de Devils’ Door cuando su amado cae frente a ella mientras éste saluda marcialmente al ejército de los EEUU que le había concedido la medalla de honor: “It would be too bad it we ever forgot”, que en los subtítulos traducen sabiamente como “Sería espantoso olvidar esta lección”, pues de una lección se trata y, de nuevo, con sacrificio de por medio.

Reflexionar no es solucionar

Las cinco películas construyen sus historias a modo de relato moral contra el racismo. ¿Será tan obvia la tercera lección? Pensémoslo despacio, pues los clásicos, las obras maestras, no son simples panfletos de instrucción pública, o no representan, sin más, los intereses de grupos de derechos humanos o grupos políticos progresistas, por más que estos sean positivos. No, este tipo de obra artística nos invita, en primer lugar, a tener una experiencia estética, es decir, a algo que remueva las fibras más sensibles de nuestra alma y, dado que es una experiencia intensa, con una duración convenientemente breve.

Matar a un ruiseñor. Universal Pictures

Por tanto, esta tercera lección creo que tiene que ver con darnos el tiempo suficiente para reflexionar sobre temas en los que nos jugamos la piel –y no me refiero solo a su color– intentando sobrevolar la inmediatez de la actualidad. En este sentido, el cine sería, todavía hoy, lo más parecido a un ritual que revalorizaría por ello sus historias más allá del ruido de fondo. Es lo que parece suceder, por ejemplo, en Matar a un ruiseñor. El juicio ocupa casi toda la segunda mitad del film, a modo de reflexión al interior del propio relato que, no lo olvidemos, no soluciona nada, pero sí permite, al menos, pensar sobre ello, y recordarlo.

En realidad, estas cinco películas nos cuentan, tal como he detallado, cómo en el origen del racismo suele crecer lo identitario y cómo, en general, la respuesta social suele desviar su tiro hacia lo políticamente correcto. Nos invitan, entonces, a pensarnos lenta y profundamente a partir del racismo, pero no mediante ideas abstractas, de juego político o de activismo solidario pues, como afirmaba el filósofo Gustavo Bueno, ello implica “ser solidario contra alguien”.

Shutterstock / Bespaliy

¿Idealismo, utopía? Puede ser, pero al igual que el cine es capaz de prefigurar las más espantosas pesadillas para el ser humano, indirectamente también puede mostrar el camino para evitarlas. Si nos identificamos con los personajes de estas obras, podemos vivir sus conflictos como nuestros. Alcanzar una reflexión más real y próxima que la que proponen virtualmente los grandes conglomerados mediáticos, think tanks o change.org‘s que nos atosigan a través de las redes sociales. A éstos, necesitamos decirles, con George P. Floyd: “Quiero respirar”.The Conversation

*Lorenzo Javier Torres Hortelano, Profesor titular de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Universidad Rey Juan Carlos

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