Durante las ferias o actividades económicas trasladaban a gran número de vecinos. Las aurigas —conductores de carruajes—, de landós o victorias —de lujo—, iban uniformados con bolero y, cuando eran matrimonio, con trajes de blanco, igualmente para entierros de niños, expone la obra Las calles y avenidas de mi capital y algunos callejones.
En 1820 se les impuso a los forlones —coche cerrado— la pensión de seis pesos anuales, a las calesas —carruajes abiertos— de dos ruedas, la de tres reales, y a las carretas, 12, por el daño que ocasionaban al empedrado de las calles. A partir de 1849 estaban obligados a llevar una tablita de zinc con una letra o señal que indicara su número y que estaba al día con la Tesorería. El dueño sin esta identificación pagaba multa de 10 pesos.
También estaban las diligencias extraurbanas, que llevaban pasajeros a ciudades importantes como Antigua Guatemala o Quetzaltenango, o hacia los puertos, explica el cronista de la Ciudad, Miguel Álvarez. Como eran viajes largos, se hacían paradas en posadas o fondas en los pueblos, y en los potreros descansaban los animales.
A los carruajes de punto se les conocía también como realeros. En 1893 se estableció un reglamento y tenían las tarifas siguientes, si eran días de trabajo y en tiempo seco: una o dos personas, cuatro reales; en días festivos o lluvia, seis reales; una persona, por una hora, 14 reales. Se estacionaban a un costado sur de la Plaza de Armas.
A principios del siglo XX, los carruajes de alquiler tenían pocos asientos para pasajeros, por lo que aumentan su número, pero, de la misma forma, se aglomeran en el centro de la ciudad. Esto representaba una amenaza para las personas y la infraestructura.
Transformación
En el siglo XIX existieron muchos talleres de carrocería. En la década de 1860, por ejemplo, la mayoría de talleres y de establecimientos de alquiler de vehículos eran de extranjeros. Javier Vassaux hacía carretelas y carruajes, y Aquilino García, ruedas de carreta, expone la Historia General de Guatemala.
La Municipalidad ordenó que se nombraran empleados especiales para vigilar que los apostadores que tenían los vehículos se mantuvieran limpios y que los aurigas se comportaran con educación, y los ubicaba a lo largo de las calles adyacentes de la Plaza de Armas. Los carruajes dieron el servicio paralelo al tranvía, decauville y taxis.
Por el tamaño de los carros de los tranvías, a principio del siglo XX, no se podía transportar a más de 25 personas. La limitación de calles donde hubieran rieles, las malas condiciones de la línea y la soez educación de los conductores constituían problemas de la época para el usuario.
En 1917 la ciudad se quedó sin servicio de tranvías urbanos. El problema reflejaba la falta de comprensión de parte de empresarios que aseguraban que solo pérdidas económicas obtenían. Los establos de los carruajes resultaban beneficiados al continuar prestando servicio.
El número de carruajes disminuyó a medida que los automóviles aumentaron. Los taxistas en la década de 1920 establecieron una verdadera competencia con los carruajes.
El tranvía fue sustituido por un sistema de autobuses más funcional, que desde entonces, ha estado en manos de empresas privadas, dice la Historia General de Guatemala.
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