Molina propone con el libro revelar una “deficiencia judicial” —como él lo expresa— de lo que ocurrió aquella tarde de enero de 1980. Cuestiona en sus páginas por qué a la fecha se desconoce quiénes fueron los responsables de la catástrofe dentro de la embajada española, así como la permisividad del entonces embajador Máximo Cajal, quien toleró la toma de la sede diplomática.
Se trata de un libro político, pero con dosis personales. El relato parte desde la experiencia de su autor, hijo de Adolfo Molina Orantes, jurista y diplomático que fue invitado por Máximo Cajal a una reunión en la embajada ese día.
Cuarenta años después de lo ocurrido, en un despacho decorado con un retrato de Molina Orantes, su hijo desenhebra los hechos políticos y judiciales alrededor de ese momento. Libro en mano, Adolfo Molina Sierra expone las dolencias personales y judiciales que hasta la fecha están presentes en su vida.
¿Con qué afán temático escribió su libro?
El objeto del libro es que su contenido nos sigue afectando en enero del 2020. Es un desglose de la actuación de un organismo judicial que siempre ha estado intervenido y que no ha respondido a expectativas de la población en cuanto a la justicia. Por otro lado, es un señalamiento a la manipulación de un evento que ha servido a múltiples intereses a lo largo de los años. Es de política, no de historia.
¿Cómo se siente previo a la presentación de su obra? Se trata de un trabajo que se lanzará cerca de la fecha —31 de enero— que conmemora lo que ocurrió en la sede diplomática.
Definitivamente, no es la publicación del libro lo que significa mucho, sino el dejar al alcance del público lo que ha sido mi versión como testigo de los hechos en la quema de la embajada española en 1980. Me hace sentir satisfecho aportar a la historia escrita de este país.
¿Por qué publica el texto 40 años después?
Mis declaraciones acerca de lo sucedido frente algunos tribunales, así como a la Comisión para el Esclarecimiento Histórico y en el juicio contra Pedro García Redondo, están refundidas en expedientes que ni siquiera he logrado obtener. Esto me motivó a publicar lo que es mi apreciación, testimonio e historia que siguió a lo largo del tiempo.
Desde hace unos años tenía la idea de escribir mi testimonio a partir de lo que descubrí después de la quema. He estado luchando porque se sepa la verdad de lo que sucedió. La historia que tengo hoy ya es considerable. Permite al lector conocer la ilación de hechos después de lo que pasó en 1980.
En ese sentido, ¿cuánto tiempo le tomó la investigación y redacción del texto final?
La idea definitiva de escribir el libro la tuve hace un año. Parte de lo que está escrito es producto de mi vivencia en la embajada, pero también hay una parte en la que tuve que hacer investigación, porque había hechos que no me constaban. Al final, es una obra que puede rebatir mi versión sin que tenga que salir a aclararla. El que tenga interés en conocer el libro, que lea y juzgue quién dice la verdad.
La obra se desarrolla desde una posición muy damnificada. Parte del abrupto fallecimiento de su padre, habla también de las cosas que quedaron en el medio. ¿Hay temas pendientes?
En el libro se aborda más allá de lo ocurrido el día de la toma. En él resalto una justicia pobre. Señalo a un Organismo Judicial que durante cuatro décadas ha sido ineficiente y que ha estado intervenido por poderes locales e internacionales.
Por eso sí quedan pendientes: saber quiénes fueron los verdaderos responsables de aquella quema que causó 37 muertes, así como el señalamiento y enjuiciamiento del embajador que, a todas luces, participó en la facilitación de la toma de la sede diplomática. Ese tema está incompleto para las víctimas que fuimos los familiares de los rehenes, quienes son las únicas en el caso. Se ha tendido a llamar víctimas a los invasores, pero fallecieron como consecuencia del enfrentamiento armado causado por ellos.
¿Podría concebirse la obra también como una manera de resarcir la memoria de su padre?
En lo más mínimo. La principal tristeza de mi familia es que las generaciones actuales recuerden a mi padre por la manera en la que murió, cuando su vida fue riquísima para el país. Tuvo una entrega abnegada. El libro es básicamente una denuncia a lo que sucedió por la falta de voluntad política en estudiar el caso.
¿De qué manera permeó el deceso de su padre en su familia y en su vida?
Mi vida como hijo terminó. La muerte de mi padre dejó una familia cuyos nietos nunca conocieron a su abuelo, una viuda en la total desesperación e hizo que sus hijos resintiéramos no tener su compañía. Nos afectó más de lo que se puede imaginar. Sin embargo, yo no hice una vida alrededor de lamentarme. No he hecho una fundación o una oenegé que lleve su nombre para revindicar su muerte en lo más mínimo.
¿Consideró alguna vez reivindicar a su padre desde una fundación que se construya desde la experiencia de los hijos de las víctimas en el suceso?
Mi padre en vida se dedicó a obras tendientes a la protección y difusión de patrimonio cultural nacional. Si alguna vez pensáramos en hacer una organización de esta naturaleza, sería para apoyar a este tipo de obras. La muerte de mi padre en las condiciones que se dieron no amerita nada más que denunciar las ingratitudes que se sucedieron después de eso.
En el libro se narra que aquel 31 de enero tuvo la posibilidad de entrar a la embajada, después de haber sido tomada. ¿Por qué no entró?
Por cultura familiar y personalidad. Fui educado en una manera de no tomar riesgos innecesarios. Lo que pasó por mi cabeza en ese momento fue que no quería inquietar a mi padre al verme ahí, porque le hubiera causado una preocupación adicional. Pero nadie especulaba que ocurriera lo que sucedió.
También menciona en el libro que, cuando se dio la detonación en la embajada, ya estaba consumada “su mayor pesadilla”. ¿Era algo que creía que podía suceder mientras estaba en el lugar?
Durante años anteriores a la quema de la embajada, grupos de extrema izquierda en todo el mundo hicieron ofensivas para llamar a la notoriedad internacional. En El Salvador, secuestraron y ejecutaron al ministro de relaciones exteriores, al igual que al ministro Aldo Moro, en Italia. Claro que teníamos temor con estos precedentes. Sobre todo, cuando estábamos dentro de un enfrentamiento armado.
También relata que su madre había desconfiado de la visita de Máximo Cajal a su casa. El anterior embajador español, Carlos Manzanares, advirtió a la familia de los tintes comunistas de Cajal. ¿Se sentía amenazada su familia por personas con estas tendencias ideológicas?
Cajal nos causó sospechas después, cuando atamos cabos con los hechos que sucedieron el 31 de enero de 1980. Antes de eso, en la familia no teníamos de qué preocuparnos. El antiguo cargo de mi padre como ministro de Relaciones Exteriores no era uno que podría atribuírsele enemistades de algún tipo.
Sin embargo, cuando lo fue, había sido alertado por su presidente. Le dijo que el gabinete se sentía amenazado por la sedición y que en cualquier momento, por una cuestión de rescate a alguna persona aprisionada de esta agrupación por parte del Ejército o la policía, podía surgir el secuestro de un funcionario para canjearlo.
Establece que su investigación busca la imparcialidad. Hay una posición muy clara, en la que dice que el trabajo fue escrito con una inclinación personal y desde una postura liberal clásica. ¿Puede esto resultar como algo contradictorio?
Quise hacer la aclaración porque en el libro no incluyo citas de una u otra postura ideológica. La imparcialidad que trato de dar es con el propósito de ser objetivo con mis señalamientos y con el propósito de que no se diga que soy de izquierda o derecha.
¿Cree que la lectura de su libro puede ayudar a vislumbrar los porqués de la quema de la embajada española o invitar a los lectores a cuestionar las posturas ideológicas?
Trato de no dejar ninguna interrogante que yo no pueda responder, documentándolo y presentando evidencias. Sin embargo, sí menciono una interrogante: ¿hasta qué punto el embajador trabajó a motu proprio o fue siguiendo instrucciones? La respuesta no está a mi alcance, porque no hubo ninguna manifestación en ese sentido.
Pero puede que se sienta como una hipótesis al finalizar la lectura.
La lanzo como una posibilidad bastante creíble por mi parte.
¿Considera que le da protagonismo a la polarización en el libro?
Claro. Pero yo en el libro sostengo que no tengo acciones pendientes en contra de alguien. Mi objetivo no es condenar, tampoco penalizar a los responsables, es decir, la verdad desde mi experiencia.
Asegura que el plan de la toma quedó truncado. A pesar de la mortal jornada, ¿considera que esto eclipsó las motivaciones de quienes tomaron la embajada?
Por muchos años, yo pensé que era un plan en el cual los que causaron la invasión, que toleró el embajador, en cierta manera les resultó mal. Pero sí hubo una reacción del Gobierno, de la policía. Las situaciones que sucedieron fueron producto de algo no planificado y no esperado.
A raíz de la investigación, mi conclusión es otra: el plan de la toma de la embajada fue precisamente con la intención de causar la reacción del Gobierno, para que terminara haciendo lo que hizo.
Narra que dentro de la coyuntura de aquel entonces se propició un ambiente de desinformación, tanto local como internacionalmente. ¿Cree que los medios de comunicación se han preocupado por aclarar el hecho después de tantos años?
Puedo destacar lo que ha publicado Prensa Libre. El editor Álvaro Contreras fue alguien que escribió del tema porque llegó el día de los hechos en su calidad de comandante bombero. Por ese testimonio que tuvo, mientras escribió a lo largo de los años, salió en defensa de la versión que también sostengo yo.
¿Seguirá investigando e indagando en el caso después de este libro?
No. Ya enterré a mi padre en paz. Si aparezco ahora con esta publicación es porque quiero compartir mi historia y la verdad de los hechos. No es solo mi caso, es la manipulación del caso y la política en general.
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